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¡Así éramos los guanes!

Tras el hallazgo de la tumba del cacique Guanentá, investigadores reconstruyen la fisonomía de los aborígenes que se extinguieron por las enfermedades, la explotación y el genocidio a manos de los españoles.

Pastor Viviescas Gómez/Especial para El Espectador
01 de abril de 2011 - 11:40 p. m.
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“Dame una calavera y te diré cómo eras”. Este es el principio que al Indiana Jones criollo llamado Alejandro Navas Corona lo llevó a adentrarse en las penumbras de la historia y revelar el aspecto facial que tenían los primeros habitantes de Santander, los guanes.

Una misión al estilo Harrison Ford, pero esta vez no rodada en los estudios de Hollywood sino en la agreste topografía de la cordillera oriental, la cual le permitió a este abogado e historiador mostrar por primera vez, echando mano a herramientas científicas, la cara de esos bravíos aborígenes que habitaron estas breñas.

Aventurero por naturaleza, Navas Corona tiene como pretexto la dirección de la Casa del Libro Total, aunque en realidad su padre ignora que su verdadera ocupación es rescatar el pasado, sin importarle arriesgar su vida o sufrir una maldición. Dedicarse a esas “descabelladas” tareas es lo que le permitió no solamente hallar la tumba del cacique Guanentá en la vereda El Pozo, sino tener en sus manos la calavera del guerrero que lo desvelaría.

“La calavera se pudo rescatar a principios del año 2010 sobre los farallones que miran hacia el río Chicamocha desde la mesa de Xerira (Los Santos). El acceso fue sumamente complicado al tener que emplear no sólo cuerdas para el descenso sobre la pared rocosa, sino también porque se debe hacer una travesía imposible de apuntalar, por un sendero de poco más de 80 centímetros (abajo, decenas de metros de caída). El cráneo se encontró con restos óseos de otros cuatro guerreros de la etnia Guane, muy cerca de la tumba del cacique, en una grieta natural de la roca, de escasos cinco metros de profundidad por un metro de ancho y un metro de alto. Los indígenas taponaron la entrada con piedras y con barro”, relata el sobrino del nadaísta Pablus Gallinazo.

Luego, con la complicidad de su amigo Martín David Acevedo, la antropóloga forense Francia Viviana Soto Montes, la odontóloga forense María Inés Ramírez Corzo (ambas con la pericia de la Fiscalía General) y el apoyo logístico en proceso de vaciado y trabajo en fibra de vidrio de Javier, se pusieron manos a la obra.

La labor de reconstrucción tomó dos meses, en la medida que implicó un proceso de restauración dental y ósea, hasta llegar al “arte” mismo necesario para darle luz al rostro y al torso de un individuo de aproximadamente 25 años de edad, de patrón racial mongoloide, contextura robusta, deformación intencional craneal en frontal y occipital.

“El costo promedio de una reconstrucción de estas características hasta obtener el objeto exhibido es de aproximadamente $20 millones, pero definitivamente vale la pena hacer cosas como esta por el fortalecimiento de nuestra identidad”, subraya Navas Corona.

Toda esta experiencia está recopilada en una edición de lujo, a todo color, con caja y pastas en madera pirograbas, del libro Entre rostros y tumbas y los recursos recaudados por su venta, explica Alejandro, “entran a la Fundación El Libro Total, que a su vez los reinvierte en actividades culturales e investigaciones etnohistóricas”.

Alejandro no teme una retaliación de los espíritus guanes hacia él y sus colaboradores. “Quizás estén molestos con quienes de muchas maneras han agredido el patrimonio indígena, o los que los pusieron a comer, vivir y hacer lo que nunca hicieron, donde nunca vivieron y lo que nunca comieron; o de pronto estarán ‘arrechos’ al estilo regional, con quienes no los han valorado haciendo museos guanes sin piezas guanes, o los que venden sus objetos al mejor postor extranjero. Nunca estaré temeroso de los espíritus guanes porque aquéllos contemplan con orgullo el reconocimiento y la puesta en valor de su memoria desde los libros y las bellas artes”, asevera.

Crónica de un pueblo

Los guanes —pertenecientes al grupo lingüístico Chibcha, junto a los Muiscas y Laches— habitaron la región de la Mesa de los Santos, el actual municipio de Jordán Sube, Guane y Cabrera, es decir, toda la región baja que linda con el río Chicamocha desde Pescadero hasta las juntas con el Suárez, e igualmente desde la parte baja de Barichara hacia el río Suárez hasta que entra el río Fonce en aquél.

“No habitaron Piedecuesta, Floridablanca, Bucaramanga, San Gil, Socorro, Oiba, etc., sino un territorio relativamente pequeño, contrario a lo que se venía diciendo por algunas personas.

“Dedujimos ello de las costumbres funerarias, la pictografía, los vestidos, costumbres gastronómicas, material cerámico, instrumentos de guerra, deformaciones craneales y corporales, adornos y otros aspectos que con anterioridad no se habían estudiado. La confusión existía por la ausencia de investigación de campo, ya que se hacía en su mayoría desde el escritorio”, asevera Alejandro Navas Corona.

La noticia más reciente que se tiene de un guane vivo data de 1560, año en que llegó un visitador a averiguar por qué en la Provincia de Guanentá (cuya actual capital es San Gil) quedaba menos del 10% de la población indígena, con apenas 20 años de haber incursionado Martín Galeano y sus hordas españolas.

Los pocos aborígenes que quedaban fueron trasladados a resguardos en donde se mezclaron con otras etnias como los Chalalaes, Yariguíes, Poimas y Chitareros. Hay referencias “orales” de que existieron hasta principios del siglo XX algunos descendientes, pero hoy no existe ninguno conocido. “Habría que realizar pruebas de ADN en el territorio ‘propiamente guane’ para poder establecer posibles descendientes directos”, señala Navas Corona.

¿Pero los santandereanos de hoy se sienten guanes? Navas responde: “A medida que hemos venido realizando las investigaciones y conforme las hemos lanzado al público, el tema identitario ha resultado interesante, en la medida en que al quedar despoblado casi totalmente el territorio santandereano por el genocidio, la mita minera (repartición por sorteo de los indios que se destinaban a esos oficios) y las enfermedades, aquél fue ocupado por extranjeros (blancos); sin embargo, muchas personas se sienten indígenas, y algunas guanes, y cuando escuchan nuestras constataciones históricas, antropológicas y arqueológicas sufren una especie de colapso identitario que luego irán resolviendo en el entendido que la identidad no es un tema que trate únicamente de la sangre o el linaje. La identidad es un asunto de impermanencia y de dinámica espacial, personal, social, histórica y circunstancial”.

Muchas de las costumbres de los guanes siguen manteniéndose, como el consumo de chicha, arepas de maíz, hormigas culonas y tejidos.

“La reconstrucción de la figura de un guane, el hallazgo de la tumba, el arte rupestre documentado y todo lo que estamos haciendo desde El Libro Total sirve para crear, recrear y proyectar los parámetros identitarios que tanto nos están haciendo falta en estos tiempos de iniquidades y desafueros regionales”, concluye Navas Corona.

Tras los indígenas de “buen parecer”

Son escasas las referencias que se tienen acerca del aspecto morfológico de los Guanes. Fray Pedro Simón afirmaba que eran indios de buenas caras, más blancos que colorados, de nariz aguileña, distintos a los Muiscas, que tenían la nariz bastante achatada, y los ojos un tanto oblicuos.

Más adelante fueron definidos por investigadores como un grupo caucasoide, con nariz angosta y prominente, rostro perfilado y de órbitas altas.

Sin embargo, hasta ahora no se tenía un retrato materializado que ilustrara su fisonomía tan dispersa por la imaginación y tan limitada por las descripciones históricas.

El rostro escondido en el cráneo del cacique

En el libro Entre rostros y tumbas los investigadores describen cómo fue que a partir de la restauración de cráneo del cacique desarrollaron su retrato escultórico.

En el caso del cráneo del cacique Guanentá fue necesario implantar dientes sintéticos, que fueron claves para recuperar los detalles de la boca y el rostro que permitieron la elaboración de la escultura.

Lo primero fue obtener una copia del cráneo en yeso, para después reconstruir los principales músculos faciales , luego se aplican capas para recubrir la bóveda craneana y el rostro y partiendo del tamaño, la profundidad y la forma de las órbitas oculares se develan cómo fueron los ojos y pómulos del cacique. Así se determinó que sus rasgos eran mongoloides. Sus orejas pequeñas y sus lóbulos adheridos son una característica presente en el 65% de la población indígena masculina de Colombia.

Por Pastor Viviescas Gómez/Especial para El Espectador

 

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