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Un fondo para proteger el agua de Sumapaz

La organización The Nature Conservancy ha invertido, a través del fondo Agua Somos, en proyectos de restauración y conservación de las cuencas que abastecen a Bogotá. Junto con las familias que viven cerca del páramo han logrado proteger el equivalente a 2.150 canchas de fútbol.

María Mónica Monsalve
23 de mayo de 2016 - 03:58 a. m.
El páramo de Sumapaz, el más grande del mundo, es el que abastece de agua al 10 % de Bogotá. / Andrés Torres
El páramo de Sumapaz, el más grande del mundo, es el que abastece de agua al 10 % de Bogotá. / Andrés Torres

Después de casi hora y media de recorrido desde Bogotá, el GPS del celular de Tomas Walschburger, coordinador de ciencias de The Nature Conservancy Colombia (TNC), marca los 3.400 metros de altura. “Ya deberíamos estar en páramo”, advierte, pero alrededor el paisaje no ha cambiado. Siguen predominando el pasto para ganadería y el cultivo de papa.

Como muchos otros páramos, Sumapaz, el más grande del mundo, el que abastece de agua al 10 % de Bogotá, tiene el desafío de conservarse ante una agricultura que, de a poquitos, le ha ido robando pedazos de suelo. Esto sin contar que el agua que retiene en sus superficies y neblina debe enfrentarse a la contaminación y sedimentación que es arrojada abajo, cuando se convierte en el río Chisacá.

“Al realizar un análisis de cobertura de la cuenca del río Chisacá, pudimos identificar que el 85 % del área estudiada está transformada, y creemos que de ese 15 % que queda, el 5 % corresponde a especies introducidas”, aclara Liliana Martínez, gerente del fondo Agua Somos de TNC, cuando los biólogos que van en el carro preguntan por qué lo que más se ve son pinos.

Para proteger un recurso hídrico que, se cree, abastecerá al 20 % de los bogotanos para 2050, TNC, una organización internacional que lleva 30 años en Colombia, ha creado Agua Somos, uno de los cinco fondos de agua que tienen en el país, con los que buscan proteger los puntos estratégicos del sistema hídrico nacional.

Unos 200 metros más abajo se encuentra la finca de don Fermín Silva, campesino de la zona que desde el 2009 ha trabajado con TNC en proyectos de restauración y reconversión productiva. A diferencia de muchos de los predios que se ven en el camino, donde las vacas pastan junto al río y los cultivos de papa se extienden hasta el agua, el suyo tiene una cerca que bordea el Chisacá. La idea, explica Martínez, es que en las rondas —o áreas que bordean el agua— se siembren árboles que cumplen dos funciones: compensar la alta tasa de deforestación en Colombia y evitar que los cultivos lleguen hasta el agua y se viertan fertilizantes, sedimentos y contaminantes.

Además, como afirma don Fermín, una finca “sin sus maticas no vale nada”. “Me motivé a unirme a este proyecto porque yo miro alrededor y hay mucho terreno pelado, no hay nada que proteja la tierra, porque llega el verano y llegan las hieladas y acaban con todo. En cambio, habiendo arbolitos se protege uno de eso”, dice haciendo referencia a las últimas temporadas. “Con la sequía siempre nos ha ido pésimo a los campesinos de este sector”. Por esto, y por el precio fluctuante de la papa, muchos campesinos de la región prefieren dejarla enterrada.

Las cercas vivas, la ganadería silvopastoril, la restauración ecológica, los viveros comunitarios y la conservación del páramo, todos, son una inversión en infraestructura verde, aclara Adriana Soto, directora de TNC para la región Andes del Norte y Sur de Centroamérica (Nasca). “A diferencia de lo que se conoce como infraestructura gris, que es lo que se construye para hacer funcional los servicios de la naturaleza, la infraestructura verde son los ecosistemas en sí que nos dan servicios, pero que, además, traen cobeneficios”, afirma. Por ejemplo, una trampa de sedimentación para un río, que es infraestructura gris, solo tiene esa función y requiere mantenimiento. Mientras que al sembrar un bosque a la orilla del río, como lo está haciendo en su predio don Fermín, se cumple la misma función, además de garantizar una mejor calidad del agua, evitar la erosión de los suelos, crear corredores para polinizadores y conservar la biodiversidad acuática. “Por eso nuestra apuesta es por la infraestructura verde”, recuerda Soto.

Así, a través de los cinco fondos por el agua que tienen en Colombia, y junto con socios estratégicos como la Fundación Femsa, Bavaria, el BID y Argos, entre otros, han logrado conservar y restaurar el equivalente a 28.000 canchas de fútbol profesional. En el área de Chisacá, específicamente, están trabajando con 35 familias, han cercado 12 kilómetros de rondas de río y, sumando las otras 15 familias que participan con el programa en Chingaza y el sistema Tibitoc, han conservado el equivalente a 2.150 canchas de fútbol.

“Este es un buen acuerdo para todo el mundo”, afirma Brian McPeek, vicepresidente global de conservación de TNC. “Se garantiza el agua para las personas que viven en Bogotá y para los que la conservan acá arriba, además de generarles un nuevo ingreso y resguardar el páramo. Es un gana y gana por donde se le vea. Ahora el reto está en ver cómo realizarlo a mayor escala”, concluyó.

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La preocupación por proteger los páramos de Colombia no solo viene de que son reservorios de agua en caso de crisis o que son ecosistemas que solo se encuentran en escasos territorios del mundo, sino porque allá, en lo más alto de la montaña, todos los procesos son más lentos: si se quiere sembrar un árbol, tomará más tiempo; si se quiere tener ganado, engordarlo será más lento.

Por eso, uno de los retos más grandes que la organización ha tenido que enfrentar es hacer reforestación a alturas mayores a los 3.000 msnm. “La tasa de mortalidad de las plantas es del 50 %”, cuenta Liliana Martínez, junto al patio de reposos donde están las plantas del vivero comunitario, en el predio de don Pablo Lasso, 20 metros más arriba del de don Fermín.

Junto a ella está Adriana Vela, otra de los miembros de la comunidad, que “ya parece botánica”. Con solo ver un árbol o una plántula puede identificar la especie, cuánto tardará en crecer y si va a sobrevivir al incipiente clima de las zonas cercanas al páramo. A través de experimentación y prueba y error, Vela y la comunidad han aprendido que, para restaurar sus fincas a esta altura, primero deben sembrar plantas de bajo valor ecológico, que crezcan rápido y le aporten a la calidad del suelo, para que luego puedan reforestar con especies más fuertes, como el garrocho.

Hasta el momento, han restaurado 10 hectáreas en el área, con semillas de 40 especies recogidas en la zona y priorizando los nacimientos de agua y rondas de ríos. Liliana explica que restaurando una sola hectárea se les van alrededor de $7 millones. Esto sin contar el millón y medio anual de más que puede costar hacer el mantenimiento.

“Hagan los cálculos”, sugiere la directora Adriana Soto. “Si en 20 años se han deforestado 6 millones de hectáreas en Colombia, y reforestar solo una cuesta un montón, no hay presupuesto nacional que alcance. Sobre todo porque no estamos restaurando a la velocidad que estamos deforestando”.

La suma, evidentemente, es tan alta que no alcanzaría ni vendiendo toda la papa que se está cultivando en el límite de páramo. Como probablemente lo van a hacer los dueños de un predio que se ve al otro lado de la montaña, a unos 3.450 metros de altura, donde un tractor rojo se está llevando por delante los frailejones y las puyas para arar la tierra. La herida se ve clara: los puntos amarillos de las flores contrastan con el negro del suelo que el tractor va dejando atrás. 

Por María Mónica Monsalve

 

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