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Que hablen las mujeres, y no en voz baja

¿Cuál es el problema con que una mujer hable con pasión sobre un tema? ¿Por qué eso inhabilita el contenido de sus declaraciones? Nos falta mucho camino para la igualdad.

El Espectador
28 de abril de 2016 - 08:17 p. m.
Las críticas a las mujeres que expresan su opinión, como Carolina Sanín o María Paulina Baena en La Pulla, únicamente por el tono en que lo hacen, en muchas ocasiones están plagadas de sexismo y buscan silenciar sin mirar los argumentos expuestos.
Las críticas a las mujeres que expresan su opinión, como Carolina Sanín o María Paulina Baena en La Pulla, únicamente por el tono en que lo hacen, en muchas ocasiones están plagadas de sexismo y buscan silenciar sin mirar los argumentos expuestos.
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La discriminación de las mujeres se encuentra tan arraigada en la cultura y en los discursos públicos que los esfuerzos que se hacen en su contra ahora cargan con nuevos estigmas y acusaciones de ser innecesarios. Lo peor que pueden hacer las personas es contestar a los reclamos de igualdad con la idea de que ya todo está solucionado y de que el feminismo ha perdido validez. El principal ejemplo de este sexismo, que recientemente hemos visto con intensidad en el país, es la crítica al “tono” con que las mujeres expresan su opinión.

La estrategia no es nueva. Consiste, básicamente, en que cuando una mujer expresa indignación con algún tema, usualmente en un tono no neutral, el público la desestima por la forma como lo dijo, sin siquiera considerar el contenido de lo dicho. En la práctica, eso es lo mismo que mandarla a callar, y lo peor es que no tiene sustento lógico: ¿acaso no hay temas que ameritan hablar con rabia, dolor, sarcasmo o simplemente con mucha acidez? ¿No son miles los hombres celebrados, precisamente, por utilizar esas estrategias retóricas?

La semana pasada, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo), Carolina Sanín, reconocida escritora y profesora, participó en un foro que buscaba encontrar cuáles son los tabús en el periodismo y en el discurso nacional. Durante la charla, alguien del público le pidió que “rotara” la palabra y que dejara su “feminismo trasnochado”. Sanín acotó, acertadamente, que la falta de rechazo social del resto de la audiencia demuestra que hay complacencia con este tipo de reclamos.

Primero, no deja de ser muy extraño que se utilice la palabra “feminismo” con una connotación negativa, cuando en su esencia lo único que busca ese movimiento es la igualdad para todas las personas, incluyendo los hombres que por no ajustarse a estereotipos culturales de “masculinidad” sufren, muchas veces en silencio, la discriminación.

Segundo, insistimos: ¿cuál es el problema con que una mujer hable con pasión sobre un tema? ¿Por qué eso inhabilita el contenido de sus declaraciones?

Y tercero: ¿qué factores sociales empoderan a la persona del público para mandar a callar a una panelista, algo que no ocurrió con los hombres? Sobre todo: ¿cómo podemos denunciarlos y empezar a eliminarlos?

En El Espectador hemos tenido una experiencia similar reciente. La Pulla es un programa de opinión que utiliza un lenguaje fuerte para hablar de temas polémicos. Pese a que el esfuerzo de los creadores ha sido proponer argumentos fundamentados en investigaciones sólidas, buena parte de la reacción en redes sociales se refiere al tono de la presentadora. Dicen que se trata de una histérica y que por eso no son capaces siquiera de escucharla. Las insinuaciones sexuales, además, abundan. La misma Presidencia, en un video respuesta a uno de los capítulos, utilizó el argumento de que la presentadora sólo “se queja”, como si eso fuese razón para deslegitimar la crítica realizada. Aunque seguramente hay comentarios de buena voluntad, detrás de todas esas actitudes hay prejuicios fortísimos sobre el rol que las mujeres deberían desempeñar en la sociedad, y eso permea el resto de relaciones sociales donde ellas se ven discriminadas por su género.

El país necesita que el feminismo recupere fuerza y reciba el apoyo de todos. Nos falta mucho camino para la igualdad.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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