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"Fui un falso positivo judicial"

Hace 20 años se produjo el llamado robo del siglo en el Banco de la República de Valledupar.

Redacción Judicial
31 de marzo de 2014 - 02:00 a. m.
En 1998, durante una entrevista con El Espectador, Marco Emilio Zabala apenas empezaba la interminable lucha por reivindicar sus derechos. / Germán Murillo
En 1998, durante una entrevista con El Espectador, Marco Emilio Zabala apenas empezaba la interminable lucha por reivindicar sus derechos. / Germán Murillo

 El gerente de la sucursal entonces, Marco Emilio Zabala, recuerda cómo lo encarcelaron injustamente durante tres años y las dos décadas que lleva limpiando su nombre y esperando que el Estado lo repare por la forma como lo sometió al escarnio público.

El 17 de octubre de 1994 se produjo el llamado robo del siglo. De una bóveda del Banco de la República de Valledupar fueron hurtados $24.720 millones. Varios de los autores intelectuales y materiales fueron procesados. Pero la Fiscalía encarceló injustamente por tres años al gerente de la sucursal, que nada tenía que ver con el delito. Veinte años después, Los informantes, del Canal Caracol, hablaron con Marco Emilio Zabala Jaimes, que sigue luchando por recobrar su nombre.

¿Qué hacía usted en el Banco de la República de Valledupar cuando sucedió el robo en 1994?

Ocupaba la gerencia, nombrado por las directivas del banco en Bogotá.

¿Cuándo llegó al banco?

Cuando fui a Valledupar llevaba 16 años y medio en el banco. Al Cesar llegué en 1993.

Cuando llegó a Valledupar, ¿con qué banco se encontró?

Un banco con dos tipos de bóveda: unas de movimiento y otra de reserva. Estuve en esta última el viernes anterior al robo. Lo hacía por norma administrativa. Era el obligado arqueo antes de los cierres. Ese viernes de octubre se hizo. Esa bóveda tenía $29.000 millones. El dinero sustraído fue $24.720 millones, lo que les cupo a los ladrones en el camión que llevaron.

¿Dónde estaba usted cuando se produjo el robo?

En mi casa, asignada por el banco. Era fin de semana con puente festivo, además tenía incapacidad médica y no salí. El lunes festivo, alrededor de la 1:20 de la tarde, llegó el subgerente a avisarme. El robo se descubrió porque uno de los celadores, que había sido amarrado y encerrado en el sótano, logró zafarse y avisó a la policía, situada frente a las instalaciones del banco. Cuando logramos acceder al área de seguridad encontramos al vigilante, de quien luego se demostró que fue quien facilitó las cosas para el robo.

¿Estaba amarrado?

Con esposas que le habían dejado los delincuentes. Él ya tenía su versión armada y dijo que había sido sometido desde el primer día y que los delincuentes habían tomado el control de todo el sistema de seguridad.

¿Y usted qué decía?

No pronunciaba palabra.

¿No había alarma del banco conectada con su casa?

La llamada nunca salió porque lo primero que hicieron fue cortar el canal de comunicación entre el sistema de seguridad y la línea telefónica.

Un mes después del robo, usted recibió una carta de cancelación de su contrato laboral. ¿Cómo recibió esa noticia?

Con sorpresa. No me lo esperaba. A partir de ese momento quedé inmerso en una investigación judicial y abandonado a mi suerte por la institución.

Estuvo detenido casi tres años. ¿Qué significó esa falsa imputación para su vida?

Fui atropellado por la justicia. Me vulneraron mis derechos, me convirtieron en chivo expiatorio, fui un falso positivo judicial de aquella época. Haber sido privado injustamente de la libertad cambió mi vida. Sigo viviendo las secuelas. Ya debía tener una reparación del Estado por los daños causados, pero sigo esperando un fallo de la justicia.

¿Cuál fue la tesis de la Fiscalía en ese momento para ordenar su captura?

Absurda desde que allanaron mi apartamento. Los argumentos para privarme de la libertad se basaron en un azar de la semana anterior al robo: la reparación del aire acondicionado de la sucursal. Esa semana se dañó y ordené que se restableciera con la mayor celeridad por las condiciones ambientales de la ciudad y las instalaciones del banco. La Fiscalía ordenó mi detención por cumplir con mi deber. Consideró mi orden como elemento esencial del robo. En su opinión, fue mi colaboración para que los ladrones hicieran su trabajo.

¿Qué o quién pudo estar detrás de la idea de que lo metieran a la cárcel?

Las investigaciones en su momento determinaron autores materiales e intelectuales. En cuanto a mí, responsabilizo a los fiscales que tuvieron a su cargo la investigación. Seguramente por el afán de mostrar resultados. Fui convertido en chivo expiatorio a nivel penal e institucional. Terminé siendo víctima desde tres frentes: de la delincuencia, que con su delito me llevó por delante; de la administración del banco, que me dejó a la deriva, y de la justicia, que me mandó a la cárcel.

Finalmente, el Banco de la República no perdió la plata.

Los seguros cubrieron todo. Hubo desgaste administrativo y de pronto gastos por las investigaciones, pero la pérdida del dinero fue indemnizada.
El Estado no perdió, los delincuentes lograron su objetivo. Todos salieron bien menos usted.
Yo y cuatro personas más. Todos vinculados injustamente y luego absueltos.

Fueron tres años de cárcel. ¿Cómo los soportó?

El delincuente tiene su riesgo calculado y en ese camino está ir a una cárcel. Para una persona de bien es una experiencia traumática. Estuve en la Modelo y un día le dije a un periodista que me creyó: “Si se puede definir la cárcel en una palabra, esa es angustia”, más zozobra, hacinamiento, riesgo, entender que en la prisión la vida no vale nada.

Su nombre quedó manchado. ¿Qué pasó con su vida?

Verse incurso en una investigación penal constituye un estigma. Conseguir empleo se volvió imposible. Pasé todas las hojas de vida que se puedan imaginar y en las entrevistas llegaba siempre hasta la pregunta del último cargo. “Ah, usted es el del problema del robo...”. Hasta ahí llegaba todo. Para abrir una cuenta bancaria me exigían llevar la absolución. Uno queda marcado para toda la vida.

¿Cómo lo define?

Acabaron con mi buen nombre, perdí un patrimonio de 20 años de trabajo, terminé endeudado. Llevo muchos años luchando con mis procesos. Cuando salió el laboral y se reconoció que fui despedido sin justa causa, mis deudas llegaban a $300 millones. Fueron años luchando por subsistir, pagando abogados, sosteniendo la familia y sin ingresos. Hoy lo narro como anécdota, pero vivirlo fue inhumano. Aún recuerdo al gerente general del banco en un debate en el Congreso explicando el robo y diciendo: “Ya tomé medidas, ya destituí a los responsables”.

¿Cómo terminaron los procesos?

Fui absuelto en lo penal, en lo disciplinario y en la Superintendencia Bancaria. El banco me llevó a un proceso laboral cuando lo justo hubiera sido reintegrarme. Hoy tengo una pelea pendiente con el Estado por la privación injusta de mi libertad. Veinte años a la espera de un fallo. Espero que no me suceda lo que pasó con Jubiz Hazbún, el del caso Galán: cuando repararon su nombre ya era tarde.

Por Redacción Judicial

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