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Menos cárcel... más educación

TRAS EL NOTICIOSO ESCÁNDALO DEsatado por las imágenes de unos estudiantes encapuchados dadas a conocer en el Congreso por la senadora de la U, Gina Parody, mucha es la tinta que ha corrido entre quienes han salido a defender y a atacar a la congresista, al rector de la Universidad Distrital, Carlos Ossa, y a los alumnos que incurren en este tipo de actividades.

El Espectador
19 de septiembre de 2008 - 08:30 p. m.
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El hecho dio pie a que el rector de la universidad fuese citado a un debate realizado en el Concejo de Bogotá en el que, como era de esperarse, lo que era un rutinario ejercicio de control por parte de la corporación pública, se convirtió en una buena excusa para politizar el tema. De las capuchas, en las que ya de entrada y de manera exagerada, la senadora Parody ve una prueba de la presunta inseguridad que azota a la ciudad bajo la dirección del alcalde Samuel Moreno, se pasó entre algunos concejales a la discusión sobre si en Colombia están dadas las condiciones para hablar de democracia plena o si se trata de un proceso en construcción, si la Universidad Pública es en realidad un bastión de la oposición y el antiuribismo, si el debate en el Congreso no era una cortina de humo, etc.

Lo cierto es que las capuchas no son nuevas. Si en algo contribuye el escándalo suscitado por las grabaciones, es a la estigmatización de unos estudiantes que, como bien lo sostiene Jorge Orlando Melo, antes que el disonante pedido de cárcel formulado por el presidente Álvaro Uribe lo que requieren es de salones de clases. Sus arengas, en las que invitan a la subversión y se suele mezclar lo de acá con lo de allá en una retórica setentera más bien trasnochada e inconexa, no son por todos compartidas y producen más aburrimiento que interés entre quienes suelen escucharlas. Basta con hablar con los estudiantes que no participan de los paros, no tiran piedras y sufren con los reiterativos aplazamientos de los semestres. Son la mayoría.

Tras sesenta años de presencia guerrillera en el país, pretender que la presencia de encapuchados en los claustros universitarios constituye un real escándalo, no tiene mucho sentido. Las capuchas, como bien lo puntualizó el rector de la Universidad Distrital a lo largo de su intervención en el Concejo, hacen parte de una subcultura. No aparecieron y proliferaron, como querría hacérnoslo creer la congresista Parody, debido a la supuesta incompetencia del alcalde Moreno para hacerse cargo de la inseguridad de la capital. Tampoco son necesariamente la base de la cual habrán de salir futuros petardos en la ciudad.

Constituyen, eso sí, una práctica que niega la esencia misma de la Universidad. Aun si como lo plantea el mismo Ossa, los encapuchados cubren su identidad debido a que de lo contrario no pueden hacer movilizaciones porque son señalados y después perseguidos, y de ello también se habló a lo largo del debate en el Concejo, ahora que el tema está en boca de todos habría que cuestionar sin ambigüedades la persistencia de esa práctica. Por vulnerar las reglas del debate, por hacer uso de la intimidación.

Pero no se llegará a ese fin con sólo desearlo, o, peor aún, con contribuir a que el estigma crezca se les tilda provocativamente de “bandoleritos” y el clima de confrontación lleve a más violencia. Como tampoco se acabará con la guerrilla y la subversión si se eliminan las capuchas. Por el contrario, es importante que la Universidad y el Estado les ofrezcan a los estudiantes la oportunidad de disentir sin máscaras. Si éstos sienten que no pueden protestar de manera pacífica y no disuasiva porque su integridad física se puede ver afectada, el peligro no está en la capucha.

Ese, como este, es un tema que merece la atención de los ciudadanos. Es perfectamente normal, e incluso necesario y deseable, que en la Universidad se discuta. Aun si se defienden ideas, de manera pacífica, que presuntamente les pertenecen a las guerrillas y que todos deseamos controvertir.

Fortalecer los canales de participación para que ello ocurra, sin capuchas que intimidan ni grupos violentos que persiguen y hostigan, hacer que el nivel de la discusión permita, en franca lid, vencer los argumentos de los violentos, son los verdaderos retos que la universidad pública tiene por delante.

 

Por El Espectador

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