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Soy de esas personas que presumen de no tener miedo de los espíritus. Me asustan más los vivos, siempre lo he dicho. Sin embargo, a lo largo de mi vida me he encontrado con casos de fantasmas que me han hecho replantearme mis miedos. Esto fue lo que me pasó con esta historia. La primera vez que oí hablar de ella fue gracias a William Betancur, propietario de la Funeraria Betancur. Por aquellos entonces, a este señor se le había ocurrido la bonita iniciativa de realizar un censo de fantasmas y, cómo no, me puse en contacto con él inmediatamente. Llegamos a establecer una comunidad fluida. Durante este tiempo estuve recibiendo información puntual sobre algunos de los casos más impactantes que William, convertido en “funerario cazafantasmas”, se encontraba. Pero el que más cautivó mi atención fue, sin duda alguna, el de un niño que jugaba con un amiguito fantasma que a punto estuvo de matarle.
Sucedió a diez kilómetros al sur de Medellín, en la ciudad de Envigado, habitada por alrededor de 170.000 envigadeños que viven y conviven en el Valle de Aburrá, en el departamento de Antioquia. Poblado originariamente por la tribu de los yanaconas, el municipio cuenta con 39 barrios y seis veredas. Fue en uno de aquellos barrios, concretamente en La Magnolia, donde John Freddy vivió su pesadilla. Tan sólo tenía seis años. Lo que voy a relatarles a continuación sucedió a finales de los años 90, pero el lugar sigue estando encantado y la familia que vivió este fenómeno de persecución espectral siguió sufriendo sus consecuencias aún después de mudarse.
En la casa del pequeño John Freddy había un patio con un mango donde él solía jugar con un amigo que parecía entrar y salir de aquel árbol. A veces el extraño compañero de juegos le daba a John mangos maduros fuera de temporada, cuando ni el árbol del patio ni ningún otro de la ciudad daba frutos. ¿De dónde salían aquellas piezas tan jugosas que John llevaba a la casa y de las que todos comían? John aseguraba que se las daba su amigo. Tal vez ustedes se estén preguntando si acaso es posible que un fantasma se saque unos mangos o cualquier otra cosa de debajo de la manga, así como si nada. Pues bien, tenemos constancia de que a lo largo de la historia se han venido produciendo ciertos fenómenos conocidos por los expertos en investigación paranormal como “aportes”. Estos aportes son, supuestamente, transferencias sobrenaturales de objetos de un lugar a otro, o de una dimensión a otra. Este fenómeno está estrechamente relacionado con los fenómenos poltergeist y las casas encantadas, aunque hay que decir que el fenómeno de los aportes es bastante inusual.
Cuando los fantasmas te invitan a matarte
William Betancur me pasó un reportaje realizado por el programa En Caliente (Cosmovisión) en el que él mismo tuvo la oportunidad de colaborar, cubriendo este caso tan insólito, y a la vez tan desconocido por el gran público. Allí estaban los protagonistas de aquella historia contando su terrorífica experiencia en primera persona. La madre del pequeño se daba cuenta de que su hijo siempre andaba hablando con un amigo invisible con el que jugaba todo el rato, hablaba, se echaba a dormir con él, iba y venía. ¿Qué pasa cuando tu mejor amigo es un fantasma? ¿Cómo lo recordaba, ya con diecisiete años, John Freddy? Eso fue lo que le preguntaron al muchacho, y para refrescarle la memoria, le entrevistaron en aquella misma casa y aquel mismo patio de recreo en el que solía jugar con su compañero de juegos invisible. “Me acuerdo que era como una sombra –decía John Freddy–. Entonces yo siempre que venía a hablar con él, me tiraba un regalo, o por ejemplo yo le pedía cosas para el abuelo o para mamá y él me tiraba un manguito. O yo hablaba con él a veces, me sentaba con él acá [señalando un lugar a pie de mango] a hablar, jugaba a muñecos con él. Al principio su familia pensaba que se trataba de una fantasía infantil. ¿Quién no ha oído hablar de los amigos invisibles de los niños? La madre de John Freddy decía: “Siempre me decía que tenía un amigo y se mantenía supuestamente en el patio y entraban a la casa y lo mismo pasaba en la cama, que se quedaba hablando con este amigo y se acostaban juntos”. Pero ¿de dónde salían los mangos cuando era fuera de temporada? Y lo más inquietante, ¿de dónde salían los extraños ruidos inexplicables y la sombra que cruzaba el patio de la casa furtivamente? Pronto llegó el momento en el que John ya no era el único que podía ver al fantasma, y los miembros de la familia se dieron de bruces con la respuesta a sus inquietudes: la casa estaba habitada por el espíritu de un niño. “Se veían sombras, el niño hablaba mucho con él, constantemente. Yo lo veía en una alcoba, en el patio…”, añadía su madre, quien además se atrevió a hacer un pronóstico de la edad de aquel niño eterno: “Yo le calculaba unos tres o cuatro añitos, por el tamaño de la sombra”. John Freddy lo tenía claro. El misterioso amigo tenía casi su misma edad: “Sí, era un pelaíto, un niño”.
Parece ser que la señora que había vivido antes que ellos en la casa, se había marchado de allí porque había visto la sombra de aquel niño fantasma debajo de la mesa del teléfono y se había asustado mucho. Aquella mujer les había advertido, les había prevenido y les había aconsejado que no se fueran a vivir a esa casa por ese mismo motivo. “[La señora que vivió aquí] –confesaba la madre de Freddy– se fue por lo mismo, porque ella sí lo vio, debajo de la mesa del teléfono. Esa señora me dijo: ‘Ay, no vengan a vivir acá, porque aquí se aparece un niño’”. Sin embargo, la familia de John Freddy había hecho oídos sordos a lo que probablemente pensaron que sólo se trataba de supersticiones y leyendas.
Estaban lejos de llegar a pensar que la historia podría desembocar en los ríos de la tragedia. ¿Qué pasa cuando los niños fantasmas quieren encontrar un compañero de juegos en la muerte y le piden a un niño rebosante de vida que “juegue” con ellos para siempre en la muerte? Es una pregunta interesante, porque eso fue lo que le pasó a este muchacho envigadeño. John Freddy se encontró un buen día con una proposición aterradora. Su amigo invisible le invitó a seguirle en el más allá. Así lo explicaba el protagonista de esta historia: “Yo le dije que si nos íbamos a ir y él me dijo que si nos íbamos los dos. Acá había un columpio. Yo me enrollé con ese columpio pensando que yo me iba a ir así con el amiguito. Entonces cuando llegó mi mamá y me dijo ‘¿Qué hace usted con eso en el cuello?’; yo le dije: ‘¿Sabe?, es que yo me voy a ir con el amiguito’”. La madre de John Freddy tuvo que enfrentarse a la descorazonadora y escalofriante escena de ver a su hijo al borde de la muerte en más de una ocasión, con las cuerdas del columpio estrangulando su cuello. El espíritu no cejaba en su empeño: tenía que conseguir que su joven amigo se suicidase, o al menos, esta era la impresión que estaba dando a la atormentada madre, quien sorprendió en varias ocasiones a su hijo de esta guisa, intentando ahorcarse: “Varias veces los encontramos con la cuerda al cuello, cuando supuestamente eso lo habíamos puesto para un columpio. Permanecía más en el patio que en la casa, y se mantenía hablando y montadito en el palo jugando”.
La familia ya no aguantaba más. Tenía que saber qué estaba pasando. Así fue como un día, varios miembros de la familia decidieron hacer una excavación en el patio, alrededor de la tierra en la que estaba plantando el mango, el árbol desde donde la enigmática sombra infantil parecía entrar y salir. Los primos y tíos de John cavaron y se encontraron con un pequeño tesoro lleno de nostalgia y terror, un cofre con ropa de niño y los restos humanos de un niño y un adulto. ¿Quiénes eran aquellas personas? Nadie lo sabía. Aquello era un auténtico misterio. John Freddy y su madre ya no viven allí. Sencillamente, no pudieron soportarlo, así que acabaron mudándose, pero la madre de John asegura que el niño fantasma todavía vaga en esa casa que dejaron atrás. ¿Es así? Con el fin de averiguarlo, me puse en contacto con el periodista Úber Valencia, del periódico Gente, quien siguió el caso de esta casa en cuyo patio cuentan que todavía se aparece el fantasma de los mangos, causando actividad paranormal. Úber me contó que la hermana de John Freddy regresó a vivir a la casa: “Los habitantes de hoy son los mismos de la época en que John Fredy estaba pequeño y compartía con el fantasma. Hacia finales de los ‘90 él y su familia se fueron de la casa, pero luego una hermana de John Fredy volvió a vivir allí. Lo que me dijo es que nunca vieron al fantasma como un peligro, se acostumbraron a vivir con él”, me contaba el periodista. Cuando le pregunté si los actuales inquilinos todavía veían al fantasma de los mangos, me contestó con un sí rotundo: “Sí, tanto la mamá de Freddy como la hermana dicen que lo ven de vez en cuando y que ocurre sobre todo después del mediodía. Los niños que ahora viven allí también manifiestan verlo, pero no le tienen miedo. El único que le tiene temor es el perro. Las personas que viven ahora en la casa también aseguran que el fantasma todavía está allí”. El mismísimo Úber en persona pudo constatar este terror del can cuando estuvo en la casa, tal y como relataba en su crónica del 10 de junio del 2011 en Gente: “Al final de la casa ni el perro se acerca. No le gusta. Ni lo ha hecho, ni piensa hacerlo nunca. Apenas sí llega hasta la puerta. Prefiere quedarse corriendo por el resto de la casa […]”. Y más adelante, añadía: “Hoy, allí, viven dos niños que gozan de la vida sin problemas ni preocupaciones. La abuela cuenta que la niña, la más pequeña, en las tardes, señala a un bebé. Así lo llama”. Estábamos ante otro niño que veía al fantasma en la casa, señalándolo claramente e identificándolo con lo que ella llamaba “un bebé”; pero, ¿cómo es la convivencia entre vivos y muertos? Según las actuales moradoras de la casa, no se trataba de un fantasma dañino, aunque una noche sí les molestó realmente, haciendo alarde de poderes sobrenaturales y provocando un fenómeno poltergeist en la casa. Ocurrió en 1999, una noche en la que la abuela se fue con el menor de la casa: “Esa vez sí llamó la atención. Nos sacaba las cosas de las cajas como reclamando a su amiguito. De resto siempre ha sido un buen fantasma”. Ellas pensaban que el fantasma se había enfadado porque el hijo menor se había ido de la casa, y aquellos poltergeist de sacar las cosas de las cajas era su manera de llamar la atención y de reclamar la vuelta del joven. A pesar de estas pataletas y rabietas del más allá, moviendo objetos, y de las repetidas expresiones de maldad de las que la entidad paranormal dio muestra al incitar a John Freddy a ahorcarse, estas mujeres se habían acostumbrado a vivir con el fantasma de los mangos, e incluso le consideraban “buen fantasma”, tal y como me decía Úber Valencia: “La idea que quedó fue la de un fantasmita que sólo busca jugar, uno con el que, además, se acostumbraron a vivir. Es como si fuera parte de la familia”. Además, como buen profesional, mi compañero periodista recogió testimonios de gran riqueza descriptiva en su crónica, en relación a cómo los moradores de la casa veían al fantasma: “Tenía forma humana, pero no era como ver a un humano. Él era como una luz, una estela blanca. Corría entre las habitaciones y se perdió detrás de una cama”.
Investigaciones paranormales en la casa del fantasma
William B. fue uno de los primeros en acudir a la casa del “fantasma del mango” para realizar toda una serie de investigaciones paranormales patrocinadas por la Funeraria Betancur. Su propósito era registrar cualquier indicio de presencias sobrenaturales con el fin de completar ese ambicioso proyecto que les había comentado al principio: realizar el primer censo de fantasmas del país. Hasta allí se desplazó, pues, William B., con parte de los miembros de su equipo, para realizar las oportunas investigaciones y comprobar si allí se daban o no indicios de presencia fantasmal. Le pregunté qué tipo de pruebas realizaron en el lugar y me comentó que allí realizaron dos grabaciones donde quedaron registrados murmullos de voz; también me explicó que usaron una brújula que cambiaba de dirección de forma reiterada en la primera investigación que llevaron a cabo allí, y de forma más esporádica en la segunda. “No hay reportes de materiales electromagnéticos, ni fuentes de agua, ni quebradas en el sitio”, me dijo. Pero pasó algo que los convenció definitivamente de que allí había un fantasma. Uno de los miembros del equipo de investigación se encontró con él. Lógicamente, cuando uno se pone la gorra de “cazafantasmas” y se aventura a los lugares más escalofriantes que uno pueda imaginar, con la esperanza de cazar a un fantasma, se supone que está preparado para encontrarse con uno, pero no siempre es así. Créanme, sé de lo que les hablo. Sin embargo, el compañero de William Betancur tuvo los reflejos suficientes como para mantener la calma y reaccionar con rapidez, accionando su grabadora en cuanto vio la sombra, y logrando así registrar una voz que susurraba algo, aunque hasta el día de hoy nadie ha podido descifrar la psicofonía.
Yo, sinceramente, no sé si viviría tranquila con semejante panorama. ¿Y ustedes? En cualquier caso, este investigador estuvo realizando averiguaciones sobre la historia y el patrimonio de la casa, ayudado por la información que los vecinos le brindaron: “Allí vivió un niño hijo de unos indígenas y el niño jamás se volvió a ver. Esto es acorde con el hallazgo de los huesos en la excavación, y se presume que de acuerdo a las costumbres indígenas fue enterrado al lado del árbol de los mangos”, contaba William. Ciertamente, las tradiciones yanaconas exhiben una extraordinaria atención a los elementos de la naturaleza. Los árboles, por ejemplo, son elementos a tener en cuenta en las prácticas funerarias del pueblo yanacona, puesto que era común realizar una ofrenda a los muertos que se colocaba bajo un árbol o se enterraba allí. Esta ofrenda consistía, fundamentalmente, en dejarle bajo el árbol su comida favorita, pero también podía consistir en enterrar al difunto junto a sus ropas y pertenencias personales, tales como juguetes, especialmente si se trataba de un niño. Así lo hacían también los muiscas, quienes por lo general enterraban a sus muertos con alimentos, joyas, vestidos, etc. Para los yanaconas, la muerte no era el final, sino una forma de conectarse con el más allá, un lugar donde el tiempo y el espacio se miden de forma diferente, pues cuando para nosotros ha pasado una año, para los espíritus sólo ha pasado un día y una noche. Su forma de entender el proceso vital era espiral, de forma que el final (muerte), siempre conducía a un nuevo comienzo (nacimiento). Todavía hoy podemos encontrar rastros de sus creencias, mitos y leyendas acerca de la muerte entre los yanaconas que en la actualidad habitan en Colombia. Por ejemplo, se cuenta que la muerte no es más que un sueño, y que por eso mismo, mientras dormimos, nuestro espíritu sale del cuerpo y viaja al mundo de los espíritus. Sin embargo, a veces los espíritus podían influenciar, molestar o causar desgracias y enfermedades a los vivos. ¿Es el niño fantasma de los mangos uno de estos espíritus malignos? ¿O tan sólo se trata del alma perdida de un niño sin más, con miedo a la oscuridad de su soledad?
Ahora bien, ¿qué pasó con los objetos y los esqueletos que encontraron en la excavación? William me contó que la familia lo volvió a enterrar todo en el mismo lugar. Lo que una vez se enterró bajo tierra, que nadie lo vaya a molestar, podríamos pensar, a la luz de tantos casos en los que suceden fenómenos paranormales en lugares donde hay gente enterrada, sobre antiguas necrópolis o cementerios o próximos a estos. Estas ideas bien podrían ser el argumento de la famosa película Poltergeist a no ser porque también son el argumento de cientos de casos reales como los que he investigado a lo largo de mi carrera. Por otra parte, uno de los fenómenos que más le llamaban la atención a William en este caso, era el del aporte de los mangos maduros: “El niño John Freddy aparecía con un mango maduro, y si bien en la casa, en el patio trasero, hay un árbol de mango, este está como pasmado y la familia no le ha visto mangos a este árbol, e incluso el niño tenía mangos en época que no era de cosecha”. Lo que estaba claro, según el testimonio de los investigadores, es que los miembros de esta familia habían comido muchos mangos gracias a este fantasma. Algunos pensarán que toda esta historia es digna de un argumento de Gabriel García Márquez, al más puro estilo del realismo mágico, otros pensarán que estamos ante un caso de “amigo imaginario” con raíces psicológicas, y otros tantos, se quedarán con la duda en el aire. Yo, simplemente, les dejo la conclusión en sus manos.
El dato: El espiritismo afirma que hay espíritus de seres fallecidos, llamados “espíritus obsesores”, que obran sobre los individuos influenciándoles, apoderándose de su voluntad e induciéndoles a vengarse, tener conductas desordenadas, pensamientos negativos, o, incluso, a suicidarse.