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El mico que unió a las Américas

Los dientes de un primate que vivió hace 21 millones de años y que atravesó el océano que separaba a América del Sur de la del Norte es la nueva pista para entender el intercambio de especies entre estos territorios.

Lisbeth Fog
23 de abril de 2016 - 03:48 a. m.

Siete dientes fosilizados, entre muelas y colmillos, dan cuenta de la existencia de un mico que vivió en Panamá hace 21 millones de años y evidencian el registro más antiguo de un mamífero migrando desde Suramérica hacia el norte por accidente o buscando nuevas rutas para conquistar espacios. Este hallazgo realizado por geólogos, paleontólogos y biólogos, publicado en la prestigiosa revista Nature esta semana, ofrece respuestas sobre lo que ha sido el gran intercambio de especies entre las Américas, aunque también genera más interrogantes sobre la historia geológica del continente y la evolución de las plantas y los animales que hoy forman parte de su diversidad biológica.

El Panamacebus transitus, parecido al que hoy se conoce como el mono capuchino de cabeza blanca, pudo haber llegado de un continente a otro, en esa época sólo Sur y Norteamérica, de diferentes maneras: montado encima de un tronco u otro tipo de material flotante que lo llevó de una orilla a otra, o puede que por una tormenta se haya aislado un grupo de ellos y las olas del océano los hayan llevado a las costas de la entonces larga y delgada punta norteamericana, en terrenos donde hoy es Panamá. El hecho es que estos dientes prueban que los micos fueron capaces de cruzar, “aunque aún no estemos seguros de cómo lo hicieron”, afirma Aldo Rincón, estudiante de doctorado en geología en la U. de Florida, y uno de los autores de la publicación.

También podrían reforzar la teoría de que los continentes se unieron mucho antes de lo que se creía, explica el geólogo Camilo Montes, de la Universidad de los Andes, coautor del estudio: “De acuerdo con las reconstrucciones que hemos estado haciendo en estos últimos años, esa puntica de Panamá y Suramérica ya estaba muy cerca hace 21 millones de años” (ver “Panamá es más viejo de lo que se creía”).

Y si bien es una prueba reina que encaja en el rompecabezas de la evolución del continente, esos siete dientes también generan preguntas, porque aparentemente el mico no persistió. Quizá subió un poco más hacia el norte, pero no colonizó Norteamérica. “Pensamos que el mico no migró hacia zonas temperadas debido a que necesitaba este ecosistema tropical de origen suramericano”, apunta el paleontólogo Carlos Jaramillo, del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales. En ese entonces era un bosque tropical similar a la vegetación que hoy tiene el Chocó. Las Cascadas, el lugar del hallazgo de los dientes del mico en el canal de Panamá, “estaba bajo el nivel del mar y hace 22 o 23 millones de años emergió a la superficie”, explica. “Las primeras plantas que habitaron este nuevo territorio vinieron de Suramérica cruzando el mar. Esta es la misma ruta que probablemente tomó el mico”.

Trabajo de campo

Los colombianos Jaramillo, Montes y Rincón han escarbado suelos panameños y del norte de Colombia, formaron parte del descubrimiento de la gran serpiente encontrada en La Guajira que data de hace 60 millones de años, la Titanoboa cerrejonensis, y ahora del grupo que descubrió al mico panameño, junto con otros nueve científicos. Pero fue el geólogo Aaron Wood, de la Universidad de Iowa, quien encontró las primeras muelas y colmillos en una salida de campo durante 2012, les tomó una foto y la mandó a varios de sus colegas preguntando a qué especie podrían pertenecer. “Así tengas solamente un dientecito, uno puede saber qué tipo de criatura es”, dice Rincón, y la estructura de estos dientes sólo corresponde a primates.

Pero habrá que encontrar más fósiles que entreguen más información, y es necesario hacerlo pronto porque la vegetación está cubriendo de nuevo la zona donde realizan los trabajosgeológicos. “La expansión del canal de Panamá provee una oportunidad en cien años para lograr este tipo de descubrimientos”, dice Jonathan Bloch, del Museo de Historia Natural de la U. de Florida. “No podemos asumir que siempre tendremos acceso a estos afloramientos rocosos”.

Por Lisbeth Fog

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