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#FútbolEnPaz

Cancelar el partido de ayer entre Millonarios y Nacional era lo mínimo que se podía hacer.

El Espectador
24 de septiembre de 2013 - 10:14 p. m.
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Era la decisión correcta. Por más que se indignen los fanáticos: dicen unos que eso no resuelve nada, y otros, que con esta decisión pagan justos por pecadores. Tienen razón. Están repitiendo lo obvio. Pero por más inútil que luzca, sí era necesario al nivel de lo simbólico. De la muestra de pudor que se espera de una ciudadanía civilizada ante la barbarie de unos pocos.

No puede ser que los hinchas pasen la página de la violencia y sigan metidos en la fiesta del fútbol cuando seguidores de su mismo equipo matan a los de otro por el simple hecho de tener una preferencia distinta. Esa inhumanidad no puede (no debe) dejarse a un lado como un asunto menor. La responsabilidad se hace de todos cuando compartimos un proyecto colectivo: un equipo, en primer lugar, pero una ciudadanía, en el nivel mucho más amplio de las cosas.

Debemos manifestarnos en contra de quienes hacen del fútbol un rito violento: nosotros, no ellos, ahí, en ese ámbito particular del espectáculo en el que encuentran una justificación irrazonable. Sólo desde el fútbol es que podemos manifestarnos en contra.

Cómo duele decir que esto es lo usual. Pero sí: en el lapso de cuatro días, por cuenta de unos furibundos hinchas de Millonarios, murieron asesinadas tres personas. Es la intolerancia en el nivel extremo: ya no se trata de los regionalismos (típicos en un estadio) ni de la violencia verbal, ni siquiera de las agresiones físicas: son vidas humanas tiradas al garete por una causa ínfima.

Aquí hacen falta muchas cosas. Control, seguimiento y sanciones a los miembros de una barra brava que incurren en esta conducta. No leyes (que ya las hay, el Código Penal es lo suficientemente claro en estas cosas); no más normas, por favor, acciones: de investigación, de seguimiento, judiciales, policivas.

Y es obvio que si esto es lo usual hay un problema de seguridad del que el Distrito debería ocuparse. Porque lo de cancelar el partido era lo necesario del momento, ¿pero lo de fondo? ¿Dónde queda el control a todas esas demás riñas callejeras que se van a seguir dando en Bogotá? ¿Dónde queda ese control, mucho más allá de las medidas efectistas como, por ejemplo, prohibir el alcohol en unas zonas?

Sin embargo, lo que preocupa realmente en toda esta noticia es la intolerancia nuestra, esa incapacidad de reconocer que los demás tienen derecho a convivir alrededor. El centro de estudios Corpovisionarios nos lo recordó esta semana con un dato contundente de su Informe Decenal de Cultura Ciudadana: 155 de cada 100 mil riñas terminan en homicidios. Esto es, ya como para que se entienda, que una riña es 20 veces más peligrosa que un atraco. Tanto que nos quejamos de los ladrones, pero ellos no son los que causan más muertos: somos nosotros mismos, matándonos unos a otros como si estuviéramos diseñados para eso.

Increíble. Nosotros desde este espacio, ya desde el pequeño nicho del fútbol, hemos lanzado la campaña “#FútbolEnPaz” y desde ayer hemos puesto al aire un manifiesto en el que los hinchas se comprometen, en términos generales, a no agredir a los de otros equipos. Algo tan simple como ver al hincha que ama y se emociona y sufre y vocifera por su equipo como a uno mismo, solamente que lo hace por otra divisa. Que somos iguales, igualitos. ¿Cuál es la razón para no aceptar eso tan sencillo? Increíble que después de tantos años de intentarlo, no hayamos logrado llegar a una sociedad más tolerante, que vea en el otro a un conciudadano y no a un enemigo. Seguiremos intentándolo.

 

Por El Espectador

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