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Si hay un escrito que Carlos Gaviria Díaz apreciaba sin restricciones es la Conferencia sobre ética pronunciada por Ludwig Wittgenstein en Cambridge, Inglaterra, hacia 1930. Carlos compartía con el filósofo austríaco la pasión por una vida auténtica, donde la ética y la estética van de la mano. Esto porque los juicios sobre lo absolutamente bueno o lo absolutamente bello tienen algo en común: trascienden las posibilidades del lenguaje; no son de este mundo. Sus contenidos no se pueden enseñar, sólo emular. Pero no por ello dejan de tener sentido. Quien, como Carlos, al final de la jornada valora su vida como algo que ha tenido pleno sentido, ha logrado vivir estéticamente. Fue la vida de Carlos un vida plena, realizada.
La pasión por el conocimiento de la verdad lo llevó a releer fielmente a Platón. Esa inagotable fuente de sabiduría era para nuestro amigo una provincia que gozaba visitar. No en vano se ha afirmado que después del pensador ateniense la filosofía no ha hecho más que repetirse. Hace pocas semanas, de forma por demás irreverente, acusaba yo al Platón de la Apología de Sócrates por presuntamente ser un precursor de la versión católica que condena la política al reino de la corrupción y llamaba a los amantes de la verdad a ocuparse sólo del reino divino. Finalmente las razones del maestro me convencieron: el rey filósofo testimonia la unión entre el conocimiento del bien y el ejercicio del gobierno, todo en aras del bien de la comunidad política.
Como profesor de filosofía del derecho sostuvo, influenciado por el relativismo axiológico, la imposibilidad de acceder al conocimiento del bien. Esta postura caracterizó al académico y al jurista, pero también al ciudadano agnóstico. La a-gnosis, el no poder detentar un conocimiento de lo bueno o lo malo, también lo llevó a mantener prudencial distancia de cualquier militancia en credos religiosos, no sin reconocer la seriedad y autenticidad de los creyentes. Del profundo respeto a los pensamientos, creencias y opiniones de otros se nutrió su código de conducta a lo largo de su vida.
Ya en el escenario de la judicatura, como magistrado de la Corte Constitucional, supo traducir sus convicciones filosóficas en sabias doctrinas en beneficio de muchos: la insensatez de penalizar al pequeño consumidor de droga; a la mujer que aborta en situación desesperada, víctima de la violencia sexual o de peligros vitales inminentes; al médico que apoya la voluntad del paciente para morir dignamente, o a las autoridades indígenas que decretan latigazos como forma de sanción y parte de una cosmovisión diferente a la hegemónica pero respetable, fueron decisiones que además cambiaron el espacio cultural de una nación intolerante y dogmática. El humanista humanizó el derecho y con ello benefició a parte importante de la sociedad.
Desde la arena política, Carlos Gaviria quiso hacer de Colombia un país decente, donde nadie deba enfrentar la incertidumbre de la miseria y del sufrimiento, producto de la pobreza y la radical desigualdad social. Defensor de las libertades básicas y al mismo tiempo del Estado social de derecho, el oriundo de Sopetrán, Antioquia, conocía de la necesidad de superar una forma de hacer política en interés personal y no en beneficio general, especialmente de los sectores más desfavorecidos, excluidos y marginados. Su sensibilidad lo llevó, en consecuencia, a situarse a la izquierda del espectro político, siempre manteniendo su lealtad al orden jurídico constitucional. Defensor incondicional de los derechos humanos y fundamentales, hasta el punto que algunos atribuyen haberse salvado de las balas asesinas de colegas y amigos por su verticalidad en la protección de la vida del contradictor, incluso si atentaba contra su propia vida. Conocido es el suceso en que rescató a un agente del DAS encubierto que había caído en manos de estudiantes enardecidos y que, por la vertebral intervención del profesor y maestro, finalmente fue dejado en libertad.
Se despide del mundo un gran ser humano, intelectual profundo, formador de carácter, amoroso esposo y padre de familia, así como irreemplazable amigo. Deja un legado de virtud y honestidad. Si la definición de una vida realizada es haberla vivido como si se tratara de realizar una obra de arte, la de Carlos Gaviria Díaz es, sin duda, una vida estéticamente vivida.