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La validez política y ética del voto en blanco cuando se juega la Presidencia entre un candidato que representa una supuesta posición de centro derecha, y otro que es de presunta extrema derecha, ha ocupado la discusión pública. Usted pregunta en su columna si “será un suicidio votar en blanco o abstenerse de votar” ¿Por qué?
Porque ni el voto en blanco ni la abstención tienen la capacidad de impedir el triunfo de alguna de las dos candidaturas y es grande la posibilidad de que gane la propuesta cuya principal bandera ha sido la de acabar el proceso de paz de La Habana (así su candidato haya dicho lo contrario en estos días, lo cual no es creíble). Esa propuesta, además, encarna prácticas abiertamente contrarias a los derechos humanos como el espionaje ilegal realizado por el hacker Sepúlveda, el paramilitarismo promovido por numerosos políticos detenidos y condenados por ese motivo, y el abuso de poder ejercido por quien no tuvo inconveniente en cambiar la Constitución para hacerse reelegir.
En todo caso, quienes proponen votar en blanco recuerdan que esa es una opción que da la democracia.
Cierto, pero en las actuales circunstancias el voto en blanco o la abstención significan una renuncia a oponerse a la reedición del autoritarismo y un aval para que se aborte la posibilidad de la paz negociada.
Como usted, otros intelectuales y líderes de opinión han planteado su preocupación ¿A qué se debe que la discusión sobre el voto en blanco haya cobrado tanta importancia en esta segunda vuelta?
A que no estamos frente a un episodio banal sino ante una encrucijada histórica en la cual pueden producirse dos retrocesos graves: el fracaso de la oportunidad de lograr la solución negociada del conflicto armado y la recuperación de la Presidencia por el uribismo, cuyo autoritarismo, como dije, ya ha sufrido el país. El irrespeto inescrupuloso de los derechos de quien piense distinto y la división beligerante de la sociedad entre quienes estén a favor y quienes estén en contra del caudillo (recuerde el “Estado de opinión”) es el fundamento esencial de la política uribista. Todo lo anterior es muy grave para la vigencia del Estado social de derecho en Colombia, que es precaria.
Disímiles grupos políticos están tomando partido a favor de un candidato a pesar de que no reconocen identidad de programas y criterios con él ¿No implica esta actitud cierta incoherencia ideológica?
Por supuesto que en elecciones hay personas y grupos que están dispuestos a apoyar opciones por conveniencia, sin importarles la coherencia ideológica. Pero no todos actúan así. En las elecciones a dos vueltas se espera que el elector vote, en la primera, por su preferencia ideal y en la segunda, por la opción real, es decir, por la posibilidad más cercana o menos lejana a sus convicciones. Cuando las dos opciones son iguales o indiferentes para el elector, es entendible que se abstenga o que vote en blanco. Pero cuando una de ellas es absolutamente inadmisible, lo racional es votar por la otra, así contenga también elementos con los cuales la o el elector no esté de acuerdo. No hay que olvidar que hay ‘guatemala’ pero también que hay ‘guatepeor’.
Un sector del Polo opina que votar por un candidato de tendencia política diferente, es traicionar la que ha caracterizado a ese partido ¿El voto en blanco o la abstención en ese contexto son correctos éticamente hablando?
Con todo respeto por esa posición, insisto en que lo ético es votar por la opción menos dañina. Eso no significa traicionar nada, puesto que la, o el elector, no pierde por ello sus convicciones sino que adopta una decisión realista. Más aún, adopta una decisión responsable porque, de no tomarla, facilitaría el triunfo de la otra opción. En Francia, la izquierda tuvo que votar en 2002 por Chirac para frenar al ultraderechista Le Pen. Fue una decisión muy difícil, pero hoy nadie habla de traición por haberla tomado, sino que se reconoce que era lo que había que hacer.
Pero entonces termina uno votando, simplemente, en contra de alguien.
No, porque no basta votar para evitar la peor opción. Es necesario seguir trabajando para fortalecer en el futuro la opción propia. Sin embargo, si se deja avanzar la peor de todas por votar en blanco será más difícil, si no imposible, que triunfe la mejor en el futuro.
El senador Jorge Enrique Robledo ha recibido críticas de varios intelectuales y columnistas que votaron por él, porque escogió abstenerse ¿Qué piensa del debate que enfrenta el congresista líder del Polo?
Primero, déjeme decirle que tengo gran respeto y admiración por el senador Robledo. Segundo, le reitero que desde la perspectiva de derechos humanos, permitir el triunfo del uribismo en estas elecciones significaría no solo retroceder lo poco que se ha avanzado en negociaciones de paz, reconocimiento de las víctimas y respeto por la opinión diferente, sino regresar a los falsos positivos, favorecimiento a los paramilitares, intento de manejar las altas cortes y la Fiscalía, persecución de magistrados independientes, opositores políticos, periodistas, defensores de derechos humanos, chuzadas, actitud beligerante frente a países vecinos, red de informantes, soldados campesinos…
Y, si gana la otra candidatura, ¿cree que todos esos problemas se solucionarían?
Si gana la otra opción, también tendremos que seguir enfrentando políticas contrarias a los derechos humanos: ampliación del fuero militar, ley de seguridad, asesinatos de defensores de derechos humanos y reclamantes de tierras, TLC, “locomotora” minera, promoción del modelo agroindustrial en detrimento de la economía campesina, etc. Pero siempre hay bastante diferencia entre una y otra situación.
¿Cuál? Pregunto porque esa lista que usted acaba de hacer es impresionante contra cualquiera de las candidaturas.
Una muy importante: en caso de que no gane el uribismo, habría mejores condiciones para reivindicar la adopción y observancia de una política respetuosa de los derechos humanos.
Dos congresistas recién elegidos por el Centro Democrático lanzaron polémicos trinos. El primero anunció “juicio político criminal contra el ‘expresidente’ Santos” a partir del 7 de agosto. La segunda publicó un mapa de Colombia escribiendo las siguientes palabras encima de las regiones donde ganó Santos: “Bacrim, Farc, Nicaragua, Cuba, Ñoño (Elías), Kiko (Gómez)” ¿Estas manifestaciones son la expresión de la amenaza- venganza con que llegarían al poder?
Muestran la polarización que se promueve desde ese sector que simplifica y tergiversa los problemas para terminar imponiendo soluciones basadas en la intimidación. Es una forma cavernaria de hacer política, contraria al respeto, al raciocinio y a la búsqueda de la verdad, que implica tener apertura para conceder la razón al contrario.
En consecuencia con todo lo que ha dicho, y desde el punto de vista de derechos humanos ¿el país pasa por un periodo crítico, más notorio por la actual elección presidencial?
El país está en una grave crisis de derechos humanos y no ha dejado de estarlo durante el actual gobierno. Más aún, ha habido retrocesos preocupantes como el retiro del Pacto de Bogotá o el desconocimiento de la obligatoriedad que tienen para el país, las decisiones de la Comisión Interamericana. Lo que sucede con esta elección presidencial es que esos retrocesos pueden acentuarse y robustecerse. Pero si se logra un acuerdo de paz, habrá mayor espacio para lograr transformaciones sociales y estatales. Se requerirán muchos esfuerzos para hacerlas realidad, pero será una oportunidad única.
Usted mismo plantea que el proceso de paz no es el único factor que cuenta en la actual elección puesto que hay otros temas fundamentales ¿Por qué un acuerdo con las guerrillas estaría por encima de los demás asuntos?
He planteado que sería miope ignorar la relación entre la salud, la educación, el empleo y otros derechos, de un lado, y la profunda inequidad social existente en Colombia, del otro. Esta inequidad, a su vez, se apuntala en la guerra: bajo su óptica, se le pone contención a las luchas sociales libradas por diversos sectores de la población civil, que son considerados enemigos militares. Con esta reflexión no he hecho más que retomar el diagnóstico sobre la crisis de derechos humanos en Colombia efectuado por la Alta Comisionada de Naciones Unidas (ver parte superior de la pág.). Circunscribir el debate de la segunda vuelta a la educación o el empleo, aislándolo del agudo problema de la inequidad social y de la necesidad de superar la mentalidad contrainsurgente es, sencillamente, abrirle paso a la continuación de la guerra.
Y resaltó, también, en el marco de la actual elección, “la inequidad social” ¿Por qué la relaciona?
Después de Haití, Colombia es el país más inequitativo del continente. Los recursos para superar la inequidad los absorbe prioritariamente la guerra porque, entre otras razones, no ha habido interés real de la dirigencia en superarla pues, a fin de cuentas, como muchos de los sectores vulnerables son vistos como potenciales insurgentes, la conclusión es, en términos generales y con notables excepciones, que no hay que darles mucha educación ni brindarles condiciones dignas de vida o mucha posibilidad de ascenso social porque de pronto cambian el orden establecido si llegan a ser autónomos. Mejor mantenerlos subordinados, con algunos programas asistenciales, e incluso comprándoles el voto en las elecciones.
Entonces, insisto: si esas condiciones persisten en las dos campañas electorales, no veo la diferencia entre la una y la otra, y no creo que la paz sea posible.
Y yo también le insisto en que sí hay una: la guerra es un gran pretexto para no invertir recursos suficientes en programas de superación de la inequidad. La negociación de un acuerdo de paz en ciernes constituye una oportunidad histórica de poner esa lógica patas arriba y de sentar las bases para construir una sociedad más igualitaria.
La explosiva “mentalidad contrainsurgente”
Usted recordó en su columna sobre la elección presidencial, la frase de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU cuando afirma que “otro problema grave es la mentalidad contrainsurgente que impregna al Estado y a la sociedad colombiana” ¿A qué se refiere ella?
Desde la segunda posguerra mundial, las instituciones y las prácticas políticas colombianas han estado basadas, en gran medida, en la doctrina de la seguridad nacional. Según esa concepción, el mundo estaría dividido entre dos fuerzas antagónicas: el comunismo oriental y el capitalismo occidental, que estarían enfrentadas a muerte para lograr el predominio de la una sobre la otra. En adopción de esa doctrina, las protestas sociales son vistas como expresión de la guerra intercontinental, y los activistas han sido considerados agentes de la fuerza antagónica. Aplicada esa óptica en un país con conflicto armado como Colombia, el resultado ha sido explosivo. No solo los organismos oficiales de seguridad deberían combatir militarmente a los disidentes, sino que la población civil tenía que involucrarse en el conflicto creando grupos paramilitares para matar ciudadanos que eran vistos como apoyo - real o presunto - de la guerrilla. En la actual elección se define si hay espacio para un acuerdo de paz o si se reduce a la continuación de la mentalidad de guerra.
Debate por el voto en blanco del Polo
Una polémica intelectual se generó cuando el Polo anunció su decisión de no apoyar al candidato Santos, a pesar de no compartir con él sus proyectos políticos y económicos. El debate consiste en que frente a una opción de ultraderecha como la que representa Óscar Iván Zuluaga, la izquierda tendría la responsabilidad de no contribuir con su abstencionismo o con su voto en blanco, a que el extremismo llegue al poder. Al respecto, el senador Jorge Enrique Robledo, recordó que no presionó “a mis electores para que me respaldaran”. Y a continuación señaló que “nadie debe violentar a nadie para obligarlo a votar por cualquiera o a votar en blanco o a no votar. El voto respetable tiene que ser libre”. Las frases del senador no fueron bien recibidas por los críticos por considerarlas desafiantes con sus votantes. Gustavo Gallón, director de la Comisión Colombiana de Juristas comentó: “estoy de acuerdo con que el voto tiene que ser libre y nadie debe violentar a nadie por su voto. No está mal, entonces, que el Polo y la Alianza Verde hayan dejado en libertad a sus partidarios. No obstante, teniendo en cuenta que ambas fuerzas apoyan el proceso de paz y que son contrarias al autoritarismo populista, sería deseable que sus electores no votaran en blanco ni se abstuvieran, lo cual simplemente favorecería al uribismo”.