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La peregrinación de los cigarrillos de contrabando, que terminan en países como Brasil, México y Colombia, empieza en Hernandarias (Paraguay), uno de los mayores productores de tabaco de Suramérica. De los cerca de 57 billones de unidades hechas en ese país, tan solo 2,7 billones son consumidos en el mercado interno, el resto va a parar en otros países que en su mayoría los ven pasar, de mano en mano, sin pagar impuestos.
El epicentro, donde todo comienza, donde arranca el viaje que burla controles aduaneros, es la frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay. Allí el río Paraná, un afluente de tono café y pequeño a la vista, se convierte en la autopista ilegal en la que a plena luz del día se ven lanchas cruzando de un lado al otro, sin control aparente, cargadas. Claro, no sólo de cigarrillos viven los pobladores, también contrabandean electrodomésticos, celulares y juguetes.
En este punto, la estrechez de este cuerpo de agua facilita el tránsito de las embarcaciones que salen de pequeños puertos clandestinos con la mercancía que previamente ha sido empacada y preparada en la zona comercial fronteriza para su periplo por el país vecino y por otros de la región.
La zona, ubicada al sur de Brasil, Foz de Iguaçu, aparece en los resultados de los buscadores de internet como destino turístico por compartir con Argentina, pues allí están las Cataratas del Iguaçu. Y es apenas lógico, se trata de una de las maravillas del mundo. Paraíso natural que mueve la economía de una ciudad con avenidas envidiables, mujeres bellas y hoteles por doquier.
Sumada al espectáculo de las caídas de agua está la represa de Itaipú, una de las centrales hidroeléctricas más grandes del mundo —propiedad también de Paraguay—, con la capacidad de abastecer una ciudad con 1’500.000 habitantes por cada uno de los 20 generadores de energía que posee.
Así, en medio de cantidades de agua exorbitantes que estimulan la economía de la región, también funciona un mercado ilegal que es aprovechado por las familias de bajos recursos como una fuente de empleo. Parecen un espejo de lo que sucede en la alta Guajira, en Colombia, donde también se dedican a esta actividad, una que culturalmente no se ve como ilícita porque se les convirtió en un trabajo más. Pero el desangre social es alto. Por el desarrollo de este mercado ilegal, Brasil deja de recibir al año en impuestos 5,1 billones de reales.
Según datos del Instituto de Desarrollo Económico y Social de las Fronteras (Idesf), el volumen de cigarrillos provenientes de Paraguay —donde el consumo es uno de los más bajos en Latinoamérica—, el negocio se ve reflejado en la relación entre ‘tabacos’ legales e ilegales: de cada diez cigarrillos que hay en Brasil, tres son “piratas”, es decir, el 33% del mercado es ilegal.
Informalidad y contrabando
Ciudad del Este, en Paraguay, es uno de los centros de comercio más importantes de la región. La informalidad con la que funciona el intercambio de productos es amplia. En las calles, las carpas hacen de locales y funcionan improvisadas ‘casas de cambio’ de divisas. Se surten, de mano en mano, guaraníes a reales o viceversa. Son atendidas por personas que hablan ambos idiomas y en medio de esta hibridación que genera el mercado, bodegas de venta de cigarrillos son protagonistas. Mientras unos atienden al cliente, otros están empacando las cajas en bolsas negras, generalmente para evitar que se mojen en su travesía por el Paraná. Son lugares con ambientes sórdidos donde máximo tres personas están sentadas, se ven pacientes, aunque vigilantes.
La única señal evidente de que mucha de su mercancía va a parar al “otro lado” son los sonidos de las cintas envolviendo las cajas. Por la mayoría de las calles se escucha el desprendimiento de un pedazo de cinta separándose del rollo. A la par, hombres con cigarrillos en sus espaldas, de un lado para otro; los demás, un poco más sofisticados, con carretillas de transporte de carga, como se mueve la comida en Corabastos.
El agente especial de la Policía Federal y jefe del Núcleo Especial de Policía Marítima (Nepom), Augusto da Cruz Rodríguez, en Foz do Iguaçu, cuenta que son capturadas 50 personas por año por este delito y de ellos, el 10% son menores de edad. Incluso, llevándose las manos a la cabeza y secándose el sudor, recuerda que han caído menores de diez años.
“En esta zona es difícil encontrar una fuente de trabajo formal y con o sin contrabando hay que ganar dinero. Los padres y los niños, de entre 12 y 13 años, empiezan a pasar pequeños cargamentos. Ellos dejan la escuela porque no tienen tiempo de ir, el abandono educativo en zonas de frontera es alto”, dice Denise Paro, periodista del Gazeta do Povo, en Curitiba.
Las avenidas están infestadas de carros, buses y camiones. El tráfico es insoportable consecuencia de pequeñas callecitas que van comunicando los recovecos de cada local comercial. Este lugar, que bien podría ser un sanandresito en Colombia, es el espacio para que brasileños y paraguayos vayan en busca de rebajas: ropa y tecnología considerablemente más económica.
Rumbo a Brasil
En Brasil, a donde se llega legalmente luego de cruzar el Puente Internacional de la Amistad, se ve otra realidad. A pesar de que Foz do Iguaçu está a tan solo quince minutos de Ciudad del Este, las condiciones son distintas. Tiene grandes avenidas, bonitos restaurantes, boutiques, buenos hoteles, visitantes corporativos y sus buses parecen los de Miami Beach. Sin embargo, y a pesar de la lucha contra este delito, sigue teniendo índices altos de violencia. De acuerdo con el último informe sobre homicidios publicado por la ONU, en Brasil hay 25,2 muertos de forma violenta por cada 100 mil habitantes. En esta ciudad la cifra se eleva: hay 63 homicidios por igual número de personas.
La situación es similar en las cerca de 30 ciudades fronterizas. El Idesf asegura que la diferencia en la tasa de homicidios entre estas ciudades y la de otras del resto del país radica en que en estos lugares hay contrabando y narcotráfico.
Las marcas de cigarrillos más comunes que ingresan por esta frontera son Eight, Mild US, San Marino y Classic, muchos de ellos producidos en tabacaleras que pertenecen al presidente paraguayo, Horacio Cartes, quien ha negado su responsabilidad en la expansión de este negocio que sigue vivito y coleando. Tan prendido como cada uno de esos 57 billones de ‘cigarros’ que nutren la economía de ese país de manera legal, pero que a la par se han convertido en el principal flagelo de las autoridades de los demás países de la región, que ven cómo, a diario, muchas veces impotentes, se les pasan por las narices sin pagar un solo peso de impuesto.