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Dentro de esta realidad, no sólo en Colombia sino en el mundo entero, la inflación se ha convertido en la gran preocupación de las autoridades económicas y en el principal dolor de cabeza para millones de familias que han visto menguados sus ingresos y comprometido su bienestar. La inflación es actualmente el problema más acuciante de la economía. En el mundo y en Colombia.
En los Estados Unidos, por ejemplo, el dato de inflación para el mes de junio, que se conoció la semana anterior, fue el más alto en una generación. En las llamadas economías emergentes, la inflación ha desbordado todos los pronósticos, lo que sin duda aumentará los niveles de pobreza. En todas partes, la inflación tiene las mismas causas: el crecimiento global de los precios de los combustibles y de los alimentos, explicado, a su vez, por la rápida expansión de las economías emergentes, con China e India a la cabeza. La inflación es, en últimas, el resultado previsible del aumento en el consumo de medio mundo.
Colombia también se ha visto afectada por la epidemia inflacionaria. En lo corrido del año, la inflación ya supera el seis por ciento, varios puntos porcentuales por encima de la meta oficial que luce, en retrospectiva, como una aspiración ingenua. El precio de los alimentos ha crecido casi diez por ciento, con efectos previsibles sobre la pobreza. Los analistas esperan una inflación cercana a siete por ciento al finalizar el año. Pero algunos no descartan un guarismo mayor, y señalan que existe el riesgo de que las expectativas inflacionarias se desborden y afecten por lo tanto las negociaciones salariales para el año entrante. La dinámica es conocida, ya ocurrió a escala global en los años setenta: el aumento de la inflación propicia un aumento de los salarios, lo que, a su vez, contribuye a aumentar la inflación, y así sucesivamente.
El Banco de la República se encuentra en una encrucijada difícil, pues la epidemia inflacionaria ocurre precisamente cuando la economía empieza a mostrar otros padecimientos: estancamiento del empleo y desaceleración. Es importante, con el fin de entender lo que puede hacer y no hacer el Banco de la República, hacer la siguiente distinción: una cosa es decir que la inflación obedece esencialmente a factores globales, ajenos a la coyuntura local, y otra cosa es afirmar que la autoridad monetaria no puede hacer nada para evitar que la inflación se desborde en el futuro. El Banco de la República puede hacer bastante para evitar una espiral inflacionaria. La coyuntura no es fácil. La debilidad de la economía complica tremendamente la toma de decisiones. Pero el Banco probablemente tendrá que subir nuevamente las tasas de interés en el segundo semestre.
De otro lado, el Gobierno debería reducir los aranceles a los alimentos importados, y reorientar los apoyos agrícolas que, en su mayoría, han servido más para subsidiar la ineficiencia que para propiciar una necesaria modernización del agro colombiano. Si los precios de los alimentos siguen subiendo, algunas respuestas fiscales (reducción de impuestos, subsidios, etc.) podrían ser necesarias. El problema es que el margen de maniobra fiscal, por cuenta de la desaceleración económica y la generosidad del Gobierno con las grandes empresas, es cada vez menor. Con el tiempo, los costos de la laxitud fiscal, de las zonas francas y las exenciones a la inversión, serán cada vez más evidentes.
En últimas, la inflación ha terminado por aguar la fiesta de la economía. El Banco de la República no tiene alternativa distinta a hacer lo que toca, a actuar con decisión para prevenir que la epidemia inflacionaria se convierta en una enfermedad crónica.
Por El Espectador
