El Magazín Cultural
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Del rumor a la tragedia

Con el protagonismo de Mads Mikkelsen, este filme muestra las consecuencias que puede tener una mentira en una población marcada por la rutina y el hastío.

Fernando Araújo Vélez
16 de mayo de 2013 - 10:00 p. m.
Mads Mikkelsen interpretando a Lucas en ‘La cacería’, el más reciente filme de Thomas Vinterberg. / Cortesía Babilla Films
Mads Mikkelsen interpretando a Lucas en ‘La cacería’, el más reciente filme de Thomas Vinterberg. / Cortesía Babilla Films

Unas palabras, miradas que dicen más que esas palabras, juegos, recuerdos añejos, una cámara que en ocasiones intimida, que expone y esconde a la vez, que hiere. Un drama que crece, lento, y después se transforma en vértigo. Vértigo lacerante, absurdo. Vértigo-puñal-perplejidad. Y el pueblo. Y su aislamiento, y el “aquí nunca pasa nada” que convierte en rencor y locura un rumor sobre un suceso jamás comprobado. La niña dijo que Lucas le había mostrado... La rectora dijo que iba a investigar, pero sentenció que Lucas había abusado de la niña. Y los otros niños hablaron.

Para no ser menos que ella, o llevados por el miedo de múltiples interrogatorios, contestaron que sí, que a ellos también los había tocado. Y la niña guardó silencio cuando la contrainterrogaron, y luego, muy en privado, le dijo a su madre que Lucas no había hecho nada, pero la nieve ya era una tormenta, y Lucas era culpable porque en aquel pueblo en el que “nunca pasa nada” un culpable era la promesa de que pasaría algo, y la madre de la niña ya no iba a devolver la película por un “simple” inocente.

Corrieron los rumores. Surgió el odio. Como en Nada, novela de Jane Teller, también danesa, los pequeños sucesos fueron pequeños indicios de dramas que se convertirían en tragedias. El hastío, la rutina, fueron los detonantes de algo que debía ser estremecido: la vida. En Nada, un grupo de adolescentes decide jugar a dejar en una pila lo que más sentido tiene en sus vidas para demostrarle a un muchacho “nihilista” que la vida sí tiene sentido. Al comienzo es un juego de fruslerías. Luego va exigiendo mayor compromiso, y lo que era una pulsera a cambio de unos aretes, se vuelve el cadáver de un niño a cambio de la virginidad, y al final, una tragedia.

En La cacería, a Lucas le mataron el perro, le rompieron las ventanas de la casa, le prohibieron comprar en la tienda de víveres, lo apalearon allí, lo señalaron, lo ignoraron, y a su hijo, por quien luchaba porque las leyes estaban en su contra y protegían a su exmujer, lo golpearon también. La tormenta no cesó. El odio se multiplicó. Con excepción de un amigo, compañero de caza, nadie creyó en Lucas.

La niña volvió a decir que él no le había hecho nada, pero ya a nadie le convenía la verdad. Antes, al comienzo, dijeron que los niños jamás mentían. Por eso era cierto todo, por eso tenía que ser cierto todo. Luego, cuando ella habló y aclaró, resolvieron concluir que estaba confundida. Era difícil retractarse de tanta infamia. Fue imposible. Lucas quedó marcado para toda su vida, más allá de que la Justicia hubiera fallado en su favor. La sentencia moral fue más fuerte que la legal. El remordimiento, el temor, la incapacidad de ofrecer disculpas, de pedir perdón como lo hacían en la iglesia todos los domingos, primaron sobre la dignidad. Un amor infantil llevó a una mentira que derivó en una sospecha. Una sospecha concluyó en una acusación que acabó en tragedia.

faraujo@elespectador.com

Una niña de cuatro o cinco años que cree enamorarse de su profesor en el jardín de infantes, y un hombre, ese maestro, Lucas, que se entrega en tiempo completo a sus alumnos y específicamente a ella, Klara, la hija del amigo con quien compartió los mejores momentos de su adolescencia. Un pueblo perdido en Dinamarca. Un breve comentario en broma del hermano mayor de Klara, que perturba a la niña. Un beso que ella le da a su maestro y una inmediata reconvención, “porque esos besos son para los adultos”. Un regalo despreciado, una herida infantil, una pregunta casual de la rectora del jardín y la respuesta contundente e ingenua de la niña, que termina por involucrar a su protector, Lucas.

Por Fernando Araújo Vélez

 

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