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Ya está listo el pollo de la cuerda sabanera
Para el año entrante cuando
haya concentración
Porque ya Nabo me mandó un pinto blanco de ‘El Costeña’
De los que ensucian las espuelas cuando pican al contendor.
‘El Cordobés’
Adolfo Pacheco
El pollo del maestro Adolfo Pacheco, el más grande compositor sabanero, cumplió la promesa de la canción. Se convirtió en un noble gallo fino, peleó en la siguiente concentración y ensució sus espuelas picando al contendor. El cacique parrandero Nabo Cogollo se lo había regalado después de una juerga de 10 días en la finca ‘La Florida’, de Cereté, bajo la promesa de que Pacheco le hiciera un canto al animal. Lo bautizaron El Cordobés, no por ser de Córdoba, sino en honor al torero español Manuel Benítez, de quien sabían era también aficionado a las riñas de gallos. Claro está, nunca tanto como ellos.
El viejo sanjacintero, que anda por los 72 años, compositor también de La hamaca grande, escribió su poesía en 1964 y para entonces ya era un seguidor de tiempo completo de los gallos de pelea. De hecho, cuenta que fue siendo un niño de tres que el patrón de su papá le regaló sus primeras gallinas. Desde entonces, por estar atendiendo las riñas de sus animales se ha metido en más de un lío. Ha peleado con los galleros, ha peleado con las mujeres, ha peleado con los hijos.
“Apunte bien esto y que quede bien claro: soy adicto a los gallos y lo que me gano en música me lo gasto en ellos”, pide sonriendo.
Hombres como este nacen y se repiten sin parar en estas tierras sabaneras del norte de Colombia, que alguna vez se llamaron el Bolívar Grande. Ven la luz en el monte, y a veces también en los grandes municipios, y crecen en un mundo que parece más sencillo, en un tiempo que pasa más lento, oliendo la tierra mojada de lluvia y amando el silvestre canto del gallo que anuncia la mañana.
Unos con más recursos de subsistencia que otros, como suele pasar siempre, pero todos compartiendo la pasión del campo que se traduce en emocionarse viendo dos gallos finos despelucados competir hasta que uno cae desbaratado al suelo. Apuestan por ello mientras levantan las copas de los tragos.
La historia es cercana a la de la corraleja en la que los hombres de la región juegan a burlar un toro, al tiempo en que celebran con ñeque (ron) y reciben billetes que desde los palcos de madera les tiran los ganaderos. Las dos fiestas son una herencia barbárica que viene desde España. Ambas sobreviven algo así como dos siglos, con más fuerza en la zona norte del país. En los dos casos, fuertes aguaceros de críticas caen de vez en cuando.
Al igual que pasa con la fiesta en corraleja, una de las capitales nacionales de los gallos es la principal ciudad sucreña, Sincelejo. En su libro Los gallos finos en el mundo, el historiador de la región Rafael Ramón Camargo cuenta que en 1920 se levantó allí la primera gallera. La gallerita de palma y cañas guaduas de la niña Juana Garrido. Los gallos eran llevados en burro y a caballo desde un caserío llamado Chochó. En los alrededores del redondel, o valla, en donde se realizaban las peleas, se vendían quesadillas, sodas de panela y chicha de maíz agria. Las espuelas eran naturales y la apuesta mínima de cinco pesos.
La inauguración oficial fue el 18 de enero de 1925 y a ella llegaron los más sobresalientes criadores y aficionados de Sincelejo y la región. Entre ellos el ya fallecido exalcalde Eustorgio Alcocer Navas. Él era el abuelo de Verónica Alcocer, la esposa del mandatario que acaba de prender un debate nacional en contra de los espectáculos con animales: Gustavo Petro, alcalde de Bogotá. Aun desde su nacimiento, estas riñas han estado rodeadas de la presencia de los poderosos. Rara vez les hace falta un político.
Una noche en la gallera
Las galleritas enclenques como la de la niña Juana Garrido continúan existiendo en Sincelejo y la región debajo de los palos de mango, pero no esta noche. Esta noche la cita es en el moderno Club Gallístico San José, de la capital sucreña, para celebrar la primera jornada del III Torneo Anual de Riñas de Gallos (o concentración), que comenzó a las 4 de la tarde.
Serán dos días, mil asistentes, 148 riñas de 10 minutos cada una, 500 mil pesos por inscripción. La apuesta mínima de los dueños de los gallos, de un millón de pesos. Habrá mucho whisky. Y carne y yuca asadas cuando entre la madrugada. Volarán muchas plumas y correrá mucha sangre por la valla (círculo de la pelea).
Afuera Sincelejo celebra sus fiestas del 20 de enero. Adentro de la gallera ya son las 7:20 de la noche y dos jueces vestidos con uniformes rojos carean (hacen que se den picotazos) un gallo giro y un gallo chino antes de dar comienzo a la riña 33 del día.
Se enfrentan dos animales de cuerdas (equipos) de Sincelejo y Montería.
—¡200 (mil pesos) al chino! —grita un señor calvo mientras se seca el sudor con el poncho y busca entre los asistentes unos ojos para acordar la apuesta.
— ¡Voy al giro, voy al giro, voy al giroooooooo! —se desgañita un muchacho como de 20 años que sostiene en alto un fajo de billetes.
El reloj empieza a correr y, en los extremos de la valla, los dueños de los dos gallos aprietan los puños y pasan la emoción con un trago.
—¡No joda, chino, no te dejes ganar! ¡Ese es mi gallo, no joda! ¡Échale pollo giro que sí se puede, no jodaaaa!
Cada 10 minutos que arranca una nueva pelea, la gallera se convierte en una pequeña torre de babel en la que cada uno habla el idioma que se le da la gana. El universo entero se reduce a dos animales que se picotean, se caen, se levantan, se sacan los ojos y se asesinan. Efectivamente, la sangre salpica y las plumas vuelan. Los segundos que corren en el reloj que manejan los jueces terminan de calentar la cosa. Después de todo, al final alguno tendrá que estar muerto. O ambos muy malheridos, y ahí se declararía un agridulce empate.
Un lance estratégico de la espuela puede hacer que a veces la riña no pase del minuto. El contendor herido se tambalea. El gallo más gallo aprovecha para rematarlo. La torre de babel entra en estado de enajenación. Un terremoto pasa por el lugar. Entonces, el dueño ganador celebra como si hubiera obtenido la fuente de la eterna juventud. Y los perdedores se aprestan a pagar enseguida el dinero que derrocharon por su mala intuición.
Aquí y en la más improvisada gallera de patio, los pactos son entre caballeros y no hay necesidad de firmas para pagar una apuesta. Basta con mirarse a los ojos, asentir con la cabeza o darse un apretón de manos. Esa es la palabra del gallero.
Y galleros de palabra por estas tierras sí que hay muchos. El buenavistero Jairo Naguib, por ejemplo. O el sincelejano Manuel Silva Fortich. Y otros considerados legendarios, ya desaparecidos, como Humberto Arrázola, Antonio Mendoza o Jorge González ‘El Pavi’. El homenajeado en esta ocasión se llama Jorge Emilio Alcocer, según cuenta William Bula, uno de los organizadores de la concentración. Mañana, cuando acabe el torneo, aficionados y galleros jóvenes brindarán en su honor. “Él es el padre de Verónica Alcocer, la esposa del alcalde Petro, pero, más allá de ese apunte, ha sido uno de los galleros más respetados y entregados de estas tierras”.
Morir peleando
Dice el viejo gallero de Buenavista (Sucre), Jairo Naguib, que para ser un buen gallero son indispensables dos características: tener una buena economía y ser una persona seria. Lo comenta mientras muestra la cuerda de 50 gallos que tiene en el patio de su casa. Un rancho alto con guacales para que duerman los animales, una cancha de entrenamiento y un cuarto de palma para hacer los enraces. Ahí se encierra el padrote (padre de muchos gallos finos) con tres gallinas. Es toda la estructura física que necesita el hombre para ejercer la actividad que más le gusta en la vida, después del comercio.
Los galleros, aficionados o legítimos enrazadores; los cuidadores de los gallos, incluso, tienen que tener palabra y dinero para cumplirla. Mejor dicho, “un tipo limpio y perrata no puede ser un buen gallero”, remata.
Lejos de ahí, desde Sahagún (Córdoba), en donde tiene su cuerda de gallos, el contador de 34 años Guillermo Vergara añade que también es necesario que el criador sepa que la actividad sólo deja pérdida de plata. “Nadie se hace rico con esto. Por el contrario, uno les invierte y les invierte a los gallos, todo por amor a esto”.
Ambas generaciones responden a la polémica abierta por el alcalde de Bogotá coincidiendo en que la pasión por la riña les puede más que los argumentos y que, además, los gallos finos nacieron para pelear. Incluso si dos de estos animales se encuentran lejos de una valla y del estrépito de los apostadores, es inevitable que alguno termine muerto a picotazos.
“Yo lo que amo es el arte que hay en esto, el honor del que hacen gala estos animalitos, a los que les están dando duro, pero que sin embargo se levantan o mueren peleando. Tendrían que ser ejemplo para toda la Humanidad”, agrega aparte Adolfo Pacheco.
En la tarde de sus días, diabético, pero necio parrandero todavía, el maestro vuelve a pensar en el pinto blanco de su alegría, hijo del padrote llamado ‘El Costeña’, que supo ensuciar bien sus espuelas picando al contendor. Al menos en sus dos primeras peleas. En la tercera riña murió frente a un gallo chino sanjuanero.
Una actividad permitida
En el marco del debate público nacional que propuso el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, cuando decidió cortar el patrocinio que el Distrito daba a las corridas de toros, uno de los elementos principales acaso sea la sentencia C-666 de la Corte Constitucional, que reconoce las peleas de gallos, las corralejas y la fiesta brava como actividades culturales. Sin embargo, el documento bien advierte que las autoridades públicas no pueden apoyarlas, patrocinarlas, dirigirlas ni, en general, tener una participación positiva en acciones que impliquen maltrato animal. Esto porque el alto tribunal considera que no deberían ser promovidas en las generaciones venideras.
Para tener en cuenta
500.000 pesos fue el valor de la inscripción de cada cuerda al reciente torneo de gallos de Sincelejo.
50.000 pesos costaron las entradas al evento, con las cuales se mantiene todo el año el Club Gallístico.