En conjunto

Igual revuelo causaron la invitación y la respuesta: el excomisionado de Paz Luis Carlos Restrepo envió hace unas semanas una carta al senador Álvaro Uribe, líder natural del Centro Democrático, sugiriéndole que se sumara al proceso de paz que se negocia en Cuba entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc.

El Espectador
31 de diciembre de 2014 - 01:57 a. m.

El expresidente respondió en otra carta, muy en medio de su acostumbrada y estridente crítica a estas negociaciones de paz; pero respondió al fin y al cabo.

Mal haríamos quienes nos interesamos en la conclusión satisfactoria de este proceso en no poner atención a sus palabras: al fin y al cabo, como hemos reiterado en este espacio, una paz sin el aval de lo que el uribismo representa es imposible. Y así a muchos no les guste, la misión de una democracia es que los sectores más distintos se oigan e interpreten unos a otros.

La carta de respuesta se nos antoja positiva. Sí, hay de nuevo una reducción de la filosofía entera del proceso de paz a lo que llaman el “castro-chavismo”. Y sí, el expresidente también se centra en decir que el Gobierno concede todas las peticiones de la guerrilla sin exigir contraprestación alguna. Claro que la carta está llena, por todas partes, de puntos que reafirman las tesis que el Centro Democrático ha tenido a bien defender desde que se constituyó como la principal fuerza opositora del proceso.

Pero harto hay de las palabras del senador Uribe consignadas en esta carta a, por ejemplo, la infame imagen de una niña asesinada que publicó en Twitter la representante María Fernanda Cabal con la intención de crear “memoria histórica” frente a los actos criminales de las Farc. Son cosas bien distintas y nos parece que el camino que la oposición toma frente a una política pública debe ser el primero. Lo otro es puro ruido.

Mucho más allá de las propuestas consignadas (la creación de un “órgano legislativo transitorio” que sirva para la refrendación de lo acordado en Cuba, por ejemplo), la carta deja algo muy claro: la aceptación progresiva de la realidad de los diálogos, y también la necesidad que han expresado los opositores de participar en él a través de diferentes mecanismos. Y eso es un avance significativo que blinda con algo de legitimidad esa institución que deberíamos construir en conjunto.

En este año, casi desde el primer día, fuimos testigos de una polarización que se agravó con el correr de los meses: para la época de elecciones teníamos dos países llenos de miedo, incapaces de reconciliar visiones, hipnotizados por los discursos de unos cuantos representantes que, a decir verdad, no siempre daban muestras de altura o buen ejemplo. Y si bien el ejemplo de los líderes es importante, la sociedad lucía muy débil para encargarse de su propio destino: sólo se plegaba a uno u otro discurso sin muchos más miramientos. Y los repetía sin fin.

El proceso de paz que se negocia en Cuba es, lo hemos dicho, el escenario que puede abrir varias puertas que han permanecido cerradas por bastante tiempo: una de ellas, por supuesto, es la de la construcción del bien común a través de la participación activa. Eso no significa, ni mucho menos, vender ideales o renunciar a la crítica. Todo lo contrario. Se trata de una oportunidad que debe ser planteada seriamente para el otro año: 2015 debería encaminarse a crear, tanto en el nivel político como en el social, unas confrontaciones mucho más constructivas.

Unas discusiones que lleven a algo. Y que de ahí para arriba podamos trabajar en conjunto por el bien común. Eso es lo que debe mover a los líderes en estos momentos. Ojalá no estemos soñando.

Por El Espectador

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