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La muerte puede llegar a pesar 500 kilos y para enfrentarla es mejor tomarse un trago desde temprano. Ojalá fuera uno de ñeque. De ese fuerte, montuno, que don Chano Romero, el gamonal, regalaba en la plaza por allá en 1875, cuando se estableció que la fiesta se haría todos los 20 de enero y los tragos eran así, regalados y sin factura. La muerte puede ser negra, blanca o colorada y rara vez se deja mirar a los ojos. No busca a nadie en especial, pero cuando elige a quién llevarse no hay súplica que le valga ni llanto que la contenga. Por eso para enfrentarla es mejor tomarse un trago desde temprano.
Los más tradicionales garrocheros de la región sabanera del país (departamentos de Sucre y Córdoba) se limpian el sudor con los ponchos, se abanican con los sombreros vueltiaos, mientras en la improvisada rueda que arman para conversar va pasando de mano en mano el vasito plástico lleno de aguardiente caliente que les quema la garganta y cualquier dejo de cobardía. Es un círculo como de cinco, al que llegan y del que salen hombres, según la frecuencia con la que se sirve el trago, que se alista para entrar en unas dos horas a hacer su trabajo en el ruedo. A un lado de ellos, la plaza; al otro, los caballos amarrados que también sudan a chorros. Y a su alrededor, como si fueran moscas, muleteros, capoteros, banderilleros, amarradores y el resto de personajes que arman la fiesta.
Ahí están los famosos por estas tierras John Garay, ‘El Mono’ Garay, y Napoleón Jaraba, Fabio Jaraba y Rafael Cabarcas. Hombres de campo, ninguno menor de 30 años, que han dedicado sus vidas al aparentemente inexplicable oficio este de, desde un caballo, puyar los toros de las corralejas. Lo hacen con palos de madera de casi dos metros que en la punta llevan una lima de metal afilada. Le hacen daño para poner más bravo al toro bravo.
Invariablemente criados en fincas, amansadores de caballos, ordeñadores, silvestres todos, su oficio no dista mucho del que todas las madrugadas se levantaban a hacer los antepasados que también con la garrocha lidiaban los toros en el campo, acosaban los terneros con la soga para que se movieran hacia el corral y a veces capoteaban los novillos. Vaqueros sabaneros en briosos caballos, fornidos, de pelo en pecho, que cantaban por las tardes.
Cuando yo tenía ganado, cantaba la vida mía.
Ahora que no lo tengo, le canto a la vaquería.
Ejeeeeeeeeee vacaaaaa, ejeeeeeeee torooo.
Con una ganancia de entre cien mil y un millón de pesos por tarde de corralejas (cifra que varía según el garrochero, el toro y el ganadero que les paga), estos de ahora son el más contundente y original símbolo vivo que queda de la llamada fiesta de toros del 20 de enero en Sincelejo. Un evento que, tal y como se hace en esta época, resiste dos siglos en el país en medio de críticas, tragedias, conflicto armado, invasiones comerciales y, más recientemente, la oposición que a la fiesta brava –cuya diferencia básica con la corraleja es que en la segunda no se mata al toro- ha hecho en Bogotá el alcalde capitalino Gustavo Petro. Curiosamente, Petro es hijo del vecino y también sabanero municipio de Ciénaga de Oro, Córdoba.
Como la yuca, el ñame y el algodón, hijos de estos sabanales, se trata de una fiesta que brotó de la tierra a orillas del río San Jorge, en el antiguo Bolívar Grande. Era el único divertimiento de los vaqueros, los peones y los esclavos de la región. Si llegaba el hijo del patrón, si el vecino se animaba a casarse, si la mujer quedaba nuevamente en embarazo. Si llovía, si hacía brisa. Cualquier excusa servía para que un grupo de hombres bravos decidieran demostrar públicamente y en medio del alcohol cómo era que se burlaba un toro de lidia. Una herencia importada de España.
Del monte se trasladó a los pueblos. A Caimito, a San Benito Abad, a Ayapel… en donde los ganaderos prestaban sus mejores toros para celebrar las fiestas patronales. Pero fue Sincelejo la ciudad llamada a ser bautizada como la capital mundial del toro bravo. Acaso porque ha sido la población que más toros, ganaderos y garrocheros legendarios ha visto triunfar.
No hay sino que referirse a los toros El Balay y El toro negro, y a los ganaderos Arturo Cumplido y Juan Perna Mazzeo, y a los garrocheros Juan Osorio y Anselmo Ortiz. Ah, en esta tierra saben de lo que se está hablando cuando se les menciona. Todos quedaron inmortalizados en los porros cantaos de las bandas de viento que históricamente amenizan la fiesta.
Por ejemplo, El Balay, así se llama la canción del compositor Julio Fontalvo en honor al toro inmortal del sincelejano Arturo Cumplido, que recorrió las mejores corralejas y fue herido de muerte en Córdoba con unas banderillas envenenadas por el familiar de una de sus víctimas.
Se murió El Balay en tierra cordobesa.
Y quedó su cuerpo tendido en la arena, compa.
Él nació en la hacienda de Santa Teresa.
Dice Arturo Cumplido, de una raza buena, compa.
Eran las épocas doradas de las fiestas del 20 de enero que, cuenta el historiador de la región Inis Amador, tenían menos interés comercial y más artístico. Lo importante no era cuántos pagaban boleta para subir a los palcos de madera que llegaron a tener hasta tres pisos, sino quién se le medía a burlar al más bravo de los toros y qué ganadero se lucía como dueño del animal.
Toda la parranda murió, claro, la tarde del 20 de enero de 1980, cuando una lluvia inexplicable por la época cayó sobre la corraleja e hizo caer los palcos en los que se encontraban alrededor de 20 mil personas. La tragedia del 20 de enero. Nunca se supo oficialmente cuántos fallecieron, pero se habla de entre 400 y 500 muertos.
El periodista Alfonso Hamburger detalla los mitos que con el tiempo se crearon alrededor de aquel drama monumental. Esa tarde debía ser para los toros de Arturo Cumplido, como era tradición todos los 20 de enero. Sin embargo, por primera vez le terminaron dando la jornada a los animales del ganadero Pedro Juan Tulena. La leyenda dice que por eso se cayeron los palcos. Aquella noche, un decreto de la Alcaldía acabó por 15 años seguidos con el evento.
A la pregunta de un periodista sobre de quién era la culpa de la tragedia, el gobernador de Sucre entonces respondió: “Será Dios”.
***
Sincelejo (la capital sucreña, ahora con unos 250 mil habitantes) intentó sobrevivir sin su fiesta, pero aún con sus bandas y los fandangos que siempre acompañaron el evento. Hasta que, moribunda ciudad sin su diversión, no pudo más y en 1997, hace 15 años, montó de nuevo una corraleja formal detrás de la plaza de toros. Inis Amador, uno de los gestores, la llamó minicorralejas “para disimular”.
Por entonces la guerrilla azotaba la región sabanera con sus pescas milagrosas, sus secuestros y sus extorsiones, por lo que ya los ganaderos no querían lucirse mostrando sus toros de lidia, sino más bien invisibilizar sus riquezas.
Hoy son los palcos de siempre, sólo que de un piso no más, que en las afueras de la ciudad patrocina durante seis días la empresa privada y organiza una junta de hombres dedicados a distintas profesiones. Muchos, empresarios que han visto en el evento una oportunidad comercial única que hace que no falte la publicidad de todo tiempo en el interior de la plaza. Hoy, como el trago que toman los garrocheros, todo es pago.
Hasta a ellos, los hijos de la garrocha, llegó la polémica que generó en Bogotá el alcalde capitalino Gustavo Petro, al quitarle el patrocinio a la fiesta brava de la ciudad. En la rueda bajo el sol en la que conversan y toman antes de entrar a garrochar, comentan que, por supuesto, no están de acuerdo con una eventual prohibición de las corralejas.
¿Maltrato animal? ¿Crueldad con el toro de lidia? ¿indolencia? Frente a estos hombres del campo, parecen de esos cuestionamientos propios de los citadinos, que no llegan al universo de los garrocheros. Sí al universo de uno de los miembros de la junta organizadora de la fiesta, Inis Amador, quien asegura que desde este año están tratando de evitar “tantos actos barbáricos. No somos ajenos a la postura de los antitaurinos, pero, como dijo una vez el maestro César Rincón, para acabar con esta fiesta tendríamos que dejar de sacrificar reses, de torcerle el pescuezo a las gallinas y de darles a los puercos garrotazos para comérnoslos. El debate está abierto”.
El historiador resalta que, curiosamente para él, uno de los organizadores del evento en 2012 sea “Álvaro Alcocer, tío de Verónica Alcocer, sincelejana y esposa del alcalde Petro, quien además es exreina de las fiestas del 20 de enero y nieta de Eustorgio Alcocer Navas, eximio ganadero fallecido que en varias ocasiones dio toros al evento”.
Y mientras dice estas palabras, los garrocheros deshacen la rueda, montan sus caballos y entran al ruedo a enfrentar la muerte negra, colorada o blanca que rara vez los mirará a los ojos.