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La flexibilización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos no sólo inaugura un nuevo ciclo en los vínculos entre Washington y La Habana, sino que terminará por incidir en la política exterior de algunos latinoamericanos que, a propósito del polémico embargo, han diseñado una parte de su política exterior. En este sentido, merecen especial atención los casos de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, los críticos más insistentes de dicha sanción en los últimos años.
Al mismo tiempo se debe reconocer que esta decisión que, sin duda, hará pasar al presidente Barack Obama a la historia, tiene al menos tres antecedentes que han obligado a una revisión de la diplomacia estadounidense respecto de América Latina.
El primero es el distanciamiento abrupto y luego paulatino que derivó en el enfriamiento de las relaciones entre EE. UU. y América del Sur (especialmente con América Central, cuyos problemas de seguridad han provocado un interés notorio del Congreso de ese país). Esto se debió inicialmente a la paranoica y poco efectiva guerra global contra el terrorismo a comienzos de siglo, que centró los intereses vitales de buena parte de las potencias de Occidente en el devenir en Oriente Medio y Asia Central.
Desde ese momento, los temas latinoamericanos han venido perdiendo peso, aunque en algunas coyunturas la presión de algunos sectores del Senado ha despertado el interés de Estados Unidos en temas concretos, como la inestabilidad venezolana, el posconflicto en Colombia o los atentados contra la democracia como el golpe a Manuel Zelaya en Honduras (2009).
Y aunque el nuevo capítulo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba podría tener un impacto limitado en la región, hoy el continente pareciera estar regresando al radar de Washington, aunque no al mismo nivel de lo que estaba en plena Guerra Fría. Antes del anuncio oficial, funcionarios de alto rango de la diplomacia de Washington llamaron a varios presidentes de la región (Colombia, México, Chile, Perú, entre otros) para preguntarles su opinión sobre el cambio de política hacia la isla. Y adicionalmente la Casa Blanca anunció la participación de Obama en la Cumbre de las Américas que se celebrará en Panamá en abril de 2015.
El segundo antecedente tiene que ver con el relevo en la izquierda latinoamericana. En el pasado, especialmente Cuba y México, apostaron por el contrapeso a Estados Unidos en la región. Brasil, en la época del gobierno militar entre 1964 y 1985, no estaba interesado en el ejercicio de un papel como el que ha reivindicado desde la llegada de Fernando Henrique Cardoso a mediados de los noventa. Por eso, en el pasado, eran pocos los que se atrevían a desafiar a Estados Unidos o a poner en tela de juicio el aislamiento de la isla, México fue una de las pocas excepciones (una política que abandonó desde 2000 con la llegada del Partido de Acción Nacional). Aquello cambió con el giro a la izquierda y la constelación de gobiernos que, aunque en ningún momento han reivindicado el comunismo, han sido críticos constantes del libre mercado y de la injerencia de Washington en el continente.
Éstos iniciaron la campaña reciente de desprestigio hacia el embargo, alcanzando un punto de máxima tensión en la VI Cumbre de las Américas en Cartagena de 2012. Entonces, Ecuador anunció que no participaba si Cuba no era invitada, generando una crisis diplomática sin antecedentes en ese mecanismo de integración. Esta izquierda contagió a países moderados como Colombia, que inesperadamente ha abogado por el fin de semejante anacronismo.
Y el tercer antecedente tiene que ver con la salida en 2006 de Fidel Castro del Consejo de Estado. Desde ese entonces comenzó una transición que la derecha latinoamericana ha juzgado de superficial, desconociendo un movimiento profundo en los cimientos de la revolución y que ha derivado en la llegada de dirigentes como Miguel Díaz-Canel, primer alto funcionario en llegar al Consejo de Estado, habiendo nacido con posterioridad a la Revolución del 59. Con este panorama, la nueva izquierda que tantas veces ha hablado en nombre de Cuba dispone de un activo que seguramente reconocerá como el producto de la presión sostenida de gobiernos progresistas y como un triunfo de aquellos que han preconizado una integración que vaya de la mano con un distanciamiento de Washington.
La eventual normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos supondrá una mayor actividad diplomática de países como Ecuador y Venezuela para el fin del embargo total, un objetivo que en el mediano plazo no será viable y menos con un Congreso en manos del Partido Republicano. Más allá del cálculo, comienza una nueva era en las relaciones entre esta renovada izquierda latinoamericana y Estados Unidos.
* Profesor de la U. del Rosario.