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Unos días antes de treparse en el avión que lo llevaría a disfrutar de unas vacaciones en Estados Unidos, Leigh Van Bryan, un joven irlandés de 26 años, bromeó a través de su cuenta de Twitter con frases como “vamos a destruir América” y a “desenterrar a Marilyn Monroe”.
Con eso de “destruir América” Bryan se refería, según lo explicó a varios medios de comunicación británicos, a irse de fiesta, emborracharse y gozar al máximo el viaje a Estados Unidos. Algo similar insinuaba con “desenterrar a Marilyn Monroe”, una frase tomada de una comedia estadounidense.
El problema es que lo que él quería decir y lo que entendieron los 1.449 seguidores que están atentos a sus mensajes de 140 caracteres a través de Twitter, no fue lo que entendieron los agentes de seguridad de EE.UU. y los funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional.
El lunes pasado, cuando el chico británico y su amiga Emily Bunting desembarcaron en Los Ángeles, algunos agentes los abordaron y durante cinco largas horas examinaron cada rincón de sus maletas mientras los sometían a exhaustivos e intimidantes interrogatorios.
Emily contaría al día siguiente que los oficiales les dijeron que no tenían permiso para entrar al país debido a los mensajes de Bryan en Twitter: “Preguntaban por qué queríamos destruir América y nosotros intentamos explicarles que eso significaba que queríamos ir de fiesta”.
Bryan contó que durante varias horas compartió un cuarto de custodia con dos mexicanos que llevaban tatuajes en sus brazos y que eran acusados de narcotráfico. Los mexicanos se quedaron con su merienda cuando ésta llegó y apenas le dejaron tomar el jugo. La tragicomedia por fin terminó ayer, cuando los dos jóvenes aterrizaron en su país con la condición de pedir una visa ante la Embajada de Estados Unidos si querían regresar.
La noticia, una de las más comentadas ayer en redes sociales y medios tradicionales, ha vuelto a abrir el debate sobre los límites de la libertad de expresión en las redes sociales.
De hecho, el pasado 19 de enero, el FBI publicó en su portal un documento invitando a creadores de software a construir una aplicación con la habilidad para “identificar y geolocalizar rápidamente los acontecimientos de última hora, los incidentes y las amenazas emergentes” y mejorar su “conocimiento de la situación y la toma de decisiones estratégicas”.
Según el periodista Wyatt Kash, director editorial de AOL Government, el concurso abierto por el FBI tiene una traducción más sencilla: “una forma de monitorear, mapear y analizar las redes sociales alrededor del mundo en tiempo real”.
Las intenciones del FBI no han caído muy bien en una red donde los usuarios cada día están más sensibles por la cantidad de restricciones que comienzan a surgir contra la libertad de expresión, los problemas de propiedad intelectual y la persecución a “piratas informáticos”.
Raegan MacDonald, analista de Access, una organización no gubernamental dedicada a defender los derechos civiles y humanos en el mundo digital, comentó a El Espectador que “propuestas que amenazan seriamente los derechos humanos se están pasando delante de nuestras narices”. Además de las cuestionadas leyes Sopa y Pipa en el Congreso de Estados Unidos, cita el caso de Acta (por sus siglas en inglés, Anti-Counterfeiting Trade Agreement). Este tratado, que según él se ha negociado de forma secreta por unos 39 países, apunta a devolver el control que han ganado los usuarios de internet a gobiernos y otras instituciones tradicionales.
Pero MacDonald recuerda que “en los últimos años se ha hecho evidente que la internet es una puerta de entrada fundamental para la realización de una serie de derechos humanos. Ha facilitado los movimientos cívicos de todo el mundo, por no hablar de su función crítica como un recurso educativo y su capacidad para estimular el comercio internacional y promover la innovación”.
De ahí que crea que cualquier regulación impuesta al uso de internet y las redes sociales debe respetar los derechos humanos. Una petición que no parece haberse cumplido durante las frustradas vacaciones de Leigh Van Bryan.