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La paz ya viene

El coordinador del Sistema de las Naciones Unidas en Colombia da su visión tras dos años de negociaciones entre Gobierno y Farc.

Fabrizio Hochschild / Especial para El Espectador
19 de octubre de 2014 - 02:00 a. m.
En primer plano, Humberto de la Calle e ‘Iván Márquez’,  jefes negociadores de Gobierno y guerrilla en La Habana.  / EFE
En primer plano, Humberto de la Calle e ‘Iván Márquez’, jefes negociadores de Gobierno y guerrilla en La Habana. / EFE

“Para nosotros la paz sigue siendo una mentira”. Esta es una frase que me ha tocado escuchar en mis viajes a varias zonas de conflicto, desde Putumayo hasta La Guajira. Como muestran las encuestas, el escepticismo también se siente en los centros urbanos del país. Un país hecho pesimista por los intentos fallidos del pasado encuentra difícil todavía imaginar que la paz es posible.

En las Naciones Unidas comprendemos, pero no compartimos, este pesimismo. Pensamos que Colombia está al frente de una oportunidad esperanzadora para acabar con la larga pesadilla de su conflicto y construir una paz que libere plenamente su potencial. Pensamos que las razones para el optimismo son muchas.

El proceso de paz colombiano tiene importantes fortalezas. Ha sido llevado a cabo con seriedad y discreción, poniendo en práctica las lecciones aprendidas del pasado. Es además un proceso innovador, por el papel central que se les otorga a las víctimas del conflicto y por su compromiso de integrar una indispensable perspectiva de género. Toda la nación colombiana puede inspirarse por el ejemplo de solidaridad mutua y de deseo férreo para la paz que han dado las víctimas que han participado en las diferentes delegaciones a La Habana.

El proceso ha logrado resultados importantes. Los acuerdos ya suscritos ofrecen soluciones prácticas a la superación de factores raíces del conflicto. Y aunque los niveles de violencia continúan siendo inaceptables, es poco apreciada la manera en que algunos de sus indicadores han mejorado desde el inicio de las conversaciones, como son el secuestro y, en menor medida, el desplazamiento forzado. En medio de ceses unilaterales de fuego de la guerrilla, Colombia celebró este año las elecciones más pacíficas en mucho tiempo.

Y si bien es cierto que las negociaciones llevan dos años en lugar de “meses”, la verdad es que hubiese sido casi milagroso traer un fin en tan corto tiempo a un conflicto tan complejo como el que ha desangrado a Colombia durante más de cinco décadas. La experiencia mundial demuestra que las negociaciones duran más. Hoy, el hecho de que el ritmo de los avances se haya disminuido en algo se debe seguramente a que las partes han llegado a uno de los temas más difíciles en cualquier proceso de paz: el reconocimiento de las responsabilidades por el dolor y el sufrimiento causados después de décadas en las cuales muchos las negaron. Los próximos temas relacionados con el fin del conflicto también serán muy complejos.

Tampoco es sorprendente que, a medida que las discusiones van avanzando con seriedad, se manifiesten con más fuerza actores interesados en sabotear la paz. Rechazamos nuevamente las amenazas y los atentados que intentan silenciar las voces en pro de la paz y los derechos humanos. Lamentablemente, hemos visto esta misma dinámica en muchos procesos de paz.

Lo que quiero decir con todo esto es que al seguir defendiendo y persiguiendo la paz con muchísima urgencia, es importante guardar a la vez una cuota de perspectiva y de paciencia. La paz es siempre un camino complejo y largo. Mirando hacia delante veo unos grandes desafíos:

Primero, en lo humanitario. Aunque el conflicto no arde con la misma intensidad que en años anteriores, sigue provocando un costo humano inaceptable. Según cifras de las Naciones Unidas, un promedio de 15 mil personas siguen siendo desplazadas cada mes. Raramente pasa un día sin que haya una persona muerta o herida por las minas antipersonales. Los ataques a la infraestructura aumentaron este año y el impacto del conflicto sobre los niños y las niñas sigue siendo alarmante.

En el proceso de La Habana no hay acuerdo sobre un cese al fuego bilateral. Sin embargo, en otros procesos de paz en el mundo se han implementado otras medidas que han permitido aliviar a la población civil y generar confianza. Entre ellas está la abstención del uso de cierto tipo de armas, el desminado humanitario, el fin del reclutamiento de menores y ceses al fuego específicos en ciertas regiones.

Un segundo desafío consiste en construir una coalición amplia a favor de la paz. Ante la polarización que persiste, es importante construir puentes con los sectores aún escépticos, para entender mejor y responder a sus reticencias. También es necesaria una intensa pedagogía para la paz, que demuestre sus beneficios innegables y estimule la movilización social. Sin tales esfuerzos, la refrendación de eventuales acuerdos podría peligrar. La paz no puede florecer sin un ambiente público favorable.

En tercer lugar, la preparación para el posconflicto. La construcción de paz desde los territorios más remotos de Colombia será una operación compleja que exigirá una fuerte coordinación estatal, participación ciudadana y un acompañamiento internacional. Les damos la bienvenida a los esfuerzos en curso. Aunque la construcción de paz requerirá años, consideramos que las acciones que entreguen dividendos durante el primer año pueden hacer la diferencia entre el éxito y el fracaso.

La paz no sólo es el resultado de un proceso de negociación, sino también del cansancio colectivo con la guerra. El pueblo colombiano, en su mayoría, ya está cansado y entiende que la paz trae más beneficios que el conflicto. La hora de la paz ya viene.

 

Por Fabrizio Hochschild / Especial para El Espectador

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