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El dinero sagrado de Alá

En las últimas décadas ha crecido la demanda de productos financieros que se rigen por la ley del islam. Un modelo en ascenso que podría transformar la economía mundial.

David Mayorga
10 de octubre de 2009 - 09:00 p. m.

En los días más oscuros de la Guerra Fría, cuando EE.UU. y la Unión Soviética se disputaban el control de Oriente Medio, los países árabes estaban molestos. A pesar de tener las más grandes reservas de petróleo en el mundo, las leyes de la oferta y la demanda, según ellos, hacían que el dinero en sus manos se esfumara de la noche a la mañana. Una advertencia de ese descontento fue publicada en 1973 por el diario The New York Times: “Por supuesto que los precios se elevarán. Ustedes compran nuestro crudo y nos lo venden, refinado como petroquímicos, cien veces más que el precio que nos han pagado... Es apenas justo que de ahora en adelante paguen más por el petróleo. Digamos, diez veces más”, había dicho el Shah de Irán, paradójicamente el árabe más cercano a Washington en la época.

Esa advertencia se hizo realidad con una decisión política. En los días de la Guerra del Yom Kippur, cuando Egipto y Siria atacaron Israel para obligarlo a devolver los terrenos que éste había invadido años atrás, la Casa Blanca aprobó un paquete de ayuda por US$2,2 millones con destino a Jerusalén. Los países árabes, indignados, decidieron que era hora de ajustar cuentas: redujeron la producción, aumentaron en 70% el precio de cada barril y embargaron los envíos del precioso combustible a EE.UU.

Un año después, cuando en Occidente las bolsas de valores sólo registraban pérdidas enormes que contrastaban con las abultadas sumas de dinero en las arcas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el mundo árabe acordó una nueva táctica, una que demoraría años en dar resultados: aplicar los principios del islam a la banca y las finanzas.

Fue en 1975 cuando abrió sus puertas el Banco Islámico de Desarrollo, una institución impulsada por los ministerios de Economía de nueve países musulmanes (Arabia Saudita, Sudán, Kuwait, Libia, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Egipto, Indonesia y Pakistán), cuya misión principal sería la de financiar proyectos que garantizaran el progreso social y económico de sus miembros. Pero al mismo tiempo desarrollaría un concepto surgido en los años 40: la economía podría ir de la mano con los preceptos de la sharia (ley islámica), que, por ejemplo, prohíbe cobrar intereses cuando se presta un dinero.

“La usura es considerada uno de los pecados capitales del islam”, explica Ahmed Dasuki, imam (líder espiritual) de la comunidad musulmana en Medellín, y agrega: “Ocurre que la persona paga una contribución voluntaria por el dinero de la ganancia que obtuvo en un negocio y según el monto. Se devuelve el capital solamente, que es sagrado”. Ante la imposibilidad de cobrar intereses, los bancos islámicos a menudo pactan un sistema de obsequios a sus clientes.

Por otra parte, la sharia prohíbe operaciones de alto riesgo, como la especulación de productos de dudosa procedencia, la misma que en Occidente llevó el año pasado a la quiebra a importantes bancos, al cierre de fábricas y a una recesión generalizada. Y esto se da porque las finanzas islámicas promueven que los beneficios y las pérdidas deben ser compartidos.

Un ejemplo se da en Malasia, donde el cliente y la entidad bancaria formalizan una sociedad para comprar un bien, que es alquilado al primero hasta pagar la deuda. Esta unión sólo se deshace al realizarse el último pago; si en el plazo fijado el comprador no puede garantizar sus cuotas, la sociedad se extingue, el bien se vende y la ganancia es repartida de acuerdo con el porcentaje de participación previamente acordado.

Si bien las entidades financieras islámicas no cuentan con los abultados balances de sus colegas occidentales, sí garantizan reservas sólidas e inversiones seguras. Hoy opera en 70 países, y según cálculos de expertos financieros, en 2008 tuvo una participación del 4% en el mercado mundial de capitales, lo que equivaldría a transacciones por cerca de US$700.000 millones.


Los reparos de Occidente

El mundo árabe volvió a ser protagonista de los titulares tras los atentados terroristas del 11-S. Las potencias occidentales le declararon la guerra al extremismo islámico y en los aeropuertos del mundo se tomaron medidas adicionales para todo aquel cuyo nombre se escribiera en árabe. La cacería de brujas se extendió a todos los campos, incluso a las finanzas.

Uno de los adalides de esta inspección es Joy Brighton, ex corredora de bolsa de Wall Street y miembro activa de Act for America, una organización civil encargada de denunciar los malévolos alcances del islam en EE.UU. En un video alojado en internet, Brighton afirma que los capitales árabes se transan en mercados occidentales con el único propósito de financiar actos terroristas. “Sí, necesitamos el dinero de inversiones extranjeras, ¿pero estamos dispuestos a intercambiarlo por nuestra seguridad nacional?”, pregunta antes de asegurar que Washington investiga a 27 fondos islámicos de caridad bajo sospechas de apoyo económico al terrorismo.

“Eso no es cierto. Ese dinero no está destinado para invertir en negocios”, responde Dasuki, quien explica que los fondos árabes tienen un destino claro: la ayuda a los más necesitados. “El zakat, o distribución de la riqueza, es uno de los pilares del islam. Todo el mundo, sea grande o pequeño inversionista, tiene que entregar 2,5% de su ganancia anual a estos bancos. Es un regalo, su objetivo es el de purificar el capital”, sostiene. Cada contribución es guardada en un fondo común y el monto recogido se entrega a obras de beneficencia: orfanatos, ancianatos, hospitales, colegios, etc.

Sin embargo, debe aclararse que no todos los bancos que operan en los países islámicos se rigen por la sharia. Algunas compañías occidentales, como HSBC, abrieron en la Península Arábiga una filial que maneja productos islámicos, y su ejemplo es seguido hoy en día por otras entidades financieras, como Citicorp, Deutche Bank, Goldman Sachs, JP Morgan Chase, UBS, entre muchas otras, que cotizan estas inversiones en las bolsas de Europa, EE.UU. y Asia. “Hay que diferenciar entre los Estados netamente islámicos, como Arabia Saudita, y aquellos que tienen una importante población musulmana, pero donde la política del gobierno no es islámica, como Indonesia”, explica Dasuki.

Y ante las múltiples acusaciones de corrupción, como la invención de condiciones para cobrar intereses o la desviación de fondos hacia las élites religiosas, las finanzas islámicas aparecen hoy como una opción al capitalismo de especulación que generó la actual crisis financiera global. “Hay un cambio en la mentalidad de muchos ciudadanos, de ser más prudentes e interesarse en esos productos financieros que, en lugar de prometer la Luna, dan rentabilidades razonables”, le dijo Francisco Álvarez, ex director de la Bolsa de París, a la cadena británica BBC.

Algo parecido se vivió a partir del siglo XVIII, cuando la ética de la religión protestante cambió los tabúes del catolicismo sobre la riqueza y dio paso al capitalismo. “Criticó el lujo y la corrupción de la Iglesia, propugnó por la austeridad y el ahorro; rechazó el concepto de que el pecado estaba asociado con la riqueza y que, por el contrario, ésta podía ser evidencia de gracia y de salvación eterna”, recuerda Salomón Kalmanovitz, decano de Economía en la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Aún es temprano para vaticinar un nuevo modelo de negocios basado en las finanzas islámicas, sobre todo, cuando la quiebra de los gigantes financieros hace un año evidenció una crisis de confianza. “Es difícil que pueda implementarse un sistema así. Se necesitan muchas convicciones y desprendimiento material. Aquí y ahora son muy pocas”, puntualiza Dasuki.

Por David Mayorga

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