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Los descarnados trazos de Débora Arango

El Museo de Arte Moderno de Medellín trae a Bogotá una muestra de la obra de una de las pintoras más polémicas del arte colombiano del siglo XX.

Paula Santana
05 de mayo de 2012 - 09:00 p. m.

“La vida, con toda su fuerza admirable, no puede apreciarse jamás entre la hipocresía y el ocultamiento de las altas capas sociales; por eso mis temas son duros, acres, casi bárbaros. Por eso desconciertan a las personas que quieren hacer de la vida y de la naturaleza lo que en realidad no son”, dijo a finales de la década de los 30 la artista antioqueña Débora Arango, quien con sus cuadros descarnados de la realidad colombiana y sus desnudos femeninos desató tempestades políticas, sociales y artísticas.

Su obra no sólo causó polémica por los retratos de cuerpos femeninos de exuberante sensualidad, sino por nutrirse de los marginados, los deambulantes, los trasnochados, las sirvientas y las prostitutas. Criada en una familia de tradición católica, “conocida por su piedad sin estrépitos y por la noble pureza de su vida”, Arango no quiso pintar la falacia de la alta sociedad sino observar la vida directamente en las calles, burdeles, hospitales y manicomios de la ciudad, sin retoques ni amañamientos.

Hasta el 19 de agosto el Museo Nacional de Colombia presenta la exposición temporal Sociales. Débora Arango llega hoy, conformada por cincuenta óleos y acuarelas de mediano y gran formato que muestran un retrato al desnudo del paisaje social colombiano. Aunque la obra de la antioqueña es considerada un Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional, la muestra hace parte de un proyecto liderado por el Museo de Arte Moderno de Medellín que pretende divulgar su trabajo artístico y posicionarlo como un documento histórico.

Según Óscar Roldán-Alzate, curador de la muestra, la obra de Arango da “testimonio de una época compleja, cuyos detalles aún no forman parte de la maltratada memoria histórica oficial, erigida, instalada e impresa en forma de monumentos, museos y libros de texto”.

El desnudo y una estética del cuerpo

“Algunas personas amigas se extrañan de mis cuadros y llegan a decirme que cómo puedo decir que es bello un desnudo, a juicio de ellas, grotesco. Ahí está el error. Un cuerpo humano puede no ser bello, pero es natural, es humano, es real, con sus defectos y deficiencias”, dijo la artista en su defensa. Los cuerpos desnudos de Arango, quien sólo quería pintar lo que veía, no fueron bien recibidos por la Iglesia católica ni por la élite de la sociedad conservadora que auscultaba la conducta de sus ciudadanos.

“En mi concepto, el arte no tiene nada que ver con lo moral: un desnudo no es sino la naturaleza sin disfraces […] un desnudo es un paisaje en carne humana”, decía para reivindicar que su arte no era inmoral sino una representación sin tapujos.

El cuadro Adolescencia, expuesto en el Museo Zea de Medellín a finales de la década de los 40 y que se puede ver por estos días en el Museo Nacional, escandalizó los ojos del arzobispo García Benítez, quien, bajo amenaza de excomunión, le aconsejó dejar de pintar desnudos. En medio de la interrogación con que el religioso recriminaba la lujuriosa obra de Arango, la artista le respondió preguntándole si había llamado a Pedro Nel Gómez, quien también pintaba desnudos. “Es que él es hombre”, respondió García Benítez.

Sensualidad, goce, sufrimiento. La desnudez de sus mujeres cuestionó los valores del poder eclesiástico, la mojigatería de la educación y la justicia social.

Denuncia social

Huelga de estudiantes, El tren de la muerte, Los derechos de la mujer, La lucha del destino, Justicia y El almuerzo de los pobres son algunos de los cuadros de la exposición que retratan el dolor, la pobreza y la esquizofrenia vividas durante la época de la Violencia y los inicios del Frente Nacional (1946-1963).

La violencia que desencadenó la muerte de Gaitán, la polarización política, la dictadura de Rojas Pinilla y los estragos del Frente Nacional, hicieron que Arango se volcara hacia los temas políticos y civiles. Algunos expertos ven este período de producción artística como una alusión a Goya, donde criaturas grotescas del mundo animal representan a figuras de la política colombiana.

“Ella perseveró y contó la historia con ojos de ser humano, más allá del género —dice Roldán-Alzate—. Se olvidó de quién era y a qué nivel social pertenecía. Se convirtió en un instrumento que señalaba los acontecimientos tal como los veía. Lo interesante es darse cuenta de que aunque fue una incomprendida en su momento, durante las décadas de los 70 y los 80, cuando la mujer entró a figurar en el panorama nacional, su obra volvió a ser mirada y estudiada como un documento estético y de la memoria colectiva de los colombianos”.

La muestra cuenta con un número importante de entrevistas en video a personas que conocieron y acompañaron la vida productiva de la maestra; una serie de videos que narran fragmentos de la vida social y política de Colombia en los momentos en que la artista trabajó; una selección de su archivo personal de prensa, que da cuenta de lo acontecido entre los años 30 y 50, y una selección de material de audio, pues la radio resulta de gran significación al ser uno de los medios fundamentales en la transmisión de noticias y la construcción de imaginarios de la época.

Museo Nacional de Colombia, sala de exposiciones temporales Gas Natural Fenosa, cra. 7 Nº 28-66.

Por Paula Santana

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