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Dos cartas sobre la Semana Santa

Cartas de los lectores
02 de octubre de 2016 - 08:25 p. m.
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Estado y la Semana Santa I

Tengo un amigo que detesta la música rock, pero nunca le he oído quejarse de que sus impuestos financien conciertos en el parque Simón Bolívar. Y a otros no les gusta el fútbol, o las corridas de toros, o el arte moderno, actividades todas ellas apoyadas económicamente, al menos en parte, por el Estado. Este financia expresiones culturales de todo tipo, que no gustan a todos, y eso no significa que se sostengan actividades “que por su naturaleza marginan”. El problema puede estar en el prejuicio de considerar lo religioso como algo potencialmente conflictivo, que divide y margina, cuando en realidad puede verse sencillamente como lo que es: un elemento esencial en la cultura de los pueblos que, como tal, tiene manifestaciones sociales y públicas. Muchas de ellas con una historia de siglos, hasta el punto de definir la identidad de una ciudad.

Vicente Prieto

Estado y la Semana Santa II

La Semana Santa de Popayán fue reconocida por la Unesco (tal vez una de las entidades más aconfesionales del mundo) como patrimonio inmaterial “de la humanidad” (no de los católicos de Popayán, de Colombia o del mundo). Les recomiendo leer las razones de la Unesco para esa declaratoria.

“En efecto, esa celebración con más de 450 años de tradición trascendió su original sentido religioso para convertirse en parte del patrimonio de una región, proporcionando a sus habitantes, sentimientos de identidad, pertenencia, significado, trascendencia, continuidad y propósito”.

De esta forma, las procesiones de Semana Santa, además de mostrar un conjunto impresionante de obras representativas de muchos siglos de arte religioso en Hispanoamérica, son también y sobre todo “un conjunto de sentimientos, sensaciones y recuerdos, pero también de certezas y esperanzas, que hacen parte del ser colectivo de esta ciudad que tan tercamente se aferra no a su pasado, como tiende a creerse erróneamente, sino a su más profunda esencia”.

Si estos argumentos no fueran válidos, la destrucción de una catedral gótica de Europa no debería importarle a nadie que no fuera católico practicante.

Juan Ignacio Caicedo Ayerbe

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