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El día que monseñor Felipe González le pidió a los habitantes de San Francisco de Guayo –un poblado indígena localizado en el Delta del Orinoco, al extremo nororiental de Venezuela– que describieran lo que la gente sentía antes de morir, todos comenzaron a nombrar: diaraya (fiebre), sojo (diarrea), botukataya (pérdida de peso), botobotoya (debilidad), ataearakateobo (mareos). Ninguno mencionó la enfermedad que engloba todos esos síntomas. “Señores ustedes están muriendo de SIDA”, sentenció el sacerdote. En San Francisco de Guayo, como en otras comunidades de los caños cercanos, muchos indígenas de la etnia Warao no llaman al VIH-sida por su nombre sino por los síntomas que experimentan.
Luis José Rodríguez, médico de la zona, ha tenido que dar explicaciones similares a las del sacerdote. Ya que los indígenas Warao sólo advierten la fulminante presencia de la enfermedad cuando el cuerpo comienza a descomponerse. Rodríguez, tiene muy presente el episodio porque recientemente le dio la noticia a una paciente de Jeukubaca, otra comunidad del municipio Antonio Díaz en Delta Amacuro. “Lo tomó como si nada”, recuerda. “Le pregunté: ‘¿sabes lo que es el VIH-sida?’. Y me dijo: "No, no sé”. Al revisar la historia de esta paciente encontraron que su anterior esposo había muerto de VIH.
San Francisco de Guayo forma parte de las más de 365 comunidades asentadas en el municipio Antonio Díaz, el más grande de los cuatro que integran el estado Delta Amacuro - uno de los territorios de origen de dicha etnia- y una de las ocho comunidades donde realizaron las pruebas pilotos. El doctor Julián Villalba y otros investigadores del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y el Instituto de Biomedicina de la Universidad Central de Venezuela, elaboraron un estudio sobre la epidemia de VIH en los indígenas Warao y sus patrones epidemiológicos (2013). Los especialistas se alarmaron porque 9,55 por ciento de los habitantes de estas ocho comunidades habían contraído el Virus de Inmunodeficiencia Humana, como se muestra en este reportaje publicado en la Plataforma de Periodismo Latinoaméricano CONNECTAS. Según el Censo del año 2011 de Venezuela, en el Delta Amaracu la población ronda los 165.525 habitantes, de los cuales el pueblo indígena Warao tiene una población de 49.771 individuos.
La palabra Warao quiere decir “gente de la canoa” o “gente de los caños”. Su modo de vida se desarrolla en las riberas del río Orinoco, en viviendas autóctonas tipo palafito y se transportan usando una curiara. Pero el hecho de haberse quedado en este lugar tan recóndito de Venezuela no les aseguró que su cultura haya permanecido intacta. Este poblado tiene una misión católica capuchina hace 73 años y posteriormente llegaron las religiosas de la congregación Terciarias Capuchinas quienes todavía permanecen en Guayo.
Los análisis también arrojaron que esta comunidad la transición al virus es más letal y se produce con mayor rapidez, esto ocurre cuando la persona ha sido infectada por más de una cepa del virus. Además de tener una variante más agresiva del virus, sobresalen enfermedades como tuberculosis, hepatitis B, entre otras, que ensombrecen la situación. También se halló que la prevalencia del virus fue más significativa en los hombres en comparación con las mujeres entre las edades de 18 y 30 años.
La mayoría de los infectados llega al hospital ya en la última etapa del SIDA, donde uno de los síntomas es una diarrea que no se detiene. “Cuando ellos llegan con un síndrome diarreico crónico de más de un mes de evolución, uno pregunta ¿eres casado? ‘Sí’. ¿Concubino? ‘Sí’. ¿Cómo se llama tu esposo? ¿Vive contigo? Muchísimas veces el esposo está en Bolívar, está en Cambalache”, explica el doctor Rodríguez. Cambalache, es un basurero ubicado en el Estado Bolívar, a unos 260 kilómetros de San Francisco de Guayo, donde buena parte de los Warao que van a este lugar regresan con VIH. Se especula que las idas y venidas entre Cambalache y las demás zonas donde habitan los Warao sean la causa de la generalizada propagación del virus entre la población.
Los barcos que transportan mercancías relacionadas con la industria minera y cuyas rutas atraviesan o se aproximan al Delta del Orinoco, es otra de las hipótesis sobre el contagio que se tiene. “Traen tuberculosis, VIH, hepatitis y una semana sin actividad sexual. Entran sin ningún control sanitario”, comenta, Jacobus de Waard, biotecnólogo quien actualmente dirige el Laboratorio de Tuberculosis en el Instituto de Biomedicina de la Universidad Central de Venezuela. Muchos de los marineros proceden de Filipinas y pasan por estas locaciones en busca de sexo. Es probable que de alguno de estos lugares los Warao hayan importado el virus y que cuando regresaron al Delta del Orinoco comenzara la proliferación.
Otra de las suposiciones sobre el contagio manejadas por los nativos, es acerca de los Tidawinas cuyo vocablo Warao significa mujer con pene. Tradicionalmente las familias más acaudaladas de la etnia incluían dentro de su estructura a una segunda esposa, quien mantenía relaciones sexuales exclusivamente con el marido y se desempeñaban en algunos hogares, como ayudante de la primera mujer. Según el antropólogo Olivier Allard, en su libro: Pueblos Indígenas e Identidades de Género: el dualismo sexual sometido a discusión, la discriminación comenzó por presión de los misioneros y la sociedad criolla quienes proscribieron, invisibilizaron y ridiculizaron a esta figura transgénero, desestructurando su identidad y llevándolo a ocupar un lugar marginal en el tejido social y ahora responsable directo del VIH, porque ya muchos Warao relacionan al Tidawina como un factor de riesgo para contraer la enfermedad. Relegados a la clandestinidad, algunos de ellos se han dedicado a la prostitución.
Luis Felipe Gottopo añade, que las contradicciones actuales pueden ser el resultado de la flexibilización de las normas sexuales tradicionales, como consecuencia de la interacción con el mundo criollo. Sin embargo, insiste en la necesidad de garantizar la atención médica y la prevención a través de campañas especiales. “Después de todo, se trata de una enfermedad que llegó con el mundo exterior, por lo que también deben recibir tratamientos de ese mundo exterior”, afirma.
Por su parte y a pesar del estudio realizado por los investigadores, el cual fue presentado en reuniones con las viceministras de salud y las actuales autoridades sanitarias, quienes aseguraron que tomarían medidas, considerando que una parte de la institución ya conocía el problema, y que debían planificar una investigación de campo. En el año 2015 algunos especialistas de estos estudios y antropólogos de otra investigación Estudio de VIH en poblaciones Warao, se reunieron con representantes de la Defensoría del Pueblo para plantearles la situación. Sólo se sabe que luego de esto viajaron a Tucupita, se reunieron con autoridades y realizaron talleres con líderes comunitarios.
Desde ese entonces, nada ha cambiado. Mientras las aguas del Orinoco siguen corriendo, hay nuevas historias de indígenas Warao con VIH. Con el paso del tiempo los médicos han advertido que los nuevos portadores del virus llevan en la sangre una variante más agresiva que los está matando en menos de cinco años. Ningún ente está garantizando que todos puedan acceder al tratamiento: “Yo tengo siete años aquí, he escuchado que tienen VIH y no he visto que han recibido tratamiento. Cada año mueren cuatro o cinco”, aseguró Luis Tocoyo, profesor en una escuela de Jobure, otra comunidad con alta prevalencia en casos con VIH.
Este reportaje fue realizado por Minerva Vitti para Armando.info (Venezuela) a lo largo del Diplomado de Periodismo de Investigación, que dicta el Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS) en alianza con la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), y es republicado en CONNECTAS gracias a un acuerdo para difusión de contenidos.