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Cuentan los pobladores que los soldados llegaron el sábado pasado a este lugar, que queda a unos 100 metros del centro educativo de la vereda. El rastro del ataque son los cráteres que dejaron las granadas y los restos de las estopas blancas que se utilizaron para transportar los cadáveres en helicópteros hasta Cali, donde se hizo el reconocimiento de los cuerpos. Los muertos fueron identificados como el sargento segundo Diego Benavidez Molina; el cabo primero Wilder Camilo Aguilar Sánchez y los soldados profesionales Víctor Páez Álvarez, Antonio Turriago Arce, Inocencio José Guevara, Franklin Prada Botina, Juan Puentes Hernández, José Laguilabo Labacude, Óscar Blanco Díaz, Libardo Cotazo Sánchez y Carlos Popayán Montaña. Otros 17 uniformados resultaron heridos, de estos, tres con heridas de gravedad, seis más heridos levemente y 11 afectados por la onda explosiva.
El polideportivo quedó en ruinas. No hubo afectación de viviendas, lo que hace presumir que el ataque se hizo muy de cerca, mínimo a unos diez metros. En el piso sólo quedaron las bolsas de arroz, las ollas y una fogata donde, según cuentan, fueron quemados los uniformes de los soldados caídos. Ayer, sólo hasta las 4:00 de la tarde funcionarios de la Defensoría del Pueblo pudieron entrar a hacer la verificación humanitaria. “Fue un crimen a mansalva”, dijo uno de ellos. A esa misma hora, los uniformados que habían llegado por relevo, empacaron sus equipos de campaña y salieron camino a la cordillera. Pero antes de irse, uno de ellos no soportó la ira y se despidió diciendo: “Protejan a los soldados, nosotros también tenemos familia”.
“A la 1:00 de la mañana se oían los gritos de auxilio de los soldados heridos”, cuenta Pedro Montaño, uno de los habitantes de La Esperanza. Dice también que hasta esa hora se escucharon las ráfagas de fusil. La vereda se quedó por un rato sin energía y el ataque duró unos 20 minutos. Testigos de ese sufrimiento fueron las manchas de sangre y los cráteres de las granadas que dejaron marcada la única cancha de fútbol de la zona, que quedó con el techo de sus rústicas graderías lleno de huecos. No hubo víctimas civiles. Durante la tarde de ayer, los soldados del relevo barrieron y detonaron varios artefactos explosivos que quedaron regados por el suelo.
La Esperanza queda cuatro veredas después del corregimiento de Timba. Tiene unas 40 casas humildes, con techos de zinc. “Con esta situación nos perjudicaron a los campesinos que vivimos de la coca, porque ahora van a militarizar esto y nos van a joder”, reconoce un labriego, quien tras esta noticia aprovechó para hacer de mototaxista y cobrarles a los periodistas que buscaban llegar hasta algún sitio donde se obtuviera señal de celular para enviar información. El concejal de Buenos Aires, Alexánder Buesaquillo, reveló que en repetidas ocasiones le habían solicitado el Ejército que se retirara de la vereda, ante cuatro incursiones de la guerrilla en los últimos tiempos: “Los uniformados se acantonan en el polideportivo, que queda a unos 10 metros de la primera casa del pueblo. Es un riesgo para la gente”, aseguró.
Franklin Ramírez, personero de Buenos Aires, señaló por su parte que el temor ahora es que se presente un desplazamiento, al tiempo que le pidió al Gobierno concretar una tregua bilateral. A su vez, el alcalde del municipio, Elías Larrahondo, reconoció que toda la región ha tenido históricamente presencia de grupos armados al margen de la ley y que a partir de 2012, tras la llegada de la Brigada Móvil 17 a controlar la zona, fue cuando empezaron los hostigamientos. “Hago un llamado al Gobierno para que se acelere el proceso de paz. Esa es la única esperanza para que cesen las hostilidades. A los habitantes de Buenos Aires solo nos queda hacer resistencia social pacífica, no tenemos otro camino, no tenemos para donde coger y no queremos irnos de nuestra tierras”, dijo.