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Alcohol y accidentes de tráfico

Mauricio Rubio
08 de enero de 2014 - 11:00 p. m.
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“El conductor, muy bravo, nos gritó e insultó, les pegó a dos damas y sacó un machete para amedrentarnos. Todos salimos corriendo por la puerta trasera del bus”.

Esta descripción del comportamiento de un chofer bogotano en una carta de lector no menciona ningún licor, pero sí ilustra el comentario de un crítico de la nueva ley anti alcohol: “tanto en las ciudades como en las carreteras de Colombia se desplazan a toda hora conductores en su sano juicio más peligrosos que un borracho”.

Los accidentes de tráfico son la segunda causa de muerte violenta en Colombia, y han crecido sostenidamente en los últimos años. Según Medicina Legal las cifras para el 2012, las más altas de la historia, fueron casi 10% superiores al promedio de la década anterior. El alcohol está lejos de ser la principal causa de los accidentes de tráfico. Un análisis hecho con las cerca de mil muertes que ocurrieron en las vías bogotanas entre el 2005 y el 2008 muestra que en los ocho escenarios más letales, con el 61% de los accidentes, no se detectó presencia de alcohol.

Son varios los países en los que se ha encontrado que la agresividad y la simple irresponsabilidad al volante son los principales factores de incumplimiento de las normas de tráfico, de las prácticas de conducción arriesgadas y de los accidentes, por encima de la ingesta de alcohol.

Los hombres pierden más los estribos y manejan más peligrosamente que las mujeres en forma independiente del consumo de sustancias psicoactivas, que también es superior entre ellos. En Bogotá, más del 90% de los accidentes fatales en los últimos años involucraron conductores varones. La edad y la experiencia cuentan: si el conductor es joven y primíparo es mayor la probabilidad de que se le salte la piedra o tome riesgos como el exceso de velocidad, la primera causa mundial de muerte en las carreteras.

Las personas impulsivas, las que usualmente infringen las normas, las que buscan permanentemente “nuevas sensaciones” son las que con mayor facilidad montan en cólera y causan daños. También son las que más beben. Por el contrario, la gente respetuosa de los códigos, consciente de los demás y con mayor empatía es pacífica y cuidadosa al conducir un vehículo.

La percepción del poder relativo de la persona que causa algún percance en la vía -como demorarse en arrancar ante el cambio del semáforo- también influye. Psicólogos canadienses encontraron que la impaciencia con un vehículo en un trancón depende mucho del tamaño y la marca. Los salvajes y energúmenos lo son más con los automóviles baratos, viejos y pequeños que con los de lujo. Si al volante va una mujer, la reacción agresiva es más marcada. En Bogotá, la probabilidad de morir en un accidente de tráfico es inversamente proprocional al espacio que se ocupa de la vía: los peatones mueren casi tanto como los motociclistas quienes son los más sacrificados entre los conductores de algún vehículo. En la mayoría de los casos es el usuario del medio de transporte pequeño quien resulta con heridas graves.

Los vidrios polarizados agudizan las agresiones y las conductas irresponsables. No sólo porque quien vocifera, insulta o hace maniobras retaliatorias se siente protegido por el anonimato sino porque no tener contacto visual con los demás disminuye la empatía y bloquea la posibilidad de comportamientos amigables.

La continua y drástica reducción de la mortalidad en las carreteras españolas desde 5.940 incidentes en 1990 a 1.300 el último año, sin ajustes histéricos a la legislación, merece un vistazo. Fuera de las campañas contra el alcohol al volante, han contribuído el control estricto de la velocidad y el uso del cinturón, el sistema de puntos de las licencias de conducción e incluso la supervisión de las autoescuelas. En Colombia, los acuciosos promotores de la nueva ley 1696 se muestran tan preocupados por reducir los accidentes como por “la Renovación Absoluta del ser humano”. Es probable que ya tengan en la mira otras conductas públicas pecaminosas para imponerles multas confiscatorias y convertirlas en delito. Ebrios o sobrios, los choferes irresponsables sabrán hacerle el quite al renovado y arbitrario rigor.

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