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El anuncio ayer de los presidentes Barack Obama y Raúl Castro de iniciar un proceso que lleve al fin del embargo y el restablecimiento de relaciones diplomáticas, tras más de 55 años de tensión, es una excelente noticia que saludamos con gran entusiasmo. Por su importancia para el continente americano, el acontecimiento se asemeja, guardadas proporciones, a la caída del muro de Berlín. Abril de 2015, Cumbre de las Américas en Panamá, podría ser el momento definitivo para el encuentro formal de los dos jefes de Estado.
El hecho de que para Obama el realismo político y económico haya podido más que las presiones de la derecha republicana lo enaltece. Desde hace años se ha dicho que el embargo y las sanciones económicas y políticas, que desde Washington se impusieron a La Habana, no obtuvieron los resultados esperados, es decir, doblegar al gobierno de Cuba. Lo mismo se puede decir de Raúl Castro, quien da un paso histórico acorde con sus medidas de apertura económica en la isla desde el momento en que asumió el poder al reemplazar a su hermano Fidel. Las llamadas Oficinas de Intereses que existen en las dos capitales han fungido como embajadas de facto, dado que por el rompimiento de relaciones no podía haber un contacto diplomático formal. De manera que no se comenzará de cero en este “deshielo”, sino que con seguridad se van a utilizar los lazos e infraestructura existentes.
Las consecuencias son considerables. No sólo por la gradual disminución, y esperamos pronta terminación, de la tensión prevaleciente por más de un siglo entre los dos países. También está el lado humano, porque familias que quedaron separadas entre la isla y Estados Unidos luego del triunfo de la Revolución, o debido a los problemas económicos y de falta de libertades en Cuba, se podrán reencontrar en un futuro cercano. El éxodo de balseros que llevó a la muerte de un buen número de personas que se lanzaron al mar tratando de llegar a Estados Unidos quedará para la historia. A la vez, una eventual normalización de las relaciones de por sí se traducirá en mayor transparencia y vigilancia a los recortes democráticos del régimen cubano sobre sus pobladores.
Para la región, una consecuencia que se debe tener en cuenta es que la cercanía de Cuba con Venezuela y los países de la llamada Iniciativa Bolivariana para las Américas (ALBA), debe entrar en una etapa de revaluación. El discurso antiimperialista al que se achacan todos los males y problemas de algunos de estos países, comenzando por Venezuela, ya no será una excusa para ampararse u ocultar el fracaso de sus modelos económicos. Sin desconocer algunos aciertos en materia social, la realidad ha demostrado que fórmulas comunistas fracasadas, y que sólo se mantienen en una dictadura estalinista como la de Corea del Norte, están mandadas a recoger.
Para Colombia esta noticia es también un espaldarazo a la arriesgada apuesta del presidente Juan Manuel Santos de haber vinculado a Cuba como actor principal en el proceso de paz, tanto como sede de los diálogos como por la manera en que ha ayudado, junto con Venezuela, a hacer entrar en razón a un grupo guerrillero que hace mucho se quedó por fuera del tren de la historia. Ahora habrá que comenzar a actuar de manera asertiva en la forma en que nuestro país pueda colaborar con La Habana en un inmediato futuro en su proceso de apertura.
Con todo, más allá de la trascendencia de esta decisión, queda una asignatura pendiente esencial: el proceso de transición hacia una democracia operante, con elecciones independientes, separación de poderes, liberación de presos políticos y medios de comunicación libres, entre otras cosas. Si Cuba quiere ingresar de nuevo al entorno de países democráticos en el hemisferio, así tiene que demostrarlo. Esperemos que más temprano que tarde se dé el primer paso en dicho sentido.