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La cruzada de Petro

No acabábamos de digerir este tormentoso lunes la decisión —a nuestro juicio desproporcionada y cargada de dobles intenciones— del procurador Alejandro Ordóñez, al destituir e inhabilitar por 15 años al alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, cuando este se lanzó a la sublevación popular para tratar de hacerle el quite a dicha decisión.

El Espectador
10 de diciembre de 2013 - 09:53 p. m.
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 No creíamos posible que tantas irresponsabilidades se pudieran juntar en un solo día, pero así vamos en este país con nuestros liderazgos, cada quien tirando de su lado y bajo sus propios intereses, cual si nuestro futuro como nación fuera un juego de salón.

Se confunde, y mucho, el alcalde Petro. Se confunde al hacer creer que son una misma cosa la forma atrabiliaria de concebir la función pública de un individuo como Alejandro Ordóñez —a quien el propio Petro promovió cuando era senador de la República— y la institucionalidad toda; y de ahí para adelante, la sociedad que esa institucionalidad representa. Sí, nadie puede negar que el exterminio y la exclusión de las ideas diferentes han sido parte de nuestra historia; pero juntar esa barbarie con una decisión exagerada, pero legal, de un pésimo funcionario para pasar a pisotear a una sociedad que, por el contrario, ha sido abierta y generosa para acogerlo y convertirlo en líder tras su paso por las armas, es también un uso arbitrario de esa historia en beneficio propio.

Se confunde, y mucho, el alcalde Petro en enfrentar esta decisión, por arbitraria que pueda parecer —o ser—, con este llamado a la rebelión. ¿Qué tal que ante cada decisión discutible de una autoridad contra un poderoso la respuesta fuera la de acudir al apoyo popular para no cumplirla? ¿Nos está invitando acaso Gustavo Petro a que aceptemos la justicia por la propia mano de la que él ha sido crítico valiente? Su discurso supuestamente en defensa de la democracia se desdice con el camino que ha escogido para tramitar este fallo de la justicia en su contra.

Se confunde, y mucho, el alcalde Petro, también, al igualar la rabia con la indignación. Otro político más que cree que el movimiento de indignación que crece por el mundo, y que se asoma a germinar en este país, tiene que ver con los otros y no consigo mismo. Con este tipo de actitudes. Con desconocer las leyes cuando van en contra propia. Con no dejarse notificar para burlar el cumplimiento de la ley. Con la improvisación y la terquedad patentes en este caso de las basuras. El hecho de que haya habido una decisión exagerada y cuestionable en contra de alguien que fue elegido popularmente es natural que genere rabia entre sus seguidores, pero exacerbar esa rabia para llamar a la sublevación está muy lejos del propósito comunitario que representa la indignación como movimiento social.

Y se confunde, y mucho, el alcalde Petro en creer, o hacernos creer, que este llamado a la rebelión es en defensa de la paz y la no violencia. Encender los ánimos con generalizaciones irresponsables y un discurso de odio no contribuye a la reconciliación, por mucho que al final de las frases incluya un llamado a que no se utilice la violencia. La serenidad en la adversidad, la grandeza en la injusticia, la sindéresis en el lenguaje, la inteligencia en el análisis es lo que se espera de unos líderes sólidos y serios. También, claro, el no poner a la justicia a servir propósitos políticos e ideológicos personales como lo viene haciendo el señor procurador. Por lo visto, es demasiado pedir.

Por El Espectador

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