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El 17 de septiembre de 1952, en la en la esquina superior izquierda de la primera página de El Espectador apareció una pequeña nota con un anuncio de la dirección: “En reunión de ayer, la junta directiva de El Espectador resolvió aceptar la renuncia del cargo de director del periódico presentó el señor Gabriel Cano y designar para reemplazarlo al señor Guillermo Cano”. A sus 27 años, Guillermo Cano asumió la conducción del diario de su familia, concretando así también el relevo generacional.
Apenas habían transcurrido 11 días del incendio del periódico y la primera tarea para el joven director fue recibir la instrucción impartida por el gobierno de Roberto Urdaneta de informarle que materiales periodísticos debían pasar por la censura. En vez de alguna explicación sobre el hecho vandálico contra las instalaciones del diario, el Ejecutivo le hizo saber que en adelante “editoriales, informaciones de orden público, investigaciones criminales, asuntos económicos, fotografías o caricaturas”, debían ser revisadas. (Lea: El día que incendiaron la sede de El Tiempo y El Espectador)
En un contexto en el que los sensores oficiales o los jueces se permitían ordenar el cierre de las puertas del diario para inspeccionar el trabajo que hacían los periodistas y decidir que podía publicarse al día siguiente, asumió Guillermo Cano la dirección de El Espectador. Su colega, Álvaro Pachón de la Torre saludó su designación como la de un hombre “Predestinado a ser depositario de la limpia tradición de sus mayores”, y a mantener las banderas del periódico frente a los “huracanados vientos de la historia”.
Por Redacción El Espectador
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