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Cuba y las huelgas de hambre

OCHENTA Y CINCO DÍAS DESPUÉS de entrar en huelga de hambre, el preso cubano Orlando Zapata Tamayo falleció en el Hospital Hermanos Ameijeiras.

El Espectador
19 de marzo de 2010 - 11:37 p. m.
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Ya antes, en los sesenta, el líder estudiantil Pedro Luis Boitel había sucumbido ante los desmanes de la desnutrición. El de Zapata es, entonces, el segundo fatídico caso de muerte por inanición en una cárcel desde que la revolución cubana se entronizó en el poder. Ahora es Guillermo Fariños Hernández, quien lleva 11 años preso y ha sido el protagonista de otras 22 huelgas de hambre, el que corre peligro tras varias semanas de no probar alimentos.

Pese a las voces de protesta que claman por la libertad incondicional de todos los presos políticos, no son pocos los que se oponen a cualquier tipo de manifestación en su apoyo. De hecho, los disidentes no son bien vistos por los cubanos que aún defienden a capa y espada el gobierno de los hermanos Castro. A Aleida Guevara, hija de Ernesto “Che” Guevara, se le escuchó decir acerca de la muerte de Zapata: “Normalmente un preso hace huelga de hambre para conseguir su libertad. Pero este quería televisión, teléfono y cocina. Eso es absurdo. Debería haber sido tratado por psiquiatras”. Y aun lejos de la isla hay quienes demeritan su lucha. El propio presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, sostuvo que no hay gran diferencia entre los delincuentes comunes detenidos en su país y los presos políticos cubanos.

Es más, ha habido serios enfrentamientos con las personas que se deciden a marchar contra el régimen. El miércoles pasado, durante la protesta pacífica que realizaron los familiares de los 75 opositores detenidos y condenados tras una oleada represiva ocurrida en 2003, hubo excesos de parte de las fuerzas del orden. Las Damas de Blanco, que es como se les conoce a estas valerosas mujeres, fueron obligadas a detener su manifestación. El mundo entero pudo ver las imágenes de la brutalidad policiva. La reconocida bloguera cubana Yoani Sánchez, que todavía goza de un pequeño espacio virtual para expresar puntos de vista divergentes, escribió, acaso pensando en el futuro: “Ayer cuando vi a un ama de casa que en tono vulgar gritaba ‘la gusanera está revuelta’ —refiriéndose a la peregrinación de las Damas de Blanco—, constaté cuán largo es el camino de la tolerancia que nos queda por delante”.

Ocurre que los cambios anunciados por Raúl Castro, como tantas otras veces en que en Cuba se habló de modificaciones, siguen siendo promesas incumplidas. O, por lo menos, tardan demasiado en implementarse. Entre tanto, el estribillo de siempre es utilizado por el gobierno para defender sus dictatoriales posturas frente a la diversidad: estos que aquí discutimos serían actos de provocación contrarrevolucionaria, financiados por diplomáticos europeos y estadounidenses y amplificados por corporaciones mediáticas, etc. No hay, pues, ninguna muestra de que el debate con los presos políticos y quienes los defienden sea posible con el castrismo.

Por lo demás, hay quienes ponen en duda que deba siquiera existir tal diálogo. No está claro qué es lo que amerita discusión. Lo único cierto es que un preso más puede morir. Al final, la actitud de aquellos gobernantes que insisten en no tomar posición frente a los desmanes de un sistema político que viola las libertades individuales es legítima, claro, pero contradictoria. Estos son líderes políticos que al tiempo que guardan simpatía por la dictadura, se dicen comprometidos con la defensa de los derechos humanos. Algo va del pragmatismo al cinismo.

Por El Espectador

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