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La polémica sobre la libertad de expresión y los límites de ésta parecen más relevantes que la repetición de los detalles que generaron el debate entre usted, de un lado, y un grupo semianónimo de Facebook y la Universidad de los Andes, del otro. Después de dos fallos de tutela, uno a su favor y el otro en contra, ¿ha modificado su criterio sobre el ejercicio de ese derecho?
No creo que los detalles del caso hayan sido suficientemente esclarecidos. Sospecho que se han repasado superficialmente, con prejuicios y de oídas. Creo que en el análisis de los hechos concretos habría material para el debate sobre la libertad de expresión. No he modificado mi criterio sobre mi derecho, que ejerzo en libertad cuando con ello no lesiono un derecho fundamental de otra persona. El que incomode a alguien con lo que digo no debe limitar mi libertad de decirlo. La comodidad no es uno de nuestros derechos fundamentales.
Tiene razón, no se trata de comodidad, sino de no traspasar la frontera en donde empiezan los derechos ajenos. ¿Cuál “análisis de los hechos concretos” hizo falta?
La Universidad de los Andes me acusó de haber afectado la convivencia, pero nunca ha explicado de qué manera ni en qué medida. También faltó examinar las publicaciones de Facebook específicas por las que se me juzgó: en qué tono, con qué cariz y en qué contexto dije lo que dije. Haber considerado la intención quizá habría llevado a conclusiones distintas.
Hubo dos contrapartes suyas: una, el grupo agresor de Facebook del que usted fue víctima; y, otra, la universidad que la hizo ver como victimaria. ¿Por qué terminaron revolviéndose esas discusiones si son diferentes?
Por la vehemencia de mi denuncia del acoso, los Andes consideró que había afectado a la universidad. Adicionalmente, hice críticas que le resultaron molestas al rector Navas y a otros miembros de la comunidad, en especial después de que el rector expresara en una carta a todos los estudiantes y profesores su descalificación hacia mí. En total fueron catorce personas las firmantes de quejas en mi contra. Entre ellas no había nadie que hubiera asistido a una clase mía frente a muchas decenas de firmantes que repudiaron mi despido, entre estos sí, alumnos y exalumnos míos. Es lamentable que esta disputa desproporcionada haya ocultado el problema de la violencia que ejerce el grupo de Facebook por el que todo comenzó.
Debido a la reciente decisión judicial en un segundo fallo de tutela que no la favorece, ¿es cierto que estaría pensando acudir a “instancias internacionales”?
Mi equipo de abogados y yo vamos a solicitar a la Corte Constitucional que seleccione el expediente para su revisión. Si no es seleccionado, contemplaremos presentar el caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La primera sentencia tutelaba mis derechos a la libertad de expresión, al libre desarrollo de la personalidad, a la dignidad humana, al debido proceso y al trabajo, y ordenaba a los Andes tomar medidas para evitar que el acoso del que fui objeto se repitiera. La segunda asegura que no se violó ningún derecho y que no son necesarias medidas adicionales. Consideramos que el que haya habido dos fallos diametralmente opuestos puede indicar que es deseable que una instancia superior revise el caso con detenimiento.
La distancia temporal suele servir para analizar de manera más acertada los conflictos. Desde su perspectiva, ¿volvería a expresarse en los términos en que lo hizo?
Denuncié públicamente al grupo que me agredió en Facebook, y que agredía y asediaba a muchas otras personas desde hacía tiempo. Al hacerlo, actué de acuerdo con mi convicción sobre la verdad y la justicia, y conforme a mi naturaleza. Tres meses después esa convicción es la misma, y yo no soy otra. Me referí como “delincuentes” a aquellos que acosan, amedrentan y amenazan a otros por razón de su sexo, su orientación sexual, su procedencia étnica o su condición económica. En cuanto a los términos, ninguna distancia temporal va a hacer que yo acuse con palabras como “con todo respeto, perdón, pero me parece personalmente que eres un delincuente”, o alguna variante de eso, porque creo que el enredo y la hipocresía no contribuyen a que nos entendamos mejor, sino que impiden que nos entendamos.
Y, ¿sobre la universidad?
Sobre la universidad expresé varias opiniones fundamentadas, si bien usé metáforas que resultaron ofensivas, como la del “centro comercial de títulos”. Reclamé porque el rector Navas dio una respuesta tardía e insuficiente al ataque sexista del que fui víctima. Parte de lo que dije era inútil o innecesario. Parte de lo que dije fue estridente, exagerado y ligero. No por eso era intolerable, y no era falso.
¿El retiro de los Andes fue un castigo por sus críticas a esa institución?
Un año antes de mi despido había manifestado, en una reunión de los profesores de humanidades con el rector, algunas dudas con respecto a la relevancia que la universidad daba a las humanidades. En esa ocasión, el rector dijo que quien no estuviera de acuerdo con las políticas de la universidad podía irse. En retrospectiva, entiendo que fue una advertencia. Desde tiempo atrás había expresado abiertamente mis críticas con respecto a la universidad, a su relación con el espacio público y al programa Ser Pilo Paga, que, a mi modo de ver, beneficia a las universidades privadas mientras destruye la educación pública. Creo que era una empleada irritante para el rector, que aprovechó mi airada denuncia del matoneo del que fui objeto por parte de un grupo de Facebook y mi queja por su parquedad, y que a continuación escudriñó en mi muro de Facebook otros motivos que pudieran justificar mi despido. De hecho, tras mis manifestaciones y mucho antes de mi despido, yo le pedí al rector que me citara en su despacho para dialogar, y él se negó a hacerlo.
Es decir, ¿nunca tuvo oportunidad de debatir con el rector?
No.
En el primer fallo de tutela que la favoreció, el juez ordenó a la universidad devolverle su cargo de profesora. ¿Por qué no aceptó regresar?
Estaba luchando, en primer lugar, por la restitución de mis derechos, por el reconocimiento de que mi despido había sido injusto e ilegal. Mi interés no era solamente personal: quería contribuir a sentar un precedente que protegiera a los profesores y especialmente a aquellos que son intelectuales públicos o artistas. Quería que se me devolviera mi cargo, pero ante la respuesta infamante de la Universidad de los Andes a la tutela, ante su expresa consideración de que era un mal ejemplo para los jóvenes y ante su impugnación del fallo, me di cuenta de que mi situación allí iba a ser insostenible. Preví que tendría que trabajar sintiéndome acosada, sin seguridad, sin respeto y sin libertad.
¿Se arrepiente siquiera de alguna de sus afirmaciones o está tranquila?
No me arrepiento de nada y tampoco estoy tranquila. Estoy firme y cansada. Aunque sea doloroso no poder hacer un trabajo que me gustaba y que hacía bien, y aunque me haya quedado sin mi medio de subsistencia, no habría podido actuar de una manera distinta de como actué, movida por motivos conscientes y objetivos, y también, como todos hacemos siempre, por motivos inconscientes e inevitables. En todo caso, al defender el derecho a la crítica, al afirmar la pertinencia de expresarse de distintas formas y en distintos tonos según el foro en el que uno publique su pensamiento, al indignarme por cuanto considero indignante y al condenar con vehemencia la discriminación, actué como profesora de mis estudiantes. Hice mi trabajo.
Si usted defiende el derecho a expresarse rudamente sobre unas personas, ¿por qué éstas no podrían aplicar el mismo derecho?
Por supuesto que tienen el mismo derecho de expresarse rudamente con respecto a mí, y nunca he afirmado lo contrario. Puedo sentirme ofendida o triste por oír opiniones sobre mí, y eso no me da el derecho de callar a quienes las emiten; me da el derecho, sí, de confrontarlos. No tenemos derecho ni mis detractores ni yo a amenazar, acosar o a esparcir información falsa presentándola como factual. He criticado con dureza, pero nunca he amenazado, acosado o calumniado a nadie. Por cierto, no he dejado a nadie sin trabajo porque me haya criticado (no he tenido el poder de hacerlo y, si lo tuviera, no lo ejercería de esa manera). Cabe añadir que tampoco he descalificado a alguien por su sexo, lo cual vulneraría el derecho a la igualdad además de ser poco imaginativo.
Los profesores tienen mayores restricciones para ejercer su libertad de expresión por ser modelos de personas en formación. De esa premisa parece partir la universidad y también el segundo juez de tutela. ¿Qué argumenta contra esa posición?
Los profesores universitarios no pueden tener mayores restricciones que otros ciudadanos para ejercer su libertad de expresión. Un profesor universitario que limite su libertad para no causar descontento está actuando irresponsablemente como educador. Un profesor tiene que decir lo que sabe, todo lo que sabe. Su oficio es mostrar. Por otra parte, una de las preguntas que mi caso suscita es si la carrera académica excluye la posibilidad de ser un intelectual público o un artista que se exprese de distintas maneras en distintos medios y que exprese su personalidad. Es gravísimo que la respuesta sea que sí, pues aísla a la academia y la vuelve autocomplaciente y meramente técnica.
En su opinión, entonces, la libertad de expresarse, ¿quedó herida después de este episodio más llamativo por cuanto implica a una comunidad académica?
Ha quedado lesionada la libertad de los profesores y ha quedado en entredicho el deber que tiene la academia de leer conscientemente. Me parece que es lamentable que la universidad, donde supuestamente se aprende a comprender y a analizar contenidos, no haya demostrado, al decidir mi caso, el criterio, el razonamiento, la capacidad de lectura y la habilidad de juzgar con proporcionalidad y de dialogar que se supone que les enseña y les exige a sus estudiantes. Adicionalmente, al despedir a un profesor por publicar ciertos textos en las redes sociales, se ha comportado como cualquier empresa comercial y no como lo que es, un centro de producción de contenidos diversos que deben incluir la autocrítica.
Todas las experiencias –positivas o negativas– dan la oportunidad de adquirir conocimiento. ¿Qué aprendió de esta discusión amarga, pero aleccionadora?
Aprendí que todas las posiciones (la de profesor, en mi caso) son provisionales. Aprendí que las cosas cambian aunque uno no quiera que cambien, o mejor, aunque uno crea que no quiere que cambien. Aprendí que por ser fuerte uno puede generar miedo en los otros sin quererlo, especialmente si uno es mujer, y que la manera como los otros actúan llevados por ese miedo puede ser muy destructiva. Aprendí también que uno puede moverse impulsivamente por miedos que desconoce. Aprendí sobre la amistad y sobre la libertad, y que siempre están juntas. Volví a aprender que siempre me veré condicionada por ser mujer, pues en nuestra sociedad no se juzga de igual manera a una mujer que a un hombre. Podría decir que aprendí sobre la prudencia, pero sería pretencioso. Sigo leyendo la experiencia que tuve para ver qué más puedo aprender de ella.
¿Realmente cree que si un profesor hombre actúa igual, la comunidad universitaria habría reaccionado de manera más complaciente? No hay que olvidar que a los hombres la sociedad les cae muy duro cuando acosan laboral o sexualmente a sus compañeras, por ejemplo.
En primer lugar, si se hubiera tratado de un profesor hombre la amenaza virtual en la que se me mostraba con un ojo morado y la leyenda “cuando el heteropatriarcado te pone en su lugar”, que siguió a mi reacción por otra publicación en la que se me comparaba con “cosas que me quiero comer” con la que se inició todo, no habría existido. En segundo lugar, las críticas expresadas con firmeza por una mujer a un hombre o a un grupo de hombres siempre resultan más agresivas y parece más urgente callarlas. Ha habido denuncias y comentarios mordaces con respecto a la universidad publicados por otros profesores hombres que no han sido castigados por ello.
En sus análisis, ¿su imagen personal y profesional sale beneficiada o golpeada de este caso y por qué?
Cada persona que se relaciona con uno, o que lo ve actuar, se hace una o varias imágenes distintas de uno, y todas son parciales, son facetas. Me he ocupado de aprender y enseñar a leer textos y a leer el mundo, de estudiar el lenguaje, de escribir. Observar, detectar y decir conforman mi oficio. He sabido practicarlo. Cierto sector de la opinión ha decidido —por entretenimiento, por miedo o por lo que sea— distorsionar mi imagen, anular mi quehacer, fabricar un personaje reemplazando lo esencial por lo accidental, y hacer creer que mi trabajo es la contienda. Pero lo que he escrito y enseñado está ahí, detrás de los fantasmas, de las peleas pasajeras y del ruido.
A los periodistas nos protege la Constitución en cuanto al libre ejercicio del derecho de información y opinión, pero, al mismo tiempo, nos impone serias responsabilidades. ¿Las nuevas formas digitales de comunicación ¿son “más libres” que la libertad de expresión tradicional?
Es más fácil que la gente publique en internet lo que quiere: no hay filtros, no hay editores y hay inmediatez. Internet puede tender a la igualdad entre los ciudadanos, en tanto que amplía su posibilidad de publicar, y eso es bueno, pero tiende también a igualar los contenidos, que no es tan bueno. Puede hacer que la gente crea que todo lo que lee procede del pensamiento, cuando mucho procede de la reacción. Con ello da una mayor sensación de libertad, pero no mayor libertad. Por otra parte, hace que se crea que todo lo que se escribe está dicho desde un mismo lugar, con una misma intención, sin matices ni contexto. Internet puede aplanar los textos y con ello empobrecer el criterio.
¿Está haciendo falta una regulación o al menos guías éticas y jurídicas sobre las informaciones que circulan en las redes o cualquier regla en ese ámbito significa “per se” una censura?
Internet es un mundo nuevo que estamos explorando y cuyas leyes deberán ser también nuevas. Pasará mucho tiempo antes de que las inventemos o las descubramos. Lo que sí es cierto es que no hay ningún mundo sin ley, ni tampoco hay un mundo que pueda prescindir de señales que diferencien los distintos niveles de realidad y distingan la verdad de la mentira, la ficción de la no ficción. Creo que, respecto de Internet, debe discutirse sobre ética y derechos, no sobre etiqueta.
Matoneo vs. crítica ruda
El controvertido capítulo en que la Universidad de los Andes despidió a la escritora Carolina Sanín, quien dictaba clases de literatura, fue manejado de manera tan confusa por el centro educativo que pareció que sus directivas, al tiempo que censuraban a Sanín, apoyaban o al menos no sancionaban a un grupo de matoneo en Facebook en que participa un número importante de estudiantes uniandinos sin identidad abierta. Ese grupo que usa las formas más crueles de burla se ha centrado en los pobres, los afrodescendientes, el VIH y las mujeres a las que describe como objetos para tener sexo, lavar y cocinar. La discusión con Sanín se abrió cuando los matones publicaron una foto de la profesora junto a varios alimentos y la frase: “Cosas que me quiero comer”. Cuando Sanín respondió con una crítica a los Andes en que decía que “el hacinamiento de la universidad” la hacía similar a una cárcel y añadía que “¿por qué extraña que cada vez críe a más delincuentes?”, la respuesta fue otra foto suya con un ojo morado. La escritora también ha utilizado términos muy crudos para criticar a algunos personajes. La rectoría de los Andes tardó en reaccionar y lo hizo sin contundencia salvo cuando excluyó a Sanín de su nómina. Una tutela que ella interpuso falló a su favor, pero el juez de segunda instancia le negó la razón.
“La misión de una universidad no es la de generar estatus”
A su juicio, ¿cuáles son las fallas de la -en todo caso- reputada Universidad de los Andes y por qué se ha caído en ellas?
Creo que los Andes ha sido una gran universidad y que su grandeza no se define por el poderío de sus directivos, sino por lo mejor de sus profesores y sus estudiantes. Me preocupa verla afectada por la falta de autocrítica y por el automatismo. Entre otras cosas, los Andes falla cuando a veces parece olvidar que la misión de una universidad no es la de generar o garantizar estatus. Falla cuando confunde sumar (edificios, locales comerciales, posgrados, dinero, excesivos créditos que los estudiantes toman) con crecer. Falla en la rigidez de su estructura jerárquica y en la casi nula participación que tienen los profesores en su gobierno. Falla cuando aspira a parecerse a ideas que tiene de universidades extranjeras descuidando la construcción de su identidad. Falla en la soberbia que demuestra con respecto al país donde se encuentra. Pero es poderosa. Y la justicia falla a su favor. Y probablemente fallo yo al insistir en opinar sobre mi alma máter, como si no conociera ya las dimensiones de su retaliación (consultada la rectoría de los Andes sobre esta entrevista, se negó a expresar algún comentario).