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Cuando aún era niño, al profesor Gary Stiles, hoy guardián de la colección biológica de aves más grande de Colombia, le gustaba perderse entre los bosques de Massachusetts, Estados Unidos, donde nació, para hacer sus propias excursiones. En ellas recolectaba plantas y mariposas y, por supuesto, dedicaba un tiempo a simplemente ver las aves pasar. Con los años y la llegada de sus primeros binoculares, sus recorridos se fueron tornando cada vez más científicos.
“Cuando era joven había mucho bosque y pocos niños y la gente del bosque terminó por convertirse en mis amigos. Luego, con la maravilla de ver a través de unos binóculos y la aparición de las guías de campo, fue como ¡caramba!, puedo ponerles nombres a todos estos bichos”, recuerda.
Desde entonces, son varios los países a los que ha migrado para dedicarse a hacer lo que encuentra más fascinante: observar aves. Después de terminar sus estudios en Estados Unidos, que incluyeron un posgrado y doctorado en Ornitología en la Universidad de California, recibió una beca del Museo Americano de Historia Natural para estudiar colibríes, su especie favorita, en Costa Rica.
Allí se le pasaron 20 años analizando el comportamiento de cortejo del ermitaño de cola larga (“Phaethornis longirostris”) y redactando una de las publicaciones que lo catapultaron a la cima de los ornitólogos: “La guía de aves de Costa Rica”, que escribió junto al famoso investigador Alexander Skutch. Stiles se convirtió en un referente de aves en el mundo, o como lo reseñó la cadena canadiense CBC News, se convirtió en el “rock star” de la ornitología.
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La oficina de la Universidad Nacional donde trabaja el profesor Stiles, cuando no está observando pájaros en el campo, da la sensación de que estuviera congelada en el tiempo. Está llena de libros, sobre la mesa hay una pipa que aromatiza el lugar y en su computador tiene abierto uno de los documentos en los que está trabajando. Se trata de un “manuscrito monstruoso” en el que busca recopilar los primeros 26 años de monitoreo de aves que ha realizado la Asociación Bogotana de Ornitología (ABO) en las sabanas de la ciudad. “El monitoreo a más largo plazo de cualquier grupo de vertebrados que se ha hecho en el país”, afirma.
Desde que aterrizó en Colombia hace más de 20 años, a donde llegó en parte porque de aquí es su esposa, Loreta Roselli, y en parte porque es un lugar donde hay una cantidad de aves nuevas para estudiar, Stiles se ha convertido en un testigo de la historia de la ciencia en el país. Junto a Loreta, que también es ornitóloga, fundó la Asociación Colombiana de Ornitología, creó la ABO y fue por doce años editor de la revista “Ornitología Colombiana”.
Con sus ojos, que son más agudos de lo normal como consecuencia del avistamiento de aves, ha visto cómo las poblaciones de estos animales vienen disminuyendo debido a la pérdida de hábitat y al cambio climático; cómo el tiempo ha ido llenando de asfalto lugares que antes frecuentaba para caminar oyendo aves y ha vigilado de cerca varias disputas que se viven en el país en torno al desarrollo: la más reciente de ella, la de la reserva Van der Hammen. “Yo no soy activista, pero cuando se necesita información de base puedo contribuir”, comenta refiriéndose al estudio en el que participó y que ayudó a que la CAR declarara esta zona como una reserva.
Ha luchado, cuando es necesario, por lograr que en un país de “leguleyos”, las normas no terminen por convertirse en un dolor de cabeza para los que hacen ciencia. Esto lo dice refiriéndose al polémico decreto que sacó el Ministerio de Ambiente que les exige a los investigadores pagar por hacer colecta científica. “Es insensato cobrar por especímenes recolectados, porque a pesar de remover a los individuos de la vida silvestre, las colecciones científicas son la única forma de hacer algo para beneficiar las especies a través del conocimiento que se adquiere”.
Bajo su cuidado, en este momento, son alrededor 38.000 individuos los que tiene el Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional, protegidos, organizados y apartados de la luz, en grandes estantes de metal. El profesor Stiles, sin dudarlo mucho, sabe exactamente dónde está guardada cada especie, por qué lugar de Colombia suele volar y si está suficientemente representada en la colección. Colombia, se estima, tiene 1.889 especies de aves y todas parecen tener un espacio en el cerebro de un hombre que las vigila desde que era niño. En especial el “Chlorostilbon olivaresi”, un colibrí que habita en la Sierra de Chiribiquete y que Stiles describió y nombró por primera vez en honor al padre Antonio Olivares. Un franciscano que, como él, era un apasionado de las aves y fue curador de esta misma colección del ICN.
Como bien lo dice el profesor Stiles, coleccionar pájaros no sólo sirve para tener conocimiento científico, sino para “saber lo que hay para perder, porque lo he tenido en las manos”.