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Acción de paz, acción de duelo

La directora de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia explica el alcance de la instalación “Sumando ausencias”, liderada por la artista Doris Salcedo en la Plaza de Bolívar de Bogotá.

María Belén Sáez de Ibarra *
23 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.
Imágenes de la Plaza de Bolívar el pasado 11 de octubre, cubierta por la instalación  “Sumando ausencias”.  / Fotos: cortesía del taller de la artista Doris Salcedo
Imágenes de la Plaza de Bolívar el pasado 11 de octubre, cubierta por la instalación “Sumando ausencias”. / Fotos: cortesía del taller de la artista Doris Salcedo
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Llamar a los ausentes, a nuestros antepasados, es un acto de memoria necesario para sumar fuerzas y llenar el vacío que nos deja el silencio de la muerte. Es volverlos a traer a la existencia, es sumarlos a lo que somos y podemos llegar a ser, en la conciencia de la potencia de la vida como fuerza que persevera en sí misma. Llamar a las víctimas a que se hagan presentes allí donde discurre el clamor de millares de colombianos por la culminación positiva del acuerdo de paz ya. (Vea acá el especial A CONSTRUIR LA PAZ)

Para Doris Salcedo, Sumando ausencias es todo esto, como nos cuenta en su reciente entrevista en El Espectador: “Las víctimas del conflicto fueron puestas en el centro de nuestra vida política por una comunidad efímera que se forjó en los días en que hicimos la obra”. Una obra pensada y realizada en unos pocos días en respuesta al No del plebiscito por la terminación del conflicto con las Farc: espontánea y abierta como una flor silvestre ante el fogonazo del sol.

La artista Doris Salcedo nos ha mostrado a través de una vida de trabajo, la cual ha sido una continua oración fúnebre —una vasta obra que configura una topología del duelo—, que los actos violentos de la guerra pretenden borrar la dignidad de los cuerpos y despreciar la vida. Dejarnos sin la presencia de nuestra gente. La violencia política rompe el lenguaje, altera el orden del mundo para introducirlo en el sinsentido que nos deja en la absoluta soledad, sin expresión y sin piso para recomponernos.

Nos invita por ello a construir y fijar en la conciencia colectiva imágenes simbólicas, como la que se produjo en la acción colectiva de duelo que tuvo lugar en la Plaza de Bolívar de Bogotá el día martes 11 de octubre, necesarias para contraponerse a esa ruptura del lenguaje del ser, superponiendo a la imagen del horror y de la negación de la vida y su sacralidad una imagen que sea su opuesto, que se yerga impoluta, diáfana, llena de luz, con capacidad de invocar la fuerza del amor y la reconciliación de una sociedad abatida por el dolor no sanado. Que pueda invocar la presencia de lo que ha sido asesinado.

Allí se manifestaron las víctimas en cada una de las miles de personas que tejieron esa bandera-mortaja blanca de telas con los nombres de 2.000 víctimas dibujados en ceniza, que fue cubriendo paulatinamente a lo largo de todo el día la extensión de la plaza, en un conjuro fuerte, silencioso, generoso, conmovedor, en donde todos nos sanamos esta profunda tristeza por los momentos tan duros que estamos viviendo. Se hicieron presentes los ausentes.

Aquí y allá se reunieron con sus propios descendientes, que cosieron los nombres de su propia gente, y los nombres de los desconocidos pero bien queridos, en nombre de la propia sangre que ha corrido y en nombre del lazo social que también ha roto la guerra y que no podemos sino tejer y remendar cada uno de nosotros con paciencia, sin desistir. Sumando el más allá a este mundo, para hacerlo parte del aquí y el ahora, y nos lleve a un nuevo destino en donde no tengamos que matarnos más, abstenernos de la venganza, ir más allá de la indignación, del dolor, de la rabia, de la desesperación, para tejernos juntos los vivos y los muertos.

“Vivimos, nos entretejemos y somos”, escribió san Pablo en su discurso a los areopagitas. En la acción se unieron con generosidad víctimas, estudiantes, niños, bebés, ancianos, artistas, guerrilleros, excombatientes de las autodefensas, jóvenes mutilados del Ejército Nacional, familias enteras, todos entretejidos en esta gran mortaja blanca de paz, que se recogió inmediatamente terminada, en un acto también fuerte y sobrio en donde cientos de voluntarios la envolvieron con rapidez en una danza sublime de armonía. La gran mortaja es ahora signo y fuerza de lo sagrado y a todos nos pertenece.

Iván Márquez, vocero de las Farc, inmediatamente escribió en un comunicado bajo la imagen de Sumando ausencias: “Esta imagen de la Plaza de Bolívar tapizada con el blanco de la paz nos dice que el futuro de Colombia es la reconciliación”. Que así sea. Y que todos los actores de este conflicto y el Gobierno Nacional, con la oficina del alto comisionado de Paz y su equipo negociador, junto al equipo negociador de las Farc y el Eln, encuentren un punto final definitivo a este conflicto que no nos deja pensar en otra cosa: ¡vamos a avanzar por la otra Colombia, que entretejidos somos resurgidos de las cenizas!

* Abogada, crítica de arte y curadora independiente. Dirige el Museo de Arte de la Universidad Nacional y es miembro del Comité de Artes del Banco de la República.

Por María Belén Sáez de Ibarra *

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