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Aunque la del abandono al campo ha sido una historia construida paulatina y sistemáticamente en el país, a la sombra de muchas administraciones, y ha sido alimentada por factores que van desde la violencia hasta la miopía de los propios ciudadanos, en el paro agrario que vive hoy el país hay un caballito de batalla con el cual muchos de los manifestantes sintetizan el mal momento que atraviesan: los TLC.
Se trata de una tesis que comenzó a hacer carrera desde mucho antes de que el país empezara a negociar sus tratados de libre comercio con Estados Unidos (hace un año y cuatro meses entró en vigencia), con la Unión Europea (en marcha desde el pasado 31 de julio), con Canadá (vigente desde el 15 de agosto de 2012), entre otros.
Esa creencia popular encuentra asidero en experiencias internacionales, como la de México, cuyo sector agrícola se vino al piso tan pronto entró en vigencia el Acuerdo de Libre Comercio de Norteamérica, que ligaba su economía con la de Canadá y Estados Unidos (Nafta, por sus siglas en inglés). La verdad es que a la luz de la experiencia lo que el Nafta terminó por hacer fue impulsar una dinámica de mercado en la que México tuvo que escoger la opción de especializarse en algunos de los sectores de la producción para los que tenía mayor vocación, en detrimento de otros en los que no era tan competitivo.
Las discusiones en Colombia iban desde quienes vaticinaban que al entrar en competencia directa con mercados tan fuertes como los de Estados Unidos y la Unión Europea el país comenzaría a importarlo todo, hasta quienes señalaban que si la industria local era capaz de adaptarse rápidamente a la nueva realidad, la economía local no sufriría mayores traumatismos.
Ni lo uno ni lo otro. Todo proceso de adaptación a una nueva realidad comercial trae sus consecuencias y en el caso colombiano, un año después de entrar en vigencia el acuerdo comercial con Estados Unidos, la situación es más que elocuente: mientras el Gobierno saca pecho porque 187 nuevos productos y 775 nuevas empresas empezaron a exportar a un mercado de 310 millones de consumidores, en el sector agropecuario crece el temor por la importación de cereales, productos lácteos y las restricciones a la importación de semillas. La suma de esos inconformismos fue el coctel que estalló hace 13 días y que ahora trata de resolver el Gobierno.
¿Hasta qué punto son ciertos dichos temores? El embajador de Estados Unidos en Colombia, Peter Michael McKinley, dice que no es cierto que su país exporte papa, leche y cebolla a Colombia. Por lo que, más allá de las asimetrías entre las economías de Colombia y EE. UU. (para cuyos efectos existen cláusulas de salvaguarda en el TLC a las cuales Colombia puede acudir cuando alguno de sus sectores amenace en ruina como consecuencia del acuerdo comercial), es posible que los problemas estén en otro lado y no en el tratado que ahora se cuestiona.
Es el caso de la papa. Cifras de Fedepapa, conocidas por El Espectador, demuestran que el país produce 2,78 millones de toneladas anuales e importa poco más de 4.200 de Estados Unidos, una cifra que no alcanza para crear desajustes como los que llevaron a la protesta. En este caso el verdadero problema está en flagelos como el contrabando, que también afecta a otros productos.