Manual para entender las marchas del 21 de noviembre

Catorce claves para entender cómo actúan hoy los manifestantes, el Gobierno y los detractores de las marchas. En Colombia y en el mundo, las manifestaciones ya no son como las de antes.

Juan Carlos Ruiz Vásquez*
19 de noviembre de 2019 - 04:19 p. m.
El paro nacional está convocado para este jueves 21 de noviembre.  / Gustavo Torrijos - El Espectador
El paro nacional está convocado para este jueves 21 de noviembre. / Gustavo Torrijos - El Espectador

La hora de las marchas

A pocos días de las manifestaciones del 21 de noviembre en Colombia, vale la pena hacer un balance del fenómeno de las movilizaciones sociales aquí y en el mundo, de las estrategias de los manifestantes y de las respuestas de gobiernos y detractores.

Las manifestaciones de hoy en día no son como las de antes. Los manifestantes son más persistentes, ruidosos y violentos. Las respuestas de la fuerza pública son también más brutales. En Francia, por ejemplo, el movimiento de Chalecos Amarillos contabiliza 24 personas que perdieron un ojo y cinco que perdieron las manos. En Chile se cuentan más de 2.000 heridos y 20 muertos, sin contar las denuncias por torturas y violaciones.

Personas que nunca habían marchado se han movilizado en diferentes países de América Latina, afectados por las crisis económicas, el deterioro de sus logros y derechos adquiridos y su lenta pauperización.

En Colombia, las manifestaciones prácticamente se duplicaron desde 2016. Casi siempre se trata de una gota que desborda el vaso. El aumento del pasaje del transporte, la eliminación de subsidios, el aumento de los impuestos a la gasolina o el simple anuncio de una reforma pensional que parece beneficiar a los fondos privados por encima de millones de pensionados: esas medidas han sido el detonante de prolongadas protestas en las calles.

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Manual para entender a los manifestantes

1. Las manifestaciones de hoy en día no tienen liderazgos definidos.

Cuando un gobierno busca una negociación con los manifestantes, le resulta difícil encontrar un interlocutor. Los manifestantes más visibles mediáticamente desaparecen con rapidez y son reemplazados por otros igualmente efímeros.

Cuando el presidente de Francia Emmanuel Macron trató de dialogar con los Chalecos Amarillos, se sorprendió al no poder concretar una reunión. Cuando finalmente lo logró, los Chalecos Amarillos desautorizaron a quienes decían representarlos. ¿Con quién se puede negociar si nadie representa a nadie? De hecho, es muy probable que a los manifestantes no les interese verdaderamente negociar, sino reafirmar su existencia dentro de la sociedad.

2. En ocasiones, los manifestantes no saben por qué marchan.

Lo importante es que muchos ciudadanos se sienten olvidados y no se sienten escuchados por quienes toman las decisiones. Lo crucial es hacerse sentir. Lo vital es no “dejar hacer” a los que siempre han decidido. Un día, los estudiantes marchan por los excesos del Esmad; luego, por la renuncia del rector de la Universidad del Atlántico; por el incumplimiento del Gobierno; por el desfalco en la Distrital; por el aborto, etc. Al final lo importante no es por qué se marcha sino simplemente hacerse sentir: como quien dice “aquí estamos y nos tienen que tomar en cuenta”.

3. Los manifestantes no creen en los partidos políticos que ven como negocios particulares para intereses personales.

Los partidos políticos se sienten desconcertados y están completamente desconectados de la realidad. En Chile, los partidos están proponiendo una reforma constitucional que no les interesa a los chilenos, quienes están más preocupados por el empleo, el precio de la gasolina y las pensiones. A los partidos políticos los inquieta más desactivar las marchas que canalizar las reivindicaciones de los manifestantes.

4. La violencia se ha convertido en un medio para hacerse oír.

Los manifestantes creen que, si no “rompen”, nadie los va a oír. Junto a las manifestaciones han aparecido los Black Blocs, grupos anarquistas vestidos de negro y encapuchados que ejercen una gran violencia, destruyen y vandalizan. Los “rompedores”, “casseurs” en francés o “breakers” en inglés, han sido el punto constante en todas las manifestaciones. Son un grupo mundial que recluta, entrena y adoctrina para destruir.

5. Las manifestaciones buscan ser disruptivas.

Los manifestantes ya no se concentran en un solo sitio para bloquear. Ellos saben que un puñado de personas puede hace que colapse toda una ciudad. Se dividen en piquetes pequeños que desgastan a la policía, que no puede moverse a la velocidad requerida para cubrir cada foco.

En Hong Kong, la toma del aeropuerto en varias ocasiones desconectó internacionalmente la ciudad. En el paro de Cataluña del 3 de octubre de 2017, una decena de personas bloqueó la Avenida Diagonal con Carles III, una de las intersecciones neurálgicas de la ciudad. Algo parecido sucedió en las autopistas de acceso. Los Chalecos Amarillos tomaron las rotondas y peajes de las principales carreteras y, hasta hoy en día, hay piquetes de chalecos amarillos aún apostados en algunas de ellas.

6. Los manifestantes tratan de agotar a la policía con disturbios frecuentes y constantes, en distintos lugares.

Las autoridades no cuentan con suficiente pie de fuerza para enfrentar manifestaciones violentas, repetidas y prolongadas. Los policías se van agotando, no tienen descanso y deben trabajar horas extras que muchas veces no son remuneradas, como fue denunciado en Francia por la protesta de policías “Marcha de la cólera” en octubre pasado.

Las manifestaciones en Hong Kong completan cinco meses, los chalecos amarillos prácticamente un año con manifestaciones los sábados. En Chile, los Carabineros se vieron sobrepasados por los incendios y saqueos en las periferias de Santiago. Los policías no dan abasto con las nuevas estrategias de los manifestantes.

7. Las manifestaciones ponen a tambalear gobiernos.

En el Líbano tumbaron al primer ministro Saad al-Hadidi. En Argelia y Bolivia hicieron desistir a Buteflika y Morales de perpetuarse en el poder. En Chile tienen tambaleando a Piñera. Los indígenas hicieron retroceder a Lenín Moreno en Ecuador.

8. Los manifestantes se han sofisticado.

Si la policía se ha profesionalizado, los manifestantes también. Ahora utilizan catapultas, nuevas bombas molotov más poderosas, máscaras de gas, cuentan con cuerpos de primeros auxilios, se comunican y se mueven estratégicamente gracias a los celulares y mensajes de texto, construyen barricadas, cuentan con coordinadores de cuadra e, incluso, tienen drones de reconocimiento.

9. Los manifestantes utilizan las redes sociales y los videos para publicitar, alentar, criticar y movilizar.

Ya no necesitan a la prensa ni a los medios de comunicación tradicionales para convocar y criticar a sus gobiernos. De hecho, les creen poco a estos medios. Los medios gobiernistas ya no tienen el poder de blindaje del establecimiento que había en el pasado.

Los “invisibles” pueden expresarse. Se liberó una palabra que permanecía oculta. Los memes y su humor irreverente han sido lacerantes para ridiculizar a dirigentes y políticos.

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Manual para entender a los reaccionarios

1. Los reaccionarios creen que las marchas siempre están infiltradas.

Como una forma de deslegitimar cualquier protesta social, denuncian la infiltración de la subversión, gobiernos extranjeros o anarquistas violentos. A sus ojos, las marchas son de inspiración castro-chavista y el Foro de Sao Paulo está detrás de una gran conspiración comunista continental que las organiza.

2. Para los reaccionarios, la protesta social debe regularse.

Desde que la Constitución de 1991 acabó con la figura del estado de sitio que permitía trasgredir las libertades civiles, so pretexto de mantener el orden público, los reaccionarios han buscado un instrumento jurídico que permita limitar derechos fundamentales.

3. No existe ninguna empatía con las reivindicaciones de los manifestantes.

Los reaccionarios están seguros de que aquellos que se manifiestan lo hacen tan solo para molestar o alterar el orden público. El “Estamos en guerra” de Piñera, “El tal paro no existe” de Santos o el “Estudien, vagos” de María Fernanda Cabal, muestran bien la distancia e incomprensión ante las angustias y reivindicaciones de vastos sectores sociales.

4. Para los reaccionarios, las manifestaciones deberían ser controladas con inusual violencia, sin importar si hay muertos o mutilados.

Piensan que se debe escarmentar a los participantes en las marchas. Si hay que utilizar el ejército, no educado para el control de masas y con antecedentes luctuosos en este tipo de actuaciones, bien vale la pena su despliegue en aras de la tranquilidad.

Como lo muestra el documental Do not resist, en Estados Unidos se ha militarizado el control de protestas pacíficas. Por ejemplo, pequeños y muy tranquilos condados han recibido gigantescos camiones blindados militares utilizados en Afganistán e Irak, como el Bearcat y el MRAP, donados por el Homeland Security para controlar manifestaciones. Las recientes protestas masivas de Fergusson y Baltimore fueron controladas por escuadrones SWAT armados hasta los dientes con fusiles de asalto.

5. La propuesta de paramilitarización del control de manifestaciones es el aporte colombiano a la corriente reaccionaria.

Entre todas las manifestaciones que se han dado en el mundo, nunca se había visto una propuesta parecida a la que hizo un miembro del Centro Democrático desde Medellín para crear un bloque de ciudadanos “antidisturbios” para “salir a la calle a defender nuestro patrimonio e infraestructura”. Esta propuesta inédita subvierte el estado de derecho y el uso legítimo de la fuerza por el Estado.

*Profesor titular de la Universidad del Rosario, Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Oxford, máster en Administración Pública de la ENA (Francia), máster en administración de empresas de la Universidad Laval (Canadá), máster en Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

Esta publicación es posible gracias a una alianza entre El Espectador y Razón Pública. Lea el artículo original aquí. 

Por Juan Carlos Ruiz Vásquez*

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