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El mismo lago y su entorno acusan un notorio déficit de manejo de sus aguas, su ribera y sus recursos naturales. Situación que no preocuparía de manera especial si no se tratara de un paisaje rural que alberga el más importante lago de Colombia en extensión, y uno que sobresale por su belleza, biodiversidad y potencial de desarrollo sostenible.
El asunto que hemos señalado aquí es que para la gestión ambiental de un lago claro de alta montaña tropical como este no son suficientes los tratamientos ambientales convencionales. Se requiere una precaución especial.
Pues bien, en el lago de Tota no sólo hay déficit de gestión ambiental normal, sino parece un manejo imprudente. La reciente muerte masiva de truchas produjo recriminaciones y algunas medidas administrativas. Pero no hubo reflexión de fondo: el lago podría estar ya avanzando hacia un umbral de cambio rápido e irreversible en el sistema ecológico. El Gobierno Nacional no ha entendido que su designación como sitio Ramsar sería una irreemplazable oportunidad para construir un acuerdo social para beneficio de todos.
En cambio se ofrecieron inversiones a través de un Conpes, sin que se haya acordado un equilibrio mínimo entre los sectores productivos que viven del lago, como es el cultivo de la cebolla, la truchicultura y el turismo.
La preocupación hoy es mayor, cuando se anuncia que el Gobierno Nacional pretende construir un gran centro turístico, con hotel y centro de convenciones, en la isla de San Pedro, que con 47 hectáreas es el más grande promontorio insular dentro del lago. Aumentar una tensión ambiental desde este nuevo desarrollo resulta francamente inconveniente desde el punto de vista de la calidad del agua y del tránsito motorizado desde y hacia la isla.
Además, podría incluso atentar contra la calidad estética del paisaje, lo que viene poco a poco sucediendo, ante la falta de control a la urbanización. Hay que hacer un alto en el camino. ¿Qué quiere la sociedad del lago de Tota? ¿Cuál es la visión de futuro? ¿Estaríamos suficientemente satisfechos con un cuerpo de agua banalizado, con un espacio turístico, más parecido al de un embalse artificial como el Sochagota? Todo indica que estamos a punto de perder la oportunidad de consolidar un desarrollo basado en un territorio de gran valor natural y cultural.
Embalses artificiales y desarrollos recreativos podemos tener muchos. Pero lagos naturales tenemos pocos. El mal experimento ya se ha hecho con costos sociales y ambientales en el valle del Sibundoy, que tuvo un gran lago hoy perdido, y Fúquene, que alberga un lago enfermo, justamente por el manejo sin precaución.
La Cocha se salvó gracias a su designación como sitio Ramsar. La isla de San Pedro, más que un centro recreativo, podría ser un sitio privilegiado para el ecoturismo, con la restauración ecológica de su bosque. Más parecido a la isla Santuario del lago de la Cocha, que es un Santuario Nacional. Y acaso, con una estación de investigación de apoyo al desarrollo sostenible, ¿por qué no a cargo del Instituto Alexander von Humboldt? Tota es demasiado importante a nivel nacional para que su destino sea definido solamente con base en respetables intereses locales.