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Donald Trump sigue su camino victorioso hacia la Casa Blanca en nombre del Partido Republicano. Su efectiva estrategia de utilizar un discurso agresivo, sexista, descalificador, xenófobo, racista y luego esconderse, cuando así le conviene, le ha resultado hasta ahora. El martes pasado logró lo que parecía impensable: que los dos contrincantes que aún continuaban en la contienda, Ted Cruz y John Kasich, se retiraran luego de sus estruendosas derrotas en Indiana.
En este proceso de consultas internas, Trump ha avasallado a sus oponentes. De candidato folclórico pasó a dejar en el camino a pesos pesados como Jeb Bush, a quien noqueó pronto. La dirigencia del partido trató entonces de inflar a alguno de los que se mantenían en la competencia para frenarlo. Nada. El carismático Marco Rubio naufragó en su propio Estado, Florida. El último con alguna posibilidad fue Cruz. De esta manera se hundió la posibilidad de que Trump no alcanzara el número de delegados suficientes para ser proclamado por mayoría en la Convención Republicana de junio. Si así hubiera sucedido, y a pesar de tener la mayoría de los delegados, hubieran intentado utilizar internamente la maquinaria del partido para que no lo nombraran candidato.
La situación actual lleva a pensar qué implicaría para Estados Unidos y el mundo una eventual presidencia del magnate neoyorquino. Mientras tanto, las críticas a Trump le siguen cayendo desde el campo demócrata y el republicano. ¿Por qué? Varios motivos. Para la cúpula del partido, es un advenedizo que no representa el ideario conservador. Mientras los demás precandidatos ensalzaban con frecuencia el pensamiento de Ronald Reagan, el empresario no sólo no defendía con vehemencia los mandamientos republicanos, sino que carece de una verdadera propuesta programática de gobierno. Sus discursos y promesas, como todo buen populista, se basan en frases efectistas que logran calar en un electorado receptivo, pero no ha presentado programas serios en ninguno de los campos esenciales en contienda.
De ahí la angustia de la dirigencia republicana. Pronto habrá elecciones regionales para Cámara y Senado y las encuestas les están demostrando que la mayoría de la cual gozan en el Capitolio se puede perder. El efecto búmeran de los destemplados ataques de Donald Trump a las mujeres, los latinos, los afroamericanos, los musulmanes y muchos otros grupos sociales, está llevando a que cada vez más sea el Partido Demócrata, y su casi segura candidata Hillary Clinton, quienes vayan a cosechar el rechazo que produce el contendor republicano. De paso algunas figuras importantes del partido, entre las cuales se cuentan buena parte de los precandidatos derrotados, han evitado referirse a un eventual apoyo en la campaña presidencial a Trump.
Así las cosas, los entendidos mencionan dos escenarios posibles a corto y mediano plazo. El primero, ante la imposibilidad de frenarlo en la Convención Republicana, es que se forme un bloque conservador más cercano al centro, que pueda presentar un candidato nuevo e independiente, de tercería, que pueda canalizar el descontento que hay con la candidatura de Trump dentro del partido. El cálculo que hacen es que una parte de sus militantes definitivamente prefiere abstenerse en las presidenciales que votar por alguien que logró granjearse su antipatía dada la forma soez con la que trató durante estos últimos meses a los precandidatos que eran de su preferencia.
De momento todo se mueve en el campo de la especulación. Lo único que parece cierto es que si la contienda para las elecciones de noviembre es entre Donald Trump y Hillary Clinton, ésta última se verá altamente beneficiada por los apoyos que viene recibiendo de las distintas minorías que se movilizan más por el temor que por lo que ella representa.
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