Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Jaime Pardo Leal tenía demasiados enemigos. La Unión Patriótica, el partido que dirigía, fue exterminado por una alianza criminal del paramilitarismo, el narcotráfico y funcionarios corruptos. Por sus denuncias de que miembros del Estado estaban en connivencia con la criminalidad, a Pardo Leal lo persiguieron y señalaron. Por sus posiciones ideológicas y por fundar el sindicato de los funcionarios judiciales, Asonal Judicial, nunca lo dejaron ascender de magistrado del Tribunal de Bogotá a magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Y, a pesar de ello, Pardo Leal sonreía mucho.
Cachetón, con un tic nervioso que lo hacía parpadear constantemente, y con voz gruesa, el exmagistrado reía mucho. Se inventaba chistes sobre él y su esposa, se burlaba mucho de sí mismo. Cuando llegaba tarde a la casa, despertaba a sus hijos y para bajarles la amargura les regalaba chocolates. Con ellos hacía de caballito. Afuera de su casa era un juez recto; en ella, le delegaba la administración de la justicia a su esposa, Gloria Flores.
“Nadie puede recordar con tristeza a Jaime”, menciona ella, su ‘chatica’, la mujer que lo acompañó hasta el 11 de octubre de 1987 cuando, mientras se movilizaba con su familia por una vía de La Mesa (Cundinamarca), unos sicarios, contratados por Gonzalo Rodríguez Gacha, lo asesinaron. Venían de la finca que tenían en ese municipio. Ella se encontraba en el lugar del copiloto y tenía a su hijo Fernando en su regazo, cuando sus asesinos se acercaron a Jaime y le soltaron una ráfaga.
Después de ello todo fue dolor. Jaime Pardo Leal era el faro de su casa y quien mantenía a la familia. A Gloria le tocó sacar adelante a Édison, Iván y Fernando, sus hijos. Del Estado apenas recibió un empleo en el consulado de Colombia en Curazao, del que sacó lo suficiente. Luego vino la impunidad que aún hoy se cierne sobre la muerte de su esposo.
Por el crimen —que la justicia aún no ha considerado como de lesa humanidad, a diferencia de lo que ha sucedido con el asesinato de otros políticos de la época— apenas fueron condenados los autores materiales: los hermanos William y Jaime Infante, Oliveria Acuña Infante y Beyer Yesid Barrera, a quienes Rodríguez Gacha les había pagado $30 millones de la época para que cometieran el ilícito. Sin embargo, William Jaime y Beyer fueron asesinados posteriormente y Oliveria quedó libre después de una exigua pena. Actualmente, y a pesar de que la justicia ha dicho que el caso no quedará impune, ni siquiera está claro qué fiscal está a cargo del proceso.
Sus hijos crecieron a pulso. “Nunca nos dieron nada por nuestro apellido. Gracias a Dios yo nunca he sabido lo que es ser un delfín. Si lo fuera, mínimo sería ministro, pero no, yo he construido mi carrera como abogado y lo que saqué de mi padre fue su entereza. Aunque él ejercía un derecho diferente al que yo ejerzo, siempre me quedó esa enseñanza de que el derecho está para hacer justicia”, dice Fernando.
Así se imagina él si Jaime Pardo no hubiera sido asesinado, si hubiera podido continuar con su labor en la Unión Patriótica, si a ese partido no lo hubieran acabado: “Mi padre estaría en la finca con mi madre y disfrutando de su pensión. Estaría feliz por el campeonato del Independiente Santa Fe. Se ponía muy nervioso cada vez que el equipo jugaba y cuando nos portábamos bien, como premio, nos llevaba a El Campín a verlo. Estaría apoyando el proceso de paz, porque siempre fue un convencido de ella. No habría permitido que se produjera la reforma a la justicia ni los atropellos del pasado gobierno contra la Rama Judicial. Seguramente habría sido una voz influyente en la Asamblea Constituyente y una crítica durante el proceso 8.000. De haber sido presidente habría sido un defensor de la justicia”.
Su madre, Gloria Flórez, responde: “No, nunca nos imaginamos a Jaime de presidente. Sencillamente, en este país a la gente buena, a la gente honesta, no la dejan crecer”. A Jaime Pardo lo reemplazó como jefe de la Unión Patriótica Bernardo Jaramillo Ossa, al que también asesinó el paramilitarismo, el 22 de marzo de 1990. Veinticinco años después de la muerte de Pardo Leal, las cosas no han cambiado tanto, pero si lo hicieron fue en parte por hombres como Pardo Leal y Jaramillo Ossa, a quienes tímidamente se les recuerda como mártires, cuando fueron mucho más que eso.