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Para entender el presente
Al norte de Sincelejo, a espaldas de Montes de María y de cara al golfo de Morrosquillo, está Libertad. Extraño término en una región donde el paramilitarismo ha sido señor y dueño de vidas y haciendas. Todos esos parajes de la costa que van desde Urabá hasta el río Magdalena fueron poblados desde el siglo XVII por un no menos extraño movimiento colonizador mandado por don Antonio de la Torre y Miranda; historia por donde debemos comenzar, para entender.
La sustitución de los Habsburgo por los Borbones implicó, en el reino donde no se ocultaba el sol, un cambio significativo, que se conoce como el Despotismo Ilustrado. No cambió la estructura del reino, pero aflojó las tuercas del monopolio comercial ejercido por la corona y del rígido centralismo metropolitano. Cartagena de Indias era una fortificación por donde salía buena parte del tesoro de América hacia España y por donde llegaban casi todas las mercancías que los hispanos consumían: vino, aceite de oliva y polvo para sus pelucas. Cartagena, codiciada por ingleses, franceses y holandeses, no tenía relaciones con los territorios que la rodeaban. Un gran peligro a ojos de don Antonio. El virrey aceptó la razón superior de poblar esos territorios sacando a los indios chimilas y reduciendo las rochelas de negros para fundar pueblos.
Don Antonio, pues, sacó indios y negros, y metió blancos y mestizos. Fundó 43 pueblos en cuatro años, abrió caminos desde Corozal hacia los cuatro puntos cardinales, repartió solares y creó éjidos. Una reforma agraria popular, la llamó Orlando Fals Borda. San Onofre, el pueblo al que pertenece Libertad, fue fundado por De la Torre el 3 de marzo de 1778. La medida tenía un doble fondo: frenar las aspiraciones de los terratenientes criollos que comenzaban ya a conspirar contra el rey y, al mismo tiempo, surtirlos de mano de obra para el trabajo de sus posesiones.
La reforma permitió, no obstante, echar raíces a una capa de campesinos libres cobijados por la “regla de morada y labor”. Durante todo el siglo de guerras civiles —incluyendo la de la Independencia—, la región fue convertida en un gran campo de reclutamiento, lo que facilitó también la creación de grandes latifundios. En la guerra de los Mil Días, el general Ospina, estacionado en Montería para impedir que Benjamín Herrera regresara de Panamá con un ejército fortalecido con las victorias de Agua Dulce, se hizo a grandes posesiones en Córdoba, algunas de las cuales subsisten todavía.
Pasaron muchos años. Los copartidarios de Ospina, incluyéndolo, gobernaron al país hasta que fueron derrotados —esta vez en las urnas— por los liberales unidos alrededor de Olaya Herrera en 1930, que en un rasgo de singular audacia convino entitular tierras en San Onofre a los miembros de un sindicato agrario. “Eran tierras baldiosas —me explicaron unos campesinos nietos de los fundadores— buenas para cultivar yuca; y como el Monolaya las había declarado libres, las titulamos tierras de Libertad. Y así se quedó. Eran parcelas de pancomer”. Los campesinos las trabajaron muchos años, unos ratos como cultivadores y otros como peones de las haciendas, que no dejaron de crecer desde que el ganado cogió buen precio en las Antillas y se exportaban vacas para Cuba, México y Jamaica.
En los días del Incora se sumaron a las luchas que la Anuc desplegó en la región, y en especial en Sucre. Hubo una oleada de recuperación de tierras y una cosecha de muertos. Después llegaría la marihuana a suturar heridas.
La guerrilla, los ‘paras’ y el resto
Pero lo que calmó a unos, enriqueció a otros y el conflicto no tardó en aflorar. El Eln llegó hacia 1985 y estableció una relación muy estrecha con el movimiento campesino. Más tarde llegaron las Farc y organizaron el frente 37. El 27 de junio de 1995 mataron al exgobernador de Sucre Nelson Martelo, primo del célebre exgerente de Fedegan, Jorge Visbal Martelo, a quien la Fiscalía llamó en 2012 a responder por sus presuntos vínculos con Jorge 40.
Desde aquella fecha los paramilitares dominan la región entera. Números sin cifras dan cuenta de que: “Entre 1994 y 1996 el número de homicidios en los municipios de Montes de María y en los vecinos a éstos prácticamente se duplicó. Las masacres se multiplicaron por seis en Sucre. Y entre 1996 y 1999, en plena expansión de los paramilitares, los secuestros de la guerrilla se multiplicaron por cuatro. Sólo en 1996 las Farc fueron denunciadas de cometer 36 secuestros en Sucre”.
El capítulo más sangriento lo escribió Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena, un vaquero de hacienda convertido en matarife de reses y luego por la vía de las Convivir, en comandante del bloque Héroes de los Montes de María. Las masacres de Pichillín, Colosó, El Salado, Ovejas y Macayepo —de donde era nativo— fueron ordenadas desde la hacienda ganadera El Palmar, puesto de mando de Cadena, protegido por la Armada Nacional y blindado por políticos locales.
Cadena pactó con gran parte de los gamonales del departamento, entre ellos Álvaro García —El Gordo—, Salvador Arana, Jorge Eliécer Anaya, Eric Morris y Miguel Nule Amín, todos condenados por paramilitarismo. Un mando no menos conocido era Juan Dique, quien a su vez tenía sociedad con el turco y otros políticos cartageneros, como —hoy se sabe— la senadora Succardy y su marido. Los campesinos dicen que en El Palmar se arreglaban todos los negocios y al que no regresara, lo daban por muerto. En 2005 la Fiscalía encontró allí 72 cuerpos enterrados, la mayoría torturados y mutilados. El Palmar está situado en un punto que facilitaba —y facilita— los embarques de cocaína por los corregimientos de Berrugas y Rincón del Mar, en el golfo de Morrosquillo.
En 1998 llegaron a la región los Carranceros, según varios testimonios. Hombres de poco hablar, “arrimaban los viernes, miraban, amenazaban y se iban los lunes”. Prepararon la entrada de una Convivir manejada por un paisa, Mario Silgado. Después hizo su entrada Juancho Dique, enviado por los Castaño, quien se impuso sobre los anteriores jefecillos, asesinó a varios mandos de los Carranceros y se los entregó a la Fuerza Pública para que los cobrara como falsos positivos. Más tarde, Juancho Dique nombró a Marco Tulio Pérez, alias Oso, también nacido y criado en Macayepo, como comandante e impuso un régimen de terror y extorsión.
La nueva fuerza, debidamente armada y uniformada, vivía en la plaza principal de Libertad, frente a la iglesia, donde el cura párroco predicaba a favor de la nueva autoridad. En esa casa de ventanas rojas se pagaban los impuestos y se citaba a quienes iban a ser llevados como reses —amarrados y empujados— a El Palmar. La extorsión era el pan de cada día. Se cobraba por cabeza de ganado 10 pesos al mes; por cerdo, por caja de tomate sacado, por bulto de ñame encarrado. La gente, con la cabeza agachada, golpeaba en la ventaba y pagaba. Las unidades de los Héroes de Montes de María eran, por supuesto, unos tiranos que se llevaban a la cama cuanta mujer les gustara y obligaban a los hombres a servirles en cuanto “trabajo de obra” necesitaran.
Cuando los mandos se enrumbaban, “mandaban cerrar puertas de las casas a las 6 de la tarde”, para que no se supiera lo que hacían ni con quién lo hacían. Muchos dicen que la declaración de “toque de queda” era una condición puesta por los políticos, que llegaban a beber y a hacer negocios electorales y sucios de narcotráfico y ganado robado.
Los cumpleaños de los jefes paramilitares eran muy frecuentes y muy temidos por los campesinos, porque quien tuviera reses debían aportar dos novillos: uno para atender a las visitas y otro para regalar al homenajeado. Algunas vacas paridas se rifaban y cada vecino debía vender un número de boletas tan exagerado que era prácticamente imposible hacerlo, porque todos tenían la misma obligación. Dicho de otra manera: al que le daban las boletas para vender, tenía que pagarlas. Los impuestos se pagaban también con mujeres. Era obligatoria la asistencia de las niñas del pueblo a las rumbas del Oso, a quien le gustaban las muchachas tiernas. En cambio alias Cadena era más aficionado al ganado que negociaba con lo que se robaba en la bolsa ganadera de Sincelejo.
Las víctimas
El primer muerto del pueblo fue Jesús Banques Estremor, un evangélico al que alias Danilo, mando de los Héroes de María y hombre de acendrada fe, tenía entre ojos. Estremor sabía que querían matarlo y por eso andaba, como dicen en la costa, por la sombrita. Como no lo veían Danilo le echó mano a su hermano, lo torturó para saber dónde se escondía el hereje y, al final, lo mató. Encontraron el cadáver tirado en una trocha con la boca cosida. El asesinato del evangélico hizo temblar de indignación al pueblo.
El segundo muerto fue un inspector de Policía que tenía fama de serpista. El día que Horacio Serpa ganó la candidatura, lo mataron en la plaza y así se fueron sucediendo muertes, desapariciones o citaciones a El Palmar. Una noche mataron a seis robagallinas en una operación de limpieza social que dejó temblando al pueblo. El miedo se volvió terror y el terror se amontonó en la gente hasta que un día el Oso se fue a negociar un ganado en Cartagena y dejó encargado del mando a Diomedes, un pobre diablo que para ganar galones mató a un muchacho conocido como El Profe.
Como de costumbre pasearon maneado al sindicado por todo el pueblo. Lo llevaban como un Nazareno sin ser Viernes Santo; por eso fue que el pueblo se arremolinó. Saco rulas, barras, palas, azadones y palos, y se “abalanzó contra Diomedes, quien pese a tener dos granadas y una pistola, huyó”. Unos dicen que se mató por estar mirando hacia atrás, cuando atravesaba el puente que hay a la salida del pueblo y se cayó al río de cabeza. Otros dicen que los indignados vecinos lo alcanzaron pasando el puente y lo mataron. El hecho escueto fue que apareció muerto. Nadie lo reclamó y ni ‘paras’ ni Policía vinieron por el cadáver. La gente, temiendo una represalia sangrienta, se organizó en rondas de día y de noche para enfrentar a los Héroes de Cadena, que nunca llegaron. Llegó, sí, una carta de Juancho Dique pidiendo perdón. Nadie sabe qué buscaba.
Libertad sigue bajo el control de los nuevos contingentes paramilitares que se hacen llamar Rastrojos y que, como se sabe, están enfrentados a los Urabeños que ganan día a día terreno. “Desde que usted entró por Pajonales y pasó por Pisisí, ya sabían quién era usted y a qué venía”. Lo creo. Hace dos años fueron ultimados con tres tiros de gracia en la nuca los estudiantes de la Universidad de los Andes, Margarita María Gómez y Mateo Matamala, cuando fotografiaban pájaros en los manglares del golfo de Morrosquillo. Los vigilaban. El enfrentamiento entre Rastrojos y Urabeños por el control de embarcaderos en las islas de San Bernardo es a muerte.