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Libertad bajo palabra

El Ministerio de Cultura promueve talleres de escritura para reclusos.

Lucía Camargo Rojas
18 de marzo de 2009 - 10:39 p. m.
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Fue un momento en que la rabia se apoderó de ella. Esa mujer había estado diciendo a diestra y siniestra que estaba embarazada de su esposo. Y no contenta con semejante difamación, se había encargado de agredirla verbalmente una y otra vez. Mariela García Agudelo cogió una de las armas de su marido dispuesta a quitarle la vida a esa mujer que tanto la amargaba. Y lo logró. Hoy en día está pagando una condena por homicidio en la Reclusión de Mujeres de Cali.

Por siete años trató de evadir esa responsabilidad huyendo de la justicia. Tuvo que mentir y aguantar el escarnio público. Hasta que finalmente ingresó a la cárcel. “No puedo comparar ni uno de los días que estuve en la calle a los cuatro años que he estado acá”, afirma. Ha sido en la reclusión en donde ha recordado eso que tanto se empeñaba en olvidar y lo ha enfrentado. Al punto de que fue allí donde tomó la decisión  de plasmar en papel su historia.

Duró cuatro semanas escribiendo, bajo la luz de la luna, pues en la reclusión apagan la luz eléctrica a las nueve de la noche. “Como yo dormía en la parte alta de un camarote, alcanzaba a llegarme un rayito de luz que atravesaba la ventana. Me quedaba hasta las dos o tres de la mañana escribiendo. Me concentraba en el silencio de la noche. Hubo dolor, hubo lágrimas. Uno vuelve a vivir el momento en que falló. Pero siento satisfacción de que otros lean mi historia y aprendan de mi error, de tal forma que nunca se dejen llevar por la rabia”, comenta.

El texto de Mariela será publicado, junto con el de otros reclusos de todo el país, en un libro que recopilará los escritos realizados el año pasado en los talleres “Libertad bajo palabra”, que ejecuta la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa (Renata), una de las ramas del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas del Ministerio de Cultura.

Los talleres fueron creados por el escritor caleño José Zuleta en 2005, luego de ver el interés de los reclusos por escribir. Desde el año pasado fueron acogidos por Renata y acompañan el proyecto de “convertir a Colombia en un país de lectores”, objetivo primordial del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas.

Por supuesto, el napoleónico proyecto también incluye a los reclusos, quienes forman parte, desde abril del año pasado, de la segunda etapa del plan. Con el aval del entonces director del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), el general (r) Eduardo Morales, se dio rienda suelta a la iniciativa de la ministra de Cultura, Paula Marcela Moreno, de llevar la lectura a los establecimientos de reclusión. Siete de ellos, ubicados en Medellín, Barranquilla, Cali, Popayán y Acacías, han formado parte del plan piloto. Se espera que este año también se llegue a Quibdó, San Andrés, Tumaco, Leticia, el Guamo, Pereira y Manizales.

De esta forma, finalmente, se podrán cobijar los 140 establecimientos de reclusión que tiene el país. Aunque todos ellos cuentan actualmente con bibliotecas, sus colecciones están desactualizadas y carecen de un adecuado proceso de gestión bibliotecaria. El Plan Nacional busca dotarlas con libros nuevos, que respondan a los intereses de los reclusos y, además, mantener un adecuado proceso de promoción de lectura.

Bibliotecas en las cárceles

La Reclusión de Mujeres de Cali es el único establecimiento en donde se encuentra funcionando la nueva biblioteca,  dotada con 700 volúmenes previamente sistematizados, un computador con un software especializado en préstamos bibliotecarios, un DVD y un televisor, así como maletas de cine colombiano y de promoción de lectura, donados por el Ministerio de Cultura y estantes aportados por el Inpec. Mañana se hará el acto de entrega de otra biblioteca en el Establecimiento Penitenciario y Carcelario Bellavista, en Medellín.


En Cali, son las mismas internas, entrenadas por funcionarios de la Biblioteca Nacional, quienes se encargan de la gestión bibliotecaria: “Conocen perfectamente cada uno de los volúmenes que allí se encuentran, manejan el software para préstamo e incentivan la lectura en sus compañeras”, explica Luz Adriana Martínez, coordinadora del proyecto de implementación de servicios bibliotecarios en establecimientos de reclusión.

Meiser Serna Guevara es una de las cuatro reclusas encargadas de administrar la biblioteca. “Las internas están pendientes de todo lo nuevo que llega”, cuenta emocionada. “Uno les entrega un libro y ellas tienen entre 10 y 12 días para devolverlo. Cuando veo que se interesan por algún título en particular les recomiendo que se lleven otro”. Por ello, los libros están en constante movimiento en esta reclusión. Su directora, Claudia Patricia Giraldo, explica entusiasmada que se están prestando, en promedio, 225 libros diarios para las 337 internas.

Ruby García consulta continuamente la biblioteca. No sólo por encontrar libros para entretenerse sino para cumplir con los deberes que le exige su carrera de Administración, que cursa en la Universidad Nacional a Distancia. “Me sorprendió mucho encontrar el libro Planeación estratégica para parejas porque muestra que la relación de pareja es un negocio más. Recomiendo a la gente que se lo lea”. Y agrega que entrar en el mundo de la lectura ha sido fundamental en su vida porque está convencida de que “a uno lo condena la ignorancia”.

La biblioteca, además, cuenta con unos carritos exhibidores que trasladan los libros a cada uno de los ocho patios. Los préstamos en este caso no se hacen con el software, sino a partir de una lista hecha a mano que llevan con esmero las bibliotecarias, quienes deben rotar los vehículos todas las semanas, de tal forma que en cada patio haya variedad de títulos.

Lectura y escritura


Fue en medio del encierro que Cervantes comenzó la ejecución de la obra más importante para la literatura hispánica: Don Quijote de la Mancha. ¿Es que acaso la musa inspiradora llega más fácilmente a los sitios de reclusión? Ejemplos como el de Cervantes, Oscar Wilde, Jean Genet y hasta el colombiano Álvaro Mutis parecen confirmarlo. Y textos como la autobiografía de Mariela García Agudelo demuestran la posibilidad terapéutica que tiene la escritura en los internos.

“El proceso lleva la lectura y la escritura amarradas”, explica José Zuleta, encargado de coordinar los talleres de “Libertad bajo palabra”. “Como están escribiendo, tienen que averiguar cosas a través de diccionarios y enciclopedias. Si hacen una crónica, por ejemplo, los motivo a leer Música para camaleones de Capote”. Y agrega que el objetivo de los talleres no consiste en redimir a nadie. “Con el proyecto buscamos que ellos tengan en la literatura una herramienta para mirar lo que son, para comunicarse con sí mismos. En ese ejercicio de confrontación, de releer la vida que han tenido, asumen actitudes nuevas”.

Precisamente, el caso de Mariela parece confirmar esta teoría, pues en su autobiografía demuestra su arrepentimiento:

De ahí en adelante me consideré como una canalla, una delincuente. Marqué mi vida con esta difícil situación por culpa de que dejé y permití que estas personas destrozaran mi vida. La ignorancia nos afectó a tantas personas, este error mucho más; los más afectados fueron sus hijos y los míos. Porque ella se fue de este mundo y ya está en su lugar. Yo estoy en una cárcel compurgando una pena. Pero los que están sufriendo por culpa de nosotras son los hijos ya que les falta esa persona tan importante (la mamá, ella muerta y yo secuestrada por la justicia) (sic).

Mariela ya empieza a escribir la segunda parte de su historia, en la que describirá su vida en el encierro que se prolongará por ocho años más. No le importa porque, como ella misma escribió en su narración, cuando trató de evadir su responsabilidad día tras día se me hacía más pesada la carga. Prácticamente es mejor estar aquí pagando y no huyendo. Está uno en la cárcel allá afuera.

El señor de los anillos


No media más de metro y medio. Su diminuta estatura hacía juego con una sonrisa libre de dientes a la que acompañaba una cicatriz que atravesaba todo su rostro. Era de esas personas que, con su sola presencia, emanan una sensación de miedo. Su tesoro: una serie de anillos que se pone en cada uno de los dedos de las manos, por los cuales le dicen ‘el señor de los anillos’.

Esa imagen, que parece caracterizar a uno de los hobbits descritos hábilmente por Tolkien, es la que retiene en su memoria Angélica Manrique, voluntaria de la Fundación Entre Libros y Lectores, de su primer encuentro con uno de los 60 reclusos que fueron parte del programa “Gente y Cuentos Colombia”, ejecutado por distintas organizaciones colombianas interesadas en promover la lectura.

Manrique, junto con Catalina Unigarro, desarrolló un programa de ocho sesiones de lectura de cuentos en la Cárcel Distrital, en Bogotá. “Al principio, ‘el señor de los anillos’ me intimidaba. Pero en la medida en que avanzábamos en las sesiones comenzamos a conocerlo y a ver que era una persona común y corriente”, recuerda.

El programa, que se viene implementando en Estados Unidos hace más de tres décadas y que el año pasado llegó a Colombia, tiene una metodología sencilla. Un facilitador lee un cuento y luego comienza a preguntar sobre su temática, de tal forma que se genere un intercambio de ideas y opiniones que, inicialmente, se dan alrededor del cuento, pero que fácilmente desencadenan una discusión en torno a las peripecias de la vida.

Al principio, ‘el señor de los anillos’ no participó en ninguna de las discusiones. Sin embargo, fue Julio Cortázar quien lo despertó de su letargo. Luego de leer Casa tomada el recluso habló. La historia de Irene y su hermano hizo que recordara a su propia familia. Así, reveló al grupo que tenía una esposa y dos hijos y expresó su nostalgia por no poder compartir con ellos.

En la siguiente sesión, después de leer El recado de Elena Poniatowska, habló sobre la correspondencia que había mantenido a lo largo de los años con su familia. Confesó que les había mentido sobre su condición años atrás, cuando había estado en otra cárcel. Para mitigar su culpa les escribía cartas en donde decía estar perfectamente, a pesar de que sentía un profundo deseo de verlos. Nunca lo visitaron, por supuesto.

Por Lucía Camargo Rojas

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