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¿Es cierto o no que existe un plan pistola para matar policías de manera sistemática y coordinada por una superestructura criminal como no se veía desde tiempos de Pablo Escobar?
Sin duda alguna existe una arremetida criminal del clan del Golfo para intentar frenar la operación Agamenón. La estrategia de atentar contra policías que prestan vigilancia en calles y vías es un acto desesperado encaminado a que el Bloque de Búsqueda y demás cuerpos élites de la Policía Nacional se distraigan y bajen la presión contra los cabecillas de esta banda mafiosa que se encuentran acorralados en pleno monte. Esta vieja fórmula de atacar por la espalda también la vienen practicando otras facciones del crimen organizado, como el Eln, los Pelusos y los Puntilleros.
¿Quiénes están escondidos en los montes?
Los capos. Están huyendo y debilitados por la presión que venimos ejerciendo en los sitios en que han estado haciendo presencia, sobre todo en el Urabá antioqueño y chocoano.
Para poner en contexto el tema: ¿en qué consiste la operación Agamenón?
Es un esfuerzo de varios grupos especializados de la Policía, en coordinación con las Fuerzas Militares, para desarrollar operaciones de impacto contra la cadena del crimen organizado para atacar, además de a sus integrantes, sus estructuras económicas de comercialización del narcotráfico, extorsión y minería ilegal. Y también para reducir al máximo los estados de confort que mantenían en su territorio.
Con todo respeto, es fácil decir que los jefes del denominado clan del Golfo están “desesperados” y “bajo presión”, pero el terror que están generando es índice de poder. ¿Qué le diría a la gente para tranquilizarla?
Que la Fuerza Pública está a la ofensiva de manera permanente y que no va ceder hasta capturarlos. Hacemos un llamado a la comunidad para que se una alrededor de la institucionalidad con el objeto de contrarrestar sus actos de intimidación.
¿Cómo estar confiados en que ustedes podrán detectar a los sicarios antes del daño que pretenden hacer o que podrán detener la explosión de una bomba, por ejemplo?
Por todas las labores de la Policía Judicial y de Inteligencia podemos identificar alertas, una de las cuales, para poner un caso, permitió dar con la captura de quien recibió la orden de ejecutar un acto de terrorismo. Encontramos el mensaje de que debía intentar afectar a “un miembro de alto nivel de los verdes” o a algún personaje civil. Gracias a tareas de inteligencia pudimos anticipar el hecho y capturar al receptor del mensaje.
No quiero ayudar a atemorizar a nadie, pero me parece que usted no nos dice toda la verdad.
No es así. Es cierto que no podemos subestimar la situación, pero por eso estamos anticipándonos a los acontecimientos y generando las estrategias y alertas necesarias para estar preparados.
¿Cuáles son los resultados de Agamenón en cuanto a bajas, capturas, bienes incautados, etc.?
En dos años de su ejecución, hemos desmantelado más de la mitad de esa banda mafiosa: hemos capturado casi a 1.300 de sus integrantes y abatido a 53 de sus cabecillas. Los más recientes fueron Pablito y el Zorro, lo que motivó una estampida de los capos y la reacción demencial contra policías de vigilancia. También hemos incautado 94 toneladas de cocaína y $27.000 millones en efectivo. Y hemos ocupado 517 bienes con fines de extinción de dominio valorados en más de $320.000 millones.
Ustedes y otros organismos oficiales han señalado que el capo del narcotráfico más peligroso del país es a quien llaman “Otoniel”, primer jefe del clan. ¿Por qué no han podido capturarlo?
Los resultados demuestran que hemos mantenido la ofensiva con ataques a sus estructuras, pero también a sus círculos. No sólo estamos actuando para capturar a alias Otoniel, alias el Indio, alias el Gavilán y los demás jefes de esa banda, sino que trabajamos para romper, como ya dije, sus estructuras. Hay que debilitar todos los niveles de la organización. Caerán pronto. Para ponerle un ejemplo, Gavilán se nos escapó por poco, pero capturamos a su hombre de confianza.
¿Cómo define al clan del Golfo: un grupo paramilitar, un cartel del narcotráfico, una mezcla de esas estructuras?
No es más que una banda del crimen organizado, producto del reciclaje de narcotraficantes que en el pasado integraron bandas de autodefensas y guerrilleros. El propio Otoniel fungió, en sus inicios, como guerrillero del Epl. Pero ahí no hay el menor vestigio de ideologías, ni nada que se le parezca. Esto es narcotráfico puro, junto con otras actividades criminales que ya describí. Esta banda llegó a tener unos 3.500 hombres y hoy tiene entre 1.500 y 1.700 integrantes.
Pero ¿por qué una estructura netamente criminal enfrenta al Estado en el momento del posconflicto? ¿No será una banda combinada con paramilitarismo?
Reitero que el clan del Golfo responde sólo a su naturaleza mafiosa, tal como ocurrió en el pasado. Sus cabecillas quieren pescar en río revuelto intentando aprovechar el ambiente de diálogo y reconciliación que avanza en el país para que les den un tratamiento político. Estos delincuentes son narcos puros. No demoran en volver a anunciar que se quieren someter a la justicia como mecanismo para intentar distraer a la Fuerza Pública de su objetivo, que es desmantelar su estructura narcotraficante.
¿Es cierto que el clan está ocupando las regiones que antes dominaban las Farc?
El clan del Golfo es un peligro para la sociedad y por eso hay que combatirlo sin tregua hasta desmantelarlo en su totalidad. Estamos arreciando la estrategia para quitarle los bienes, porque cada vez que se golpea su emporio económico, se acelera su derrumbe. Sus intenciones de ocupar espacios dejados por otras organizaciones siempre existirán, pero la Fuerza Pública tiene una estrategia muy clara para llegar pronto a esos escenarios. Y así lo viene haciendo.
¿En qué se diferencian este ataque ordenado por el clan y el que ordenó Pablo Escobar en los años 90, conocido como la narcoguerra?
En nada. Más bien se parece mucho. Es una acción demente y desesperada, porque lanzar una granada desde una moto y salir corriendo jamás será una demostración de fuerza, y mucho menos lo es atacar por la espalda a policías que cuidan calles y vías. Esos actos de barbarie indiscriminada llevarán a que toda la ciudadanía se una cada vez más para contribuir con las autoridades en la captura o neutralización de los cabecillas. Ellos lo saben: todo aquel que enfrente el poder del Estado correrá la misma suerte de los capos del ayer.
El escalamiento de la narcoguerra, como se llamó en época de Pablo Escobar, ¿será igual y afectará tanto a los colombianos como en los 90?
No considero que puedan llegar a esos extremos, porque hemos ido reduciendo su capacidad delictiva, cerrando sus espacios y pisando el acelerador de nuestras estrategias al máximo, a través de una mayor capacidad policial y militar de la operación Agamenón. Hoy el Estado es más fuerte que en los 90.
En esa época hubo una decisión estatal que funcionó: ofrecer altísimas recompensas a quienes dieran información que condujera a la captura de los líderes de los carteles. ¿El Gobierno ha pensado en implementar una estrategia similar?
Desde luego. De hecho, tenemos establecidas, hace un tiempo, recompensas para los principales miembros del clan: Estados Unidos ofrece US$5 millones y Colombia $3.000 millones por información sobre Otoniel. Y por datos sobre los demás cabecillas de esa organización también hay establecidos montos importantes de dinero (ver parte superior de la página).
¿Es precisa la información según la cual ustedes habrían descubierto que el clan del Golfo tiene también como objetivos militares a servidores públicos civiles y dirigentes políticos?
Tenemos evidencias de las órdenes de sus cabecillas a sus lugartenientes para que atenten contra la Fuerza Pública y contra otras autoridades. En su desesperada reacción, hemos descubierto que su objetivo es escalar el tipo de atentado para intentar generar pánico y hacer una demostración de fuerza que no tiene. Pero, insisto, una cosa es querer perpetrar un acto criminal y otra muy distinta poderlo ejecutar. Por eso no podemos bajar la guardia. Hay que mantenerse a la ofensiva.
¿Cuáles departamentos son los más afectados con las amenazas?
Las acciones de esta banda tienen como epicentro la zona del Urabá antioqueño, desde donde busca controlar todos los eslabones de la cadena productiva del narcotráfico. Por esa razón ha buscado extender sus tentáculos hacia los Llanos Orientales a través de sus propios emisarios o vendiendo franquicias.
¿Cómo opera la “venta de franquicias” entre bandas criminales?
El crimen organizado es uno solo y se vende al mejor postor. Aquí no hay amigos ni lealtades. Cada organización desarrolla alianzas con quien más le convenga a la hora de traficar estupefacientes y, fácilmente, en unas zonas pueden ser aliados y en otras enemigos. Varios capos del clan del Golfo, como Otoniel y los demás que hemos señalado, han aprovechado su capacidad intimidatoria para cooptar otras estructuras y venderles a estas franquicias de negocios delictivos que siempre giran alrededor del narcotráfico. Se unen o se ponen de acuerdo en torno a esos intereses y, como le digo, se alían temporalmente mediante la venta de franquicias, es decir, de poder operar en una zona cumpliendo un acuerdo entre ellos.
¿Se puede afirmar que Bogotá y Medellín son las dos ciudades más amenazadas por este grupo?
Tanto el clan del Golfo como las distintas vertientes del crimen organizado, llámense Eln, los Pelusos o los Puntilleros, son organizaciones del crimen transnacional. Por eso, no sólo son una amenaza para unas cuantas ciudades o zonas del país. Son bandas con tentáculos internacionales. Y podrían recurrir a estrategias de antaño, como intentar afectar ciudades tan importantes como Bogotá y Medellín, por la reacción mediática que eso genera. Por eso continuamos alertas, lo que nos permitió capturar esta semana al Indio, que iba a perpetrar una acción terrorista, como le conté.
Bajo la denominación clan del Golfo, ¿se ocultan otras estructuras criminales, como la que se hace llamar Águilas Negras, u otras?
Con el clan del Golfo viene ocurriendo lo mismo que con Pablo Escobar: más de un delincuente común y pequeñas bandas extorsionan a nombre de esa organización criminal con el fin de lograr mayor capacidad de intimidación y obtener más rápido su objetivo delictivo. Incluso, esta semana que termina, cualquier acto violento en el país ya lo relacionaban con el clan. Pero para nosotros el nombre de la organización delictiva no es de mayor trascendencia, porque, insisto, el crimen organizado es uno solo.
Muchos panfletos amenazantes están apareciendo en las regiones. ¿Cómo distinguir entre unos y otros y entre estos y falsos mensajes?
Es un fenómeno preocupante. A diario encontramos que, incluso, gente sin oficio se pone a repartir amenazas escritas en cualquier papel a nombre del crimen organizado, con el solo propósito de generar pánico en una vecindad o para intimidar a un vecino con el que tienen alguna diferencia. Cada vez que un ciudadano o una comunidad conozcan sobre algo similar, lo mejor que pueden hacer es acercarse a las autoridades y ponerlas en conocimiento. No hay que hacerles el juego a los delincuentes haciéndole eco a cuanto panfleto aparezca. Primero hay que investigar su procedencia, el grado de veracidad y la capacidad de daño que pueda generar su autor. No debemos convertirnos en rehenes de los panfletos.
¿Es cierto que en determinadas regiones la Policía patrullará las poblaciones en compañía del Ejército, como en otras épocas?
La Policía Nacional y nuestras Fuerzas Militares trabajan en plena coordinación. Aquí no hay nada improvisado. Articulamos de manera permanente todas nuestras acciones contra el crimen organizado y por eso los resultados son contundentes. En los planes estratégicos Victoria y Comunidades Seguras y en Paz está definido el derrotero a seguir de cara al posconflicto. Tenemos 160 municipios priorizados y cada quien cumplirá funciones complementarias.
¿Quién es el capo de capos de comienzos de siglo?
Alias Otoniel es el Pablo Escobar de inicios del siglo XXI. Lidera el denominado clan del Golfo, una estructura de poderío y crueldad similar a la del capo que desató la guerra contra el Estado a comienzos de los 90. Otoniel se llama en realidad Darío Antonio Úsuga y empezó siendo guerrillero del extinto Epl, pero se desmovilizó junto con todo su grupo. Pronto regresó a la delincuencia con paramilitares. Se dice que actuó con las Auc de Carlos Castaño en la masacre de Mapiripán. Más tarde se asoció con el narcotraficante Don Mario, quien también fungía de paramilitar.
Otoniel se “especializó”, según los archivos oficiales, en lavado de activos y extorsiones a civiles. En 2005 volvió a desmovilizarse y casi de inmediato reinició su carrera en el crimen junto a su hermano Juan de Dios, en Urabá, por lo que su agrupación se denominó primero el clan de los Úsuga y luego la banda de los Urabeños, hoy clan del Golfo por la protesta de personas inocentes que llevan ese apellido o que nacieron en tal región. En la actualidad, los tentáculos de la organización de Otoniel alcanzan los Llanos Orientales y el occidente del país a través del Valle del Cauca. La cacería del Estado contra el nuevo capo de capos se encuentra en pleno desarrollo.