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A principios de marzo, los funcionarios del Área Metropolitana del Valle de Aburrá (AMVA), esa extensa zona de un poco más de 1.100 kilómetros cuadrados que une varios municipios de Antioquia, entre los que está Medellín, empezaron a notar una serie de anomalías en las mediciones que hacían día a día del aire. Sin tener muy claro por qué, las estaciones que calculaban qué tan contaminado estaba el aire que respiraban los antioqueños empezaron a arrojar datos alarmantes. Casi todos iban a parar a esa inquietante franja roja que es sinónimo de “dañino”.
Al principio, cuenta Gloria Estella Ramírez, ingeniera de la entidad, todos pensaron que el tráfico que se formaba en el centro de Medellín y una que otra obra que genera trancones eran los culpables de que por momentos los registros llegaran a su pico más preocupante. Ya en otras ocasiones habían visto un fenómeno similar. Pero esta vez la situación se repetía en las diez estaciones que miden las concentraciones de las partículas más diminutas —y más dañinas— que genera el esmog: el llamado material particulado de 2,5 micras (PM 2,5), responsable de buena parte de los 3,7 millones de defunciones prematuras que genera la contaminación del aire en el mundo.
¿Qué sucedía? ¿Por qué el Valle de Aburrá empezaba a tener índices que los hacían pensar en los escenarios que han vivido lugares como Pekín o Ciudad de México? Luego de examinar con expertos de varias universidades, concluyeron lo que ya saben buena parte de los antioqueños: que la transición de la temporada seca a la temporada de lluvias hace que se forme una capa muy espesa de nubes, que ha crecido en medio de una zona montañosa, y eso impide que entre radiación solar y hace que se acumulen las emisiones de gases. En condiciones normales, la radiación haría que asciendan sobre las montañas todos esos contaminantes y allí nuevos vientos los expulsarían. En palabras de Ramírez, es como si le hubiesen puesto un tapón a una chimenea.
Por esta razón, quienes viven en municipios como Barbosa, Bello, Caldas, Envigado, Girardota, Itagüí, La Estrella o Sabaneta han visto cómo en estos últimos días, sobre todo en horas de la mañana, hay una capa grisácea que, como lo anunció el alcalde Federico Gutiérrez, los obligará a aplicar el día sin carro desde hoy, a restringir la circulación de volquetas desde el próximo martes y a suspender las actividades físicas de los colegios. Trotar en las calles cuando hay concentraciones diarias de PM 2,5. que llegan hasta a 65, 76 y 83 microgramos/m³ puede traer serios problemas para la salud. La recomendación de las autoridades es que no sobrepase de 50 microgramos/m³ al día. La de la Organización Mundial de la Salud es que no supere los 25 microgramos/m³.
Pero detrás de esta coincidencia meteorológica hay un asunto que preocupa a funcionarios como Ramírez: el exceso de carros, buses, camiones y motos que están transitando y que, según cálculos de la Alcaldía, son los culpables del 80% de las emisiones que forman esa gruesa capa de aire gris.
Y es preocupante porque, tanto Medellín como las principales capitales de Colombia, pese a las advertencias sobre cambio climático, continúan llenándose de autos. Sólo el año pasado, según un informe de Fenalco y la Andi, 283.267 carros nuevos rodaron en el país. En 2014 fueron 326.000.
Las advertencias sobre la necesidad de reducir las emisiones de esa industria (conocida técnicamente como fuentes móviles) y de las empresas ya las conocía la Alcaldía, y por eso había suscrito un pacto en 2007 y otro en 2010, años en los que se percató de que la contaminación iba a generar serios problemas en el Valle de Aburrá. El transporte público no quiso firmar el primero.
Ahora, un nuevo informe del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, en asocio con el Clean Air Institute de Whashington, vuelve a advertirlo: es hora de que los 5,6 millones de personas que se movilizan en esa área piensen en mejores alternativas de movilidad. De lo contrario, los 213.000 carros particulares, las 168.000 motocicletas, los cerca de 30.000 taxis y los 6.000 buses van a seguir generando dificultades a una región que genera el 67% del PIB de Antioquia.
Y especialmente todos esos agentes, que entraron en la lista de los más contaminantes del país el año pasado, antes de la Cumbre del Clima de París, pueden desencadenar serios problemas de salud pública. La mejor muestra es que, como se lee en el informe, para 2011 la carga de enfermedad atribuible a la contaminación atmosférica en esa área antioqueña fue superior a los $1,3 billones.
Ese año, de hecho, fue el culpable del 9,2% del total de muertes en el Valle. ¿Por qué? Porque las diminutas partículas llamadas PM 2,5 tienen una fuerte incidencia en enfermedades respiratorias. “Por cada 5 microgramos/m³ de exposición a esas partículas aumenta en 7% el riesgo de muertes naturales y 18% por cáncer de pulmón”, aseguraba a finales de 2013 uno de los estudios más sesudos que se han hecho sobre el tema y que fue publicado en la revista The Lancet.
Sin embargo, las proyecciones del Air Institute no sugieren nada bueno: para 2020 habrá en el Valle 320.000 autos y 435.000 motos, que en el caso del fenómeno de hoy parecen ser los principales culpables.