Jerrika: la trans que quería demostrar que todos somos buenos

Ella fue parte de un proyecto que busca dignificar a poblaciones vulnerables. A pesar de su lucha, fue asesinada en medio de una riña. En el mes de la Memoria Trans contamos su historia.

Kelly Rodríguez / krodriguezd@elespectador.com
30 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.
Siempre se sintió como una artista, le gustaba imitar a Celia Cruz, Madonna y Britney Spears. / José Alejandro González
Siempre se sintió como una artista, le gustaba imitar a Celia Cruz, Madonna y Britney Spears. / José Alejandro González

Quienes conocieron a Jerrika cuentan que cocinaba delicioso, aunque usaba mucha azúcar y, quizás, esa fue la forma que tenía esta mujer transexual para ponerle “dulce” a una vida con tintes amargos y convulsionada. Su condición de habitante de calle la enfrentó a riesgos que marcaron el desenlace de su vida. En la madrugada del 16 de noviembre murió luego de una riña. Sus dolientes fueron 40 trans que se convirtieron en su familia, ya que con sus parientes rompió relación cuando era joven y empezó a consumir alcohol.

Esa fue la primera de muchas decisiones que le complicaron la vida. Nació en Palmira (Valle del Cauca), su nombre de pila era Jhon Jairo Rivas y desde pequeña se le vio jugando con muñecas. No conoció a su papá y su mamá murió cuando tenía dos años. Su crianza estuvo a cargo de la tía Dolores, la matriarca de una amplia familia de descendencia afro.

“Su infancia no fue la mejor, pero tampoco la peor. Como pobres siempre hemos sido una familia unida. Tendría 13 o 14 años cuando nos dimos cuenta de que era gay y nunca lo discriminamos”, afirma Luisa Riascos, sobrina de Jerrika, quien reside en España.

Con la adolescencia llegaron los excesos que, según la familiar, se salieron de control. Llegaba ebria y drogada a la casa y se tornaba violenta. Por eso tuvo que irse de donde su tía. Tenía 20 años cuando viajó a Bogotá en busca de oportunidades, que la sacaran del circulo vicioso y redireccionar su vida. Pero en esa ruta desenfrenada de escape chocó con la realidad. Llegó al barrio Santa Fe y, sin otra opción a la vista, ejerció la prostitución por un tiempo. Se volvió adicta al bazuco. Por segunda vez la echaron de donde vivía y así quedó en la calle. “Nunca volvió a Palmira. Sabíamos de él solo cuando llamaba. Nos faltó unión para ayudarlo. Aunque cada quien se labra su camino”, dijo Luisa.

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Sin embargo, para José González la conclusión no es así de simple. Según él, la discriminación de la gente, la hostilidad en el trato y la falta de oportunidades para una mujer negra, drogadicta y transexual la dejaron sin salida. La conoció hace dos años cuando ella frecuentaba el sector del Park Way, donde departía con otras mujeres trans y pedía dinero.

Para entonces González, quien se desempeña como artista audiovisual, desarrollaba el proyecto Todos somos buenos, para devolverles la dignidad a los habitantes de calle, conocer sus historias y derribar los perjuicios en torno a ellos. “Le vi luz a Jerrika. Su felicidad fue lo que me enamoró. Es como la del Guasón, como una máscara, una bomba a punto de estallar. No quiero justificarla. Se le cerraron puertas por su comportamiento, pero creo que más por su condición sexual”, asegura el artista.

“He vivido experiencias dolorosas, pero eso puede servir para madurar y coger fuerzas. ¿Qué me pone feliz? La rumba, me encanta tomar, cantar, bailar, estar tranquila. Mi sueño es vivir en Palm Beach, conocer a un hombre especial, adoptar dos niños y realizarme como mujer”, fueron las infidencias que Jerrika quiso contarle al mundo a través del video que hizo el artista.

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Narró, además, que antes de viajar a Bogotá estuvo en Cali, donde conoció el mundo de las mujeres trans y protagonizó espectáculos interpretando a Madonna, Britney Spears y Janeth Jackson. Se sentía una artista, se maquillaba con colores extravagantes, usaba una peluca color cenizo y se pintaba las uñas. Su mayor miedo era la soledad que, paradójicamente, la acompañó durante la mayor parte de su vida.

Cuando se publicó el video, unos cuantos amigos y familiares, que no sabían de Jerrika, se contactaron con Alejandro para saber más de ella. “Me involucré mucho. Era como su acudiente. El día antes de morir me llamó y le propuse hacer un largometraje sobre su vida, pero cuando colgamos creí que no estaba preparada. A la madrugada me enteré de que la habían matado”.

La desesperanza es la culpable

Diana Navarro Sanjuán, mujer trans, trabaja con la Subdirección para Asuntos LGBTI de la Secretaría de Integración Social y llegó a la vida de Jerrika cuando trató de ayudarla. La llevó a un hogar para habitantes de calle. Ahí se quedaba un tiempo, se calmaba y se iba. “Usaba los hogares para recuperarse y luego salía a la vida que había elegido, en la que se sentía libre, en la que sentía que no le tenía que rendir cuentas a nadie”, cuenta Diana.

Agrega que el problema de fondo era su desesperanza. Pensaba que no tenía sentido vivir diferente si siempre la iban a tildar como “la marica” y entró en una sin salida, potenciada por una depresión posconsumo. El proceso judicial por su muerte está en investigación. La Fiscalía recogió la versión de quienes la conocían y de testigos. Sin embargo, hasta el momento no hay capturados y están a la espera de que Medicina Legal entregue los detalles de la necropsia.

El jueves, 12 días después de su asesinato, un grupo de mujeres se reunió para darle el último adiós. Ningún familiar asistió, pero Jerrika estuvo rodeada de quienes la admiraron en vida. Ella es una de las 19 mujeres trans asesinadas en lo corrido del año en el país y que forma parte de la lista de víctimas a recordar en el Mes de la Memoria Trans.


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Por Kelly Rodríguez / krodriguezd@elespectador.com

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