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Crack Family, religión de la calle

La banda de rap más famosa de Bogotá se desmarca de los comentarios que la vinculan con un jefe del Bronx. Cuentan cómo dejaron su pasado torcido y viajaron desde los barrios pobres de Ciudad Bolívar a las tarimas en Europa.

Jaime Flórez Suárez
19 de junio de 2016 - 01:51 a. m.
Cejaz Negraz  (Izq.) y Money (Der.) hicieron parte de Fondo Blanco, la banda de la que surgió Crack Family. / Cristian Garavito - El Espectador
Cejaz Negraz (Izq.) y Money (Der.) hicieron parte de Fondo Blanco, la banda de la que surgió Crack Family. / Cristian Garavito - El Espectador

Que de niño Cejaz Negraz era un ladrón y que Money estuvo encerrado en una cárcel de Estados Unidos. Que antes de ser la Crack Family fueron Fondo Blanco y que en ese grupo estuvo metido alias Homero, supuesto jefe de un gancho del Bronx. Que se montaban a una tarima en esa olla y cobraban $1 millón por canción. Lo que se dice de ellos da para un libro en varios tomos.

Es difícil saber qué es mito y qué es verdad en la historia de la banda de rap más famosa de Bogotá. Lo claro es que con su sonido hardcore y sus letras crudas, que cuentan la vida del pillo, el drogadicto y la olla, se convirtieron en un fenómeno de la ciudad, o más bien, de sus calles. La Crack llegó a ser lo que es y a andar, incluso, en limusinas por Europa, por su fidelidad con su origen en los barrios bajos de Bogotá.

En el punto de encuentro le escribo un mensaje a Cejaz para saber dónde está, cuando veo a tres policías alrededor de un carro rojo. Sabía que él andaba sin papeles. Se cayó la entrevista por segunda vez, pensé. La primera había sido el día anterior, cuando me quedé esperándolo en la Plaza España. Los tres policías hablaban con Cejaz. Money estaba tranquilo, recostado en el puesto del conductor. Atrás, un niño de cinco años. El primer policía salió con una libreta garabateada. Respiré aliviado. El mito detrás de la Crack Family se había vuelto prejuicio. Los agentes sólo les estaban pidiendo autógrafos.

Desde sus comienzos en los 90 ya mostraban su potencial para pegar duro en la escena musical. Como Fondo Blanco, fueron un grupo de culto. Los conocían en los barrios populares. Ahora, como Crack Family, son un fenómeno en toda la ciudad. Una religión, dicen ellos. Tanto que en un par de horas la entrevista fue interrumpida una y otra vez por seguidores que llegaban a pedirles fotos y firmas. Ellos los saludaban con sus puños como si fueran amigos de siempre. Y eso que estábamos al norte de la ciudad. En el sur son estrellas. En el centro, dice Money bromeando, “nos tiran hasta calzones”.

Por estos días, la Crack Family anda en boca de muchos porque, luego de que la intervención del Bronx desenterró las historias de esa plaza de drogas, salió una versión que los vincula con un supuesto jefe de un gancho. Ellos lo desmienten, clausuran el tema diciendo que no tienen nada que ver con ningún gancho ni con Homero. Les molesta que piensen que su reconocimiento lo alcanzaron porque los impulsó el crimen. “Publicidad gratis”, les dicen algunos amigos, pero a ellos ese argumento no los convence. Prefieren contar su versión.

Llevaban vidas paralelas, dice Money. Él en Nueva York y su socio en Ciudad Bolívar. Cejaz llegó del campo al sur de Bogotá, con su mamá y siete hermanos. Money salió de Bogotá con su familia a los cinco años rumbo a Nueva York. “Para seguir comiendo mierda acá, pues mejor comíamos mierda allá”, dice.

Ambos son hijos de madres solteras. Uno se envolvió temprano en las drogas, fue ladrón y padre a los 13 años, viviendo en “barrios de putas, ladrones y sapos” en Bogotá, como dice una de sus canciones. El otro estuvo a la deriva afuera. “Caí como víctima de la calle. Viví la pesadilla americana”. Estuvo 19 años en Estados Unidos, los últimos en la cárcel. Volvió a Bogotá porque lo deportaron. “Es mi destino: no volver al punto donde estaba”, cantan en Las tetas d. Eso es algo de la historia que hubo antes de que Cejaz y Money se conocieran y estuvieran en Fondo Blanco, el paso previo de la Crack.

Prefieren no hablar de sus pasados, que ya son bastante conocidos, dicen. Y sí, en internet hay decenas de publicaciones sobre lo que fueron, que tambalean entre el mito y lo que realmente son este par de raperos. Y en sus canciones se descubren detalles de sus vidas, que se pueden condensar en una palabra: calle. “Seguimos siendo gente de barrio. Mis amigos son chinos que se la rebuscan”, dice Cejaz. Ahora sienten que han madurado, que son otros tiempos. “Nuestra música es un reflejo de la ciudad, de nosotros. Habla de estar enamorados, de nuestros hijos, del agua, del aire, de vida”.

Prefieren concentrarse en su presente. La Crack Family significó el despegue de Cejaz y Money: mejorar la producción en sus canciones, tener su propia marca de ropa, abrir tiendas en cinco ciudades, salir de gira al extranjero y la masificación de su música. Hoy, en su canal de Youtube, sus videos suman 151 millones de reproducciones. Un número largo si se tiene en cuenta que no suenan en la radio ni tienen promoción más allá de la que ellos hacen en redes sociales y, sobre todo, si se considera que la industria del rap en Colombia prácticamente no existe. “Un amigo en Miami al que le gusta lo que hacemos, otro en Madrid, otro en Bosa… esos son los que se encargan de mostrar nuestra música”. Así explica Cejaz su modelo de “viralización”, una palabra que repiten, que les gusta.

Mientras crecía el alcance de su música también lo hacía el mito, ese del que se quieren desmarcar. “Han dicho de todo, que éramos illuminati, por una imagen que salió en un video; que nos patrocinaban bandidos; que gracias a nuestra música los niños consumen crack; que hicimos conciertos en la L del Bronx para atraerlos… No, no nos patrocina nadie. Nadie nos pagó el vinilo que grabamos en Europa. Nadie nos dice por encima del hombro qué escribir. Y nadie vivió por nosotros lo que hemos vivido”, agrega Cejaz.

Frente a su concierto en la L, explica: “Un día fui a fumarme un bareto y pensé: ‘qué chimba tocar acá, darle un concierto gratis a la gente del Bronx y hacer una pintura que diga Crack Family’. Les comenté a los de seguridad, que ni siquiera eran estos que ahora mencionan. Les dije: soy el rapero que ustedes ponen a sonar en las rockolas y quiero dar un concierto”. Fue solo un toque, dice, y antes de que se popularizaran los conciertos de rap en el Bronx.

Esas historias que ellos niegan se han potenciado por el contenido de su música. “Un drogadicto en serie”, por ejemplo, narra el recorrido de un muchacho que empieza “fumándose los ahorros de su vieja” y termina muerto por andar robando. “Estoy aburrido/ Quiero matar a alguien/ Se echaron a mi socio por faltar a muchos/ Por fumarse amigos, familiares, conocidos”.

“La música de nosotros es un reflejo de la ciudad y de nuestras propias vidas”, dicen. Y agregan que su lema personal, el de la CF, atraviesa su música: progreso continuo. “Ahora llevamos una vida que va derecho, transparente. Si alguien que me conoció antes me ve ahora y no entiende que es progreso, no entiende nada”, dice Cejaz.

En la entrevista, el hijo de Money, un niño de cinco años, se ha pasado el rato jugando con seis carros que sacó de la juguetería en la que tiene convertido el carro de su papá. Money casi siempre está con él. Lo lleva y lo recoge de las clases de taekwondo, fútbol y natación. Lo lleva y lo recoge del colegio, junto a uno de los hijos de Cejaz, que estudia allí mismo. “Mi hijo logró lo que ni el Estado ni la cárcel ni mi mamá pudieron. Hoy trato de respirar más”. De sus familias “naturales”, como dice Money, les queda poco. Él sólo se habla con la mamá y una tía. Cejaz, sólo con la mamá. “Escogí una familia -dice refiriéndose a Cejaz- porque mi familia natural se alejó de mí cuando tuve problemas”.

“Hay muchachos que dicen: ‘sabe qué cejitaz, no hay familia ni religión sino Crack Family’. Y son muchachos que en serio no tienen a nadie. Lo dicen porque nuestras letras hablan de ellos”. Una buena parte de la ciudad se siente contada en sus letras. El mito crece y la línea que lo divide de la verdad es difusa. Lo concreto es que en las calles de Bogotá, donde caminan pelados con chaquetas con sus caras y sus símbolos, donde se oyen por miles sus canciones, Crack Family se ha vuelto una especie de religión.

 

Por Jaime Flórez Suárez

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