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Cinco razones para reconocer a Palestina

Colombia es el único país en Sudamérica que no ha hecho este reconocimiento, en contra de su propio discurso de derechos humanos y su tradición diplomática internacional.

Heidi Abuchaibe*
08 de julio de 2015 - 03:44 a. m.
Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). / AFP
Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). / AFP
Foto: AFP - ABBAS MOMANI
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Con ocasión de las recientes manifestaciones del papa Francisco de reconocimiento al Estado palestino, es pertinente evaluar las consecuencias que tiene para Colombia mantener la negativa ante un deber aplazado, cada vez menos justificado y que compromete la moralidad de su nación, como es el reconocimiento pleno de Palestina como Estado.

Ya lo han hecho 139 naciones y ahora el Vaticano, al igual que la Asamblea General de Naciones Unidas, la Unesco y la Corte Penal Internacional. La legitimidad internacional representada en las naciones del mundo (y no de los gobiernos) también se ve reflejada en las declaraciones de órganos legislativos de Reino Unido, Francia, España, Irlanda e Italia y el Parlamento Europeo.

Inclinando su balanza hacia un apoyo incondicional a Israel, nuestro país se aleja del despertar internacional, frente a lo que puede llamarse la vergüenza de la comunidad internacional en la era de las Naciones Unidas.

Son al menos cinco las razones que no le permiten a Colombia seguir aplazando un pronunciamiento.

1.La coherencia del discurso en materia de derechos humanos, honrando los compromisos internacionales al respecto.

La comunidad internacional tiene los ojos puestos sobre Colombia reconociendo su gran esfuerzo por alcanzar la paz y contrarrestar problemas estructurales de exclusión, desigualdad y pobreza que han fundamentado la acción violenta de actores armados. Igualmente, el gobierno Santos utilizó como bandera de campaña la necesidad de reconocer y satisfacer los derechos de las víctimas, impulsando leyes que, a través de medidas extraordinarias de gran envergadura, buscan devolver la dignidad a miles de víctimas y el goce efectivo de sus derechos a la verdad, la justicia y la reparación integral.

Lo anterior contrasta con el silencio frente a las graves violaciones y ataques sistemáticos y generalizados a la población civil palestina por parte de Israel; contrasta con la indiferencia que contribuye a mantener la ocupación y el despojo de tierras, y que limita el actuar internacional del pueblo palestino.

A la sombra del veto estadounidense, el no reconocimiento de Palestina por parte de Colombia legitima el expansionismo y la ocupación, la impunidad de crímenes de guerra y de lesa humanidad.

El reconocimiento, así sea tardío, daría coherencia al discurso de gobierno, contribuiría a suspender la ocupación ilegal y permitiría el acceso de las víctimas palestinas a recursos efectivos y el goce de sus derechos, al igual que la rendición de cuentas por responsabilidad imputable a dirigentes palestinos, como es el caso de Hamas.

2. Mantener la tradición diplomática internacional de imparcialidad.

Pese a superficiales ofrecimientos de mediación por parte del presidente Santos, la actuación diplomática del Gobierno traiciona una tradición de imparcialidad que data de 1947, cuando, bajo la denominada doctrina López, Colombia consideró apresuradas las decisiones relacionadas con la partición de Palestina y la creación ficticia del Estado de Israel.

Esa tradición se mantuvo por algo más de 50 años, durante los cuales se dio apoyo a importantes resoluciones que reconocían los derechos a la libre determinación y el retorno del pueblo palestino. Nuestro país fue claro en reprochar en el pasado la ocupación y la indefinición de fronteras, y se apoyó la solicitud de retiro de tropas de territorios ocupados. Si bien siempre ha sido enfático en que la salida al conflicto palestino-israelí debe ser negociada, también lo ha sido con la necesidad de que esté ajustada al derecho internacional. Abandonar dicha tradición cuando el mundo es unánime en reconocer la responsabilidad de la comunidad internacional en la tragedia del pueblo palestino es una acción errática, difícil de sustentar sin un alto costo político a nivel internacional.

3. Necesidad de contribuir al equilibrio entre naciones bajo criterios de humanidad.

Es claro que el reconocimiento es una acción política potestativa de los gobiernos, sin embargo está ligada a la constatación de elementos fácticos, que para el caso palestino son irrefutables. No existe ninguna fundamentación desde el derecho internacional que justifique una negativa a reconocer el Estado palestino y el derecho de su pueblo a la libre determinación y a la paz, valores exaltados por el primer mandatario frente al conflicto a nivel interno.

El no reconocimiento de Palestina equivale en el ámbito internacional a lo que internamente fue negar la existencia del conflicto armado.
La condición actual de Estado observador en la ONU no cuestiona la calidad de Estado, sino la condición de miembro de la organización, que obedece única y exclusivamente al veto estadounidense en el Consejo de Seguridad.

Colombia condiciona el reconocimiento a una negociación previa con Israel, con el propósito de mantener como principales aliados a Israel y EE.UU. Sin embargo, el reconocimiento no debería ser obstáculo para mantener las relaciones con ese país. Tanto Suecia y Chile como el mismo gobierno de Obama han demostrado que, pese a discrepancias con sus políticas, las relaciones se pueden mantener. Por el contrario, guardar silencio compromete moralmente a la nación colombiana, obligada a compartir el desgaste diplomático que enfrenta Israel ante el sistema internacional.

4. La necesidad de honrar a la población colombo-palestina y reconocer su aporte a la construcción de la nación colombiana.

Aproximadamente 40.000 palestinos residen en Colombia, producto de distintas olas de migración desde finales del siglo XIX. Conocedores del flagelo y la devastación de la guerra, la comunidad palestina en Colombia se ha caracterizado por ser gestora de paz, contribuyendo a la integración cultural, el respeto por los principios democráticos e igualitarios del pueblo colombiano, siempre privilegiando las condiciones humanitarias. Son innumerables los aportes en los ámbitos político, económico y científico, al igual que en las artes, la gastronomía, la cultura y los medios de comunicación.

El mismo canciller palestino se educó en una universidad colombiana y considera este país como su segunda patria. Es por esto que en su reciente visita al país, con ocasión del reconocimiento de “misión diplomática” a la representación palestina, expresó su dolor de que Colombia sea el único país de la región que no le reconozca su condición de Estado.
Para la comunidad colombo-palestina es vergonzoso que se privilegien las contribuciones bélicas y militares israelíes sobre aquellas de paz que han caracterizado a la comunidad en Colombia.
Israel no sólo es responsable de la presencia de personajes como Yair Klein en el país, sino que dotó a través de licencias exclusivas a Colombia de las armas Kalil para amplio consumo interno (Fuerzas Armadas, guerrillas y paramilitares), y la exportación a múltiples países, entre los cuales se encuentra el propio Israel.

5. Trasmitir la verdadera voluntad del pueblo colombiano, demostrada a través de múltiples manifestaciones.

Existe un apoyo explícito en la clase política colombiana al reconocimiento del Estado de Palestina en la Rama Legislativa, a través de la proposición de ley del Senado de la República y la misiva de los presidentes del Senado y de la Cámara al señor presidente. Altos representantes de la Rama Judicial y los partidos políticos, tanto de la coalición como de oposición, también entienden su conveniencia. Igual es el sentimiento de la inmensa mayoría del pueblo colombiano.

El Gobierno también está en mora de explicar su actuar en el Consejo de Seguridad, donde representaba un voto de confianza de la región. Muy pocas palabras en boca de la canciller Holguín han querido cerrar la discusión.

Sólo el reconocimiento permitiría una negociación en igualdad de condiciones y no entre potencia ocupante y ocupada, que acrecienta el conflicto. Mientras subsistan países como Colombia, Israel seguirá despojando tierras bajo el lema de que podrá negociar nuevas fronteras y por lo tanto la soberanía territorial. Esto equivaldría en la esfera nacional a legalizar el despojo paramilitar.

El reconocimiento no es entonces la consecuencia de la negociación sino un requisito esencial para ella. Colombia sigue en mora de hacerlo. Paradójicamente aplica la frase célebre del nobel de Paz judío Elie Wiesel: “El verdugo siempre mata dos veces, la segunda mediante el silencio”.

 

* Especialista en derecho internacional. Docente investigadora de la Universidad Externado.

 

Por Heidi Abuchaibe*

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