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Hace ocho días, Lady Noriega apareció en las páginas de El Espectador intentando explicar qué había detrás de la confrontación entre la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica, Estética y Reconstructiva, que agremia a más de 700 cirujanos plásticos del país, y la Asociación Colombiana de Cirugía Plástica, fundada recientemente por un grupo de médicos y esteticistas, muchos de los cuales no han acreditado una formación académica idónea y han sido cuestionados por faltas éticas.
“Detrás de la garrotera entre cirujanos plásticos hay un negocio”, es la tesis que Noriega ha intentado vender en medios de comunicación. La actriz se presenta como una voz autorizada para hablar del tema por considerarse víctima de una cirugía plástica en su mentón que se complicó en manos de una médica de la sociedad legalmente constituida.
El problema que se vive en Colombia, donde cada año se realizan aproximadamente 350.000 cirugías plásticas, va mucho más allá de las respuestas superficiales de la actriz, quien, dicho sea de paso, está casada con Rodolfo Chaparro, miembro activo de la Asociación Colombiana de Cirugía Plástica (ACCP) y de la Asociación Científica Colombiana de Medicina Estética (Acicme), con un título otorgado por la Universidad Veiga de Almeida, una universidad en Brasil cuyos graduados no pueden ejercer la profesión en su propio país.
La motivación de Lady Noriega al hablar sobre cirugías plásticas no parece altruismo. La actriz, con una clara cercanía al grupo de médicos cuestionados, eligió un momento muy oportuno para hacerlo. Por un lado, en el Congreso de la República se discute un proyecto de ley que pretende poner orden en el ejercicio de la cirugía plástica y pondría en aprietos a personas como su esposo. Por otro, como queda claro en la entrevista, Noriega trata de legitimar por su cuenta los títulos obtenidos por muchos de estos médicos en otros países, esto justo después de que el Ministerio de Educación anunciara que revisaría a fondo los programas ofrecidos por esas instituciones y la validación de títulos.
Los títulos chimbos en Brasil
En Colombia existen 12 facultades de medicina que ofrecen la especialización de cirugía plástica, reconstructiva y estética. Quien quiera ejercer esa especialidad en el país debe ser primero médico y luego estudiar cinco años con una dedicación exclusiva. Sin embargo, ante el apetitoso negocio —un cirujano plástico que se dedique a liposucciones, implantes y procedimientos estéticos puede superar los $100 millones mensuales— y ante los cupos restringidos para especializarse, muchos médicos comenzaron a buscar alternativas.
Algunos, claro, emigraron para formarse en universidades serias. Pero muchos otros eligieron el camino fácil: universidades que ofrecen cursos que luego validan ante el Ministerio de Educación como títulos formales de cirujanos plásticos.
Brasil es el mejor ejemplo de esta grave situación. La Universidad Veiga de Almeida, alma máter del esposo de Lady Noriega y de, entre otros, Francisco Sales Puccini, acusado de mala práctica médica por la periodista Lorena Beltrán, ofrece a sus estudiantes algo que en Brasil se denomina un posgrado lato sensu en medicina y cirugía plástica estética.
La justificación de este programa, según su página web, es brindar una alternativa a jóvenes médicos que quieran obtener una especialización sin cursar los cinco años que normalmente exige la ley, pues estos tiempos “atentan absurdamente con el derecho del joven médico de hacer una especialización y ejercer”.
“Posgrado lato sensu no es especialización. Es una mejoría de conocimiento en un área en la que el médico ya es especialista”, explicó a El Espectador el doctor Luciano Chaves, presidente de la Sociedad Brasileña de Cirugía Plástica (SBCP). “Estos cursos (lato sensu) ofrecen clases teóricas los fines de semana y una vez por mes una visita con un médico para asistir a una cirugía”, agrega el cirujano. En 2013, el Tribunal Regional Federal de Brasil declaró que no eran válidos para ejercer la profesión.
Allí radica una de las grandes diferencias entre estos cursos y una especialización: los tiempos. Según Chaves, para ser cirujano plástico en Brasil, un médico debe capacitarse por 5.440 horas, mientras que, con uno de estos posgrados, la intensidad horaria va de 360 a 1.500 horas. “Un curso lato sensu jamás podrá ser llamado especialización”, reitera Chaves.
Estos posgrados, que en Colombia se denominaron “títulos exprés”, se realizaron en varias universidades de Brasil, que contaban con el aval de otra agremiación de cirujanos, la Sociedad Brasileña de Medicina Estética y Cirugía Plástica (SBMECP). “Esa entidad es ilícita”, dice Chaves, porque “no tiene autorización para formar médicos especialistas en cirugía plástica”. De hecho, esa entidad, de la cual es miembro el médico Francisco Sales Puccini, según su página web, no cuenta con el reconocimiento de la Asociación Médica Brasileña ni del Consejo Federal de Medicina.
Las asociaciones médicas brasileñas ya han instaurado acciones legales contra esos centros educativos que están jugando con títulos académicos en el borde de la legalidad.
De hecho, otro elemento que olvidó mencionar Lady Noriega es que al doctor Francisco Sales Puccini, compañero de su esposo, le fue negada la solicitud de convalidar sus títulos en la Universidad Nacional, porque no cumplía con los requisitos necesarios.
A pesar de la clara evidencia resultaron desconcertantes las palabras de la ministra de Educación, Gina Parody, quien dijo en una entrevista radial que “existe la universidad, existe el curso, existen los títulos. La convalidación fue completamente válida. No hubo títulos falsos en Brasil”. Claro, los títulos son legales. Son cursos legítimos.
Lo que no explicó la ministra Parody es que esos mismos títulos no son considerados especializaciones y no son suficientes para ejercer (al menos de manera legal) la profesión en Brasil.
Pero no deja de ser paradójico que, mientras en Brasil estos títulos no son considerados especializaciones, en Colombia se les otorgue ese estatus con tanta facilidad. “Cómo es posible que la ministra de Educación colombiana sostenga algo que las autoridades brasileñas han negado”, dice Chaves, y agrega que “en Brasil, ningún médico que haga esos posgrados tiene reconocimiento como especialista en cirugía plástica”. Eso sí, una cosa es lo que dice la ley y otra lo que sucede en la vida real. Según números otorgados por la Sociedad Brasileña de Cirugía Plástica, cerca de 12.000 médicos brasileños están haciendo cirugías plásticas sin tener una especialización.
Academia de Medicina, en contra
Ricardo Salazar, coordinador de la Comisión de Educación de la Academia Nacional de Medicina, entidad que ejerce como órgano consultivo del Gobierno en temas como las convalidaciones de títulos médicos, está sorprendido con lo que ocurre en el país.
“Para que alguien tenga convalidación de su título en cirugía plástica debe haber estudiado en un hospital respaldado por universidad. Han llegado muchos médicos que no se formaron en hospitales universitarios, llegan con documentación no auténtica y empiezan el ejercicio”, explica Salazar.
Como vocero de la Academia Nacional de Medicina en este asunto, dice que respaldan completamente la posición de la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica. “Hay una campaña para que no se apruebe esa ley. Hay gente que está haciendo guerra mediática para que no se pueda normalizar el ejercicio de la cirugía plástica”.
La presidenta de la Sociedad Colombia de Cirugía Plástica, Lina Triana, una seria y reputada cirujana de Cali, no escapó a la estrategia de desprestigio montada por los médicos con títulos dudosos. Entre una pregunta y otra, Lady Noriega se encargó de derramar la mala leche: “Esta semana, a la presidenta de la Sociedad de Cirujanos Plásticos de Colombia, que tiene clínica en Cali, se le murió una paciente. Entonces, ¿por qué hay un doble rasero? A Sales Puccini le cayeron con toda, pero ¿a esta médica qué? No hay escándalo”. Una afirmación que Noriega no respaldó con ninguna prueba.
“El argumento de que a todos los cirujanos se les mueren pacientes es cierto”, dice Lorena Beltrán, una de las víctimas de Sales Puccini, “pero cuando uno está en manos de personas capacitadas, no le tratan las heridas con gelatina sin sabor, como me pasó a mí”.
Todo indica entonces que, a quince días de que termine la actual legislatura, el proyecto de ley que pretendía poner orden a las cirugías plásticas se va a hundir con micos a bordo. Tampoco parece que el Ministerio de Educación, que prometió revisar el asunto de las universidades dudosas, eche para atrás las convalidaciones de títulos exprés ya otorogadas. Los tribunales de ética médica tampoco han sido ágiles en detener estas malas prácticas. Sales Puccini, por ejemplo, se ha librado dos veces de una sanción con argucias legales que llevaron sus casos a vencimiento de términos, según le confirmó una fuente a El Espectador.
Todo esto indica que, por un buen tiempo, seguirá en manos de cada paciente la responsabilidad de tocar la puerta adecuada si decide someterse a una cirugía plástica.