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Algunos dijeron que fue poco inspirado y que Obama lucía libreteado, acartonado, sin la espontaneidad y el carisma que normalmente lo caracterizan en este tipo de escenarios. Y es cierto: el objetivo esta vez no era conmover de nuevo a la gran masa de seguidores con el ya célebre “yes we can”, “nosotros podemos”. En esta ocasión había que ir más allá del eslogan: el reto era aterrizar y concretar un programa de gobierno que aspira al cambio, pero que ha sido criticado por contener mucha palabra bonita y muy pocas metas y estrategias concretas.
Y en ese sentido, Obama salió bien librado. Como él mismo lo sugirió, la idea era ‘deletrear’ y definir con precisión el contenido del tan mencionado cambio que proponen los demócratas. Su plataforma es y sigue siendo demócrata en el sentido tradicional y hasta en los detalles: más protección social, más educación, más salud, más empleo, más seguridad y mejor medio ambiente. Y sí, la propuesta de Obama contrasta claramente con la agenda republicana que insiste en un Estado pequeño pero eficiente. Como dijo, no se trata de un gobierno más grande, pero definitivamente sí de un gobierno para la gente, no en contra de la gente. En otras palabras, el Estado para los demócratas debe ser un instrumento que se encargue de colmar de oportunidades y de escenarios de progreso a los ciudadanos.
Claro, en medio de todo, no faltó un toque de populismo. El candidato demócrata prometió, como lo ha hecho en ocasiones anteriores, reducirle los impuestos al 95% de los estadounidenses y acabar con la adicción de su país al petróleo extranjero en 10 años. Prometió también una política energética enmarcada en su ya conocida preocupación medioambiental. Es posible que aquí Obama esté pensando más con el deseo o con la intención de lograr votos adicionales, que con las verdaderas posibilidades de lograr estos objetivos. Pero se trata de una carrera electoral como cualquiera otra y Obama, tras tanto carisma y tanta inspiración es, al final de cuentas, un político más que quiere ser elegido.
Se trató de un discurso que hizo mucho más énfasis en la dimensión doméstica de su plan de gobierno. Algunos sugirieron que ello demostró, una vez más, su falta de experiencia en lo internacional. Pero lo que realmente puede estar sucediendo, es que la campaña finalmente tomó atenta nota de que los temas que realmente trasnochan a los estadounidenses son los relacionados con su vida diaria, con el mejoramiento de su calidad de vida y el acceso a las oportunidades laborales y educacionales. Para una muy buena parte de los ciudadanos del país más poderoso del planeta, el mundo todavía está demasiado lejos.
Interesante el intento de Obama de recuperar temas para los demócratas que se han convertido, con el paso del tiempo, en monopolio de los republicanos. Su énfasis en los valores familiares ocupó una buena parte del discurso y dialogó en una forma sorprendentemente fluida con su posición a favor de las uniones gays. El mensaje fue claro: se puede ser demócrata y al mismo tiempo creer en el papel crucial que juega la familia en la sociedad estadounidense, todo ello sin necesariamente discriminar, marginar o negarle derechos fundamentales a la comunidad gay. Y fue aún más enfático al señalar que el patriotismo no es, ni nunca ha sido, un patrimonio exclusivo de los republicanos. Su invitación fue a iniciar un debate en el que se descalifique la idea de que el patriotismo tiene partido político. Y fue más allá: invitó a un intercambio constructivo en el que se den por sentadas las calidades morales de los candidatos y no se recurra al miedo como estrategia electoral.
Habrá que ver si los republicanos aceptan la invitación de Obama y, en los próximos dos meses, exponen a Estados Unidos y al mundo a un debate duro pero centrado en temas de fondo y no en ataques personalizados y campañas negativas. Esas estrategias en nada informan u orientan al electorado y poco le ayudarán al final a optimizar su decisión en noviembre.