Archivo / Gabriel García Márquez junto a Mike Forero en 1973.
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Un fin de semana de 1954, ya con cierto reconocimiento nacional en el ámbito periodístico y atento a la publicación de su primera novela “La Hojarasca”, el escritor Gabriel García Márquez viajó a Bogotá invitado por el escritor Álvaro Mutis que ejercía como jefe de relaciones públicas de una compañía de aviación. Esa visita se convirtió en 18 meses de trabajo en el periódico El Espectador, porque Guillermo Cano convenció a Gabo, primero que le escribirá un comentario sobre una noticia del día, y después que se quedara como redactor de planta del diario. (Lea: Así comenzó Gabo en El Espectador)
Gabriel García Márquez encajó en la redacción de Guillermo Cano que encabezaba José Salgar, y en su texto de memorias “Vivir para contarla”, el premio nobel de literatura, retrató a sus otros compañeros de andanza como Darío Bautista, “una rara especie de contraministro de Hacienda que desde el primer canto de los gallos se dedicaba a amargarles la aurora a los funcionarios más altos, con las cábalas casi certeras de un porvenir siniestro”. La redacción del “poeta de los grandes, Rogelio Echavarría, de Felipe González Toledo o de su primo Gonzalo González (Gog)”. (Lea: La tercera resignación, primer cuento de Gabo en El Espectador)
El escritor editorializó muchas veces en la sección “Día a Día”, en una época en la que el gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla ya había formalizado su fórmula para patentarse en el poder: el binomio pueblo–Fuerzas Armadas. Un modelo de Estado que le permitía encarar a los periódicos para decirles que la opinión pública no era la que ellos creaban “artificialmente”, sino la que él como mandatario palpaba en las calles y plazas donde él llegaba a escuchar la voz del pueblo. (Lea: Los días en los que Rojas Pinilla censuraba a la prensa)
Por Redacción El Espectador
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