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Usted dice que las historias lo escogen a uno, ¿en qué momento lo encontró ‘La sociedad del semáforo’?
Cuando se me reveló un ahorcado en un semáforo. Un dibujo. Y con los trancones eternos en los que rogaba que el semáforo se pusiera rápido en verde. Pensaba que la gente abajo, la que la buseta me obligaba a ver por encima del hombro, lo quería siempre en rojo. Rojo esperanza.
¿Por qué le apostó a trabajar con actores naturales?
No considero que esa clasificación exista. Hay actores que estudiaron y actores que no. Cualquier hombre con una cámara en frente actúa. Así sea un entrevistado. Hay gente que estudia para actuar, otra no. Otra vive 35 años en la calle, o en la opulencia, y perfectamente representa un momento. Me gusta trabajar con ellos porque no tienen la tontería de la farándula, están untados de vida, que es la materia prima de lo que filmo. Me gusta confundir vida con cine y alimentarlas al tiempo, como una sola cosa.
¿Cómo es su relación ahora con ellos?
Con algunos hice amistades y las conservo seriamente, las agradezco y las padezco. Con otros, cada uno siguió su camino, como en la mera vida.
¿En qué tipo de cine cree?
En el que me toca las fibras. En el que se hace con el corazón sin que se sienta hecho para el público o para la crítica. El que se hace para servirse así mismo. Ése habla más honestamente.
¿Cómo es la Bogotá de ‘La sociedad del semáforo’?
Hermosa y monstruosa, como la que se ve a diario. Sucia y glamurosa. Asquerosa y seductora.
¿Cuál es su obsesión, su gran pregunta como artista?
Disfruto de la delicia de hacer. Mi obsesión es hacer, así sepa que estoy en la mitad de un naufragio.
Dice que no le preocupa mucho lo que “los otros” piensen sobre su película. ¿No se contradice con el hecho de hacerla pública y de desear sólo rendirse cuentas a sí mismo?
Esa es mi posición. Pero una película pertenece a muchas manos. A mí me gusta hacer cine porque la gente es también películas, libros, pinturas. Las películas también pueden ser personas y me gusta presentar a unos con otros. Mezclar químicas. Alquimizar. Ahora, la mezclo públicamente, pero estoy desprendido de expectativas, listo para el fracaso. Así, si es el caso, la dicha sorprende.
¿En algún momento piensa en el espectador?
No. Ahora cuando acarician la película, se les escurre una lágrima o vibran, me mueven el corazón. Como cuando uno ve a una extraña triste en una banca de cualquier ciudad.
Luis Ospina dice que no existe el cine colombiano, sino que hay películas colombianas, ¿usted qué piensa?
Luis Ospina presidente 2011-2015.
Es un hecho que hoy se hacen más películas en Colombia, ¿qué opina de la calidad de las historias?
Casi todas paila. Ahí vamos madurando. Cuando vayamos mejorando llega un presidente y tumba todo el marco. Póngale la filma.
¿Cuál es la clave de un buen realizador?
No la sé. Nunca pienso en términos de bueno o de malo. La belleza está en los ojos del que la contempla, decía mi hermosura de abuela: Emperatriz.
¿Qué tan relevante es la crítica de cine para usted?
Aporta, enseña y contamina. Me gusta leerla. Con la crítica, la película ha sido consentida, pero no creo en las caricias ni en las cachetadas. Está bien que sea querida y despreciada, ambas cosas enseñan, domestican, ilustran.
Lo más difícil de hacer la película.
La etapa de mendicidad, buscando fondos para filmar. Así nos dieron plata en Europa cuando un “ñero” saludaba “Oiga, hijueputas franceses, necesitamos plata para la película, malparidos”, en un videíto que hicimos y se ha vuelto mítico en la comunidad cinematográfica. Se llama A quarter gringo!.
¿Qué surge de la mezcla del mugre con la magia?
Son la misma cosa. Se muerden la cola. Surge un nudo bello.
¿Cómo define la relación que se teje entre Raúl y Cienfuegos?
Son dos almas propensas a cagarla. Como uno.
¿A cuál director de cine colombiano admira?
Víctor Gaviria y Luis Ospina. Hombros dignos y decorosos en los que pararse.
¿Qué significa para usted la frase: “Asista al delirio”?
Que hay que darle respiración boca a boca, hogar, beca, carro y un hijo al Delirio. Y que vaya a soñar y a pesadillar al cine.
¿Qué le falta al cine que se hace en el país?
Cine.
¿En sus proyectos los actores de televisión seguirán “a metros”?
No lo sé. Es delicioso traicionarse. Cony Camelo me ayudó hace poco a hacer una pieza de burla, y me encantó trabajar con ella. Hay talento también ahí. La cosa era con humor, más que con rabia.
¿Qué le deja haber hecho ‘La sociedad del semáforo’?
Muchas cosas. Una “mafilia” grande. Haber pasado de amo a perro. Haberme untado de nuevas vidas. Delirio con la gente, con los artistas de la película, con los técnicos, con los músicos. Amor en toneladas y dosis precisas de odio. Poesía, cansancio.
¿Cómo fue el casting de la película?
El eslogan decía: Actores de la televisión colombiana ¡A metros! "Buscamos putas, hijueputas, golfistas, corredores de bolsa, encrespadores de pestañas..." y una larga lista. Llegaron 700 al casting, de todas las pelambres. Soñadores de todas las edades y oficios, tercos, redimidos. De ahí sacamos como el 70 por ciento de actores de la película. El resto, incluido el protagonista, en lento cepillado de la ciudad, hasta sus más oscuras comisuras.
¿Es verdad que nunca le gustó estudiar?
Nunca. La educación, como está planeada, es un martirio. Pobres niños, con sus caras llenas de sueño, los vidrios de sus inseguras camionetas lloviznadas, llevándolos a cárceles legales. Pobrecitos. Con razón crecen con mala jeta.
¿Qué hizo con la primera cámara que tuvo en sus manos?
Fotos y filmar a la abuela.
¿Que hizo que La cerca, una de sus creaciones, fuera el cortometraje más visto en la historia del cine colombiano?
Que no pretende ser universal. Que era un abordaje particular del tema del campo, de La violencia, y de la relación padre- hijo.
Usted manejó la videoteca de La Universidad Nacional ¿qué película recuerda de manera especial?
La que vivía en esa oficinita de ilustración y perdición.
¿Qué significa la cámara para usted?
Mamacita preciosa, guitarrita, revolverzote. Mi cincel, mi estetoscopio. Un marquito para quitar todo lo que no quiero ver.
Una película que lo haya marcado.
Los enanos también empezaron pequeños. Tenía una copia en 35mm que se cayó del estante y me marcó para siempre con una cicatriz en la cabeza.
¿Después de La sociedad del semáforo qué viene?
No lo sé. El futuro no existe. Viene un Tsunami. Ya estoy filmando El cuasi morido, memorias del calavero. Hermosura de película por las venas de los cañones de Santander. También tengo la beca de Cannes, para escribir El burladero, sobre mi abuelo. Y otra película pensada con los niños del jardín infantil La ronda, de Bucaramanga, donde mi hermano Edson Velandia ya hizo un álbum de lo más bello que se haya hecho en música colombiana. Me encantaría hacer una película operando como profesor de preescolar. Sin más pretensiones. Todo depende de que no se caigan mis aviones.