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La muerte de ‘Manuel Marulanda Vélez’

MÁS ALLÁ DE SI MURIÓ POR UN ataque al corazón próximo a sus 80 años o si fue dado de baja debido a los bombardeos que el ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos, ha salido a promocionar en los medios de comunicación, el deceso de Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez  o Tirofijo, confirmado por las Farc a través de un comunicado leído por su comandante Rodrigo Londoño, alias  Timoleón Jiménez o Timochenko, constituye un hecho histórico de relevancia para el país.

El Espectador
25 de mayo de 2008 - 07:20 p. m.
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Las Farc, que en sus inicios fueron un movimiento campesino de autodefensa liberal ideado para hacerle frente a la temible persecución conservadora de los años cincuenta, se convirtieron en un grupo guerrillero de inspiración comunista sin dejar atrás su marcado interés por las reformas sociales que el Estado colombiano prometió en más de una ocasión llevar a la práctica. Pero hoy, al morir su gestor y columna vertebral en 44 años de lucha, y a pesar de que muchas de esas reformas siguen sin hacerse en el país, las Farc se encuentran a sí mismas convertidas en un verdadero ejército que trafica con drogas, viola sistemáticamente los derechos humanos de la población —a través de prácticas legítimamente cuestionadas por el Derecho Internacional Humanitario, como lo son el uso del secuestro como método de financiación y la ejecución de masacres y desplazamientos como elementos de disuasión—, emplea niños entre sus filas y se constituye, paradójicamente, en uno de los principales enemigos que tienen los movimientos campesinos en las zonas rurales del país.

Frustrantes, entonces, debieron de ser los últimos instantes de la vida de Tirofijo. La lucha social que en algún momento le sirvió de inspiración a una generación entera de colombianos —y no hay que olvidar que en los años setenta era común entre algunos sectores justificar el uso de las armas como estrategia para cambiar el orden social— degeneró en un completo ejército al servicio del dinero y la ambición, en el que hoy los guerrilleros se entregan por miedo a que sus propios compañeros de armas los delaten para recibir a cambio las jugosas recompensas que les ofrece el Gobierno en su estrategia de “resquebrajamiento de la moral”. Son, pues, muchos años perdidos en la selva lo que queda como epitafio del guerrillero más viejo del mundo en todos los tiempos. Y antes que derramar una lágrima por la muerte de esta figura que las Farc pretende mostrar como legendaria, lo que los colombianos recuerdan hoy son las muchas que hizo derramar con su guerra inhumana.

Aun cuando haya muerto de viejo, el final del máximo comandante de las Farc llega en quizás el peor momento de la historia para este grupo sanguinario. No se puede soslayar el impacto que en su filas tendrá la muerte de la figura que representaba la cohesión del grupo guerrillero, tanto más cuando coincide con la caída de dos miembros más del Secretariado —Raúl Reyes, en una operación militar, e Iván Ríos, asesinado a sangre fría por un converso dentro de sus filas— y con desmovilizaciones tan significativas como la de alias Karina. Aunque sea pronto para anunciar un debilitamiento terminal de las Farc, que aún cuentan con millonarias entradas producto del narcotráfico y con apoyos de no poca dimensión del exterior, según se ha podido comprobar en los últimos días, lo cierto es que todos estos hechos auguran un profundo replanteamiento interno que los pueda sacar de la lógica de la guerra.

Anunció también Timochenko la decisión “unánime” de las Farc de nombrar como nuevo comandante del Estado Mayor Central a Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano, y la llegada al Secretariado de alias Pablo Catatumbo, con lo cual, al menos en principio, se privilegia dentro de la organización la llamada ala política frente a la opción más militar que representa Jorge Briceño Suárez, alias Mono Jojoy.   Puede resultar ingenuo el optimismo que estos nombramientos han generado en los familiares de los secuestrados y en general en quienes confiamos en una salida negociada al conflicto para evitar que siga derramándose mucha más sangre de colombianos en la espiral de guerra. Las Farc, huelga decirlo, han dado todas la muestras de insensatez política en los últimos tiempos como para ser tan optimistas. Pero la fuerza de los hechos indica que solamente si dan ese giro tendrán la oportunidad de llegar a un final menos frustrante que el de su jefe máximo. Con los golpes que están recibiendo deben estar pensándolo. Y si no, deberían comenzar a hacerlo.

Por El Espectador

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