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Cualquier persona que se atreva a argumentar que no existen, en nuestra sociedad actual, una serie de condiciones estructurales que fomentan la desigualdad y discriminación entre los géneros, no está mirando de cerca el problema. Esto lo comprueba el Índice de Desarrollo Humano, publicado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la semana pasada. En síntesis, se concluyó que las mujeres de América Latina trabajan más que los hombres y ganan menos, situación que es uno de los principales obstáculos para el desarrollo de nuestros países.
Los resultados son desalentadores en todos los aspectos. Según la ONU, las mujeres de América Latina y el Caribe ganan un 19% menos que los hombres, son excluidas de los cargos directivos y asumen cada vez más horas de trabajo no remunerado. Y, como si fuese poco, la disparidad entre los géneros aumentará a medida que las mujeres envejezcan. Hace poco, en este espacio, ya hablábamos de cómo las fallas en el sistema pensional afectan particularmente a las mujeres (sólo una de cada siete recibe pensión en Colombia). Se trata de un problema diagnosticado, pero al que no se le ha podido dar una solución contundente.
Denuncia el informe que las mujeres en esta región asumen la carga de cuidados familiares y realizan cada vez más horas de trabajo sin cobrar ningún salario a cambio. También dice que, por tener que asumir mayor responsabilidad que los hombres en trabajos del hogar y cuidados familiares, tienen mucha más dificultad para acceder al mercado laboral remunerado. La cifra es diciente: América Latina y el Caribe cuenta con la mayor proporción de trabajadores domésticos, un 37% del total mundial, en su mayoría mujeres.
Y sigamos con las cifras: además del 19% menos que reciben las mujeres en el mercado laboral remunerado que mencionamos, más de la mitad de las empresas de toda la región no tienen a nadie de sexo femenino ocupando un cargo directivo, y las que llegan ahí ganan un 53% menos que sus homólogos varones. También es “desproporcionadamente” más difícil que una empresa creada por una mujer triunfe en el mercado laboral.
Si a lo anterior sumamos la problemática de la violencia de género, la impunidad que rodea los delitos contra las mujeres y la lucha estancada por darles mayor control sobre sus derechos sexuales y reproductivos, ser mujer en América Latina y el mundo sigue siendo una fuente de obstáculos irracionales. Dice mucho, por ejemplo, que el único aspecto positivo del informe sea que las mujeres de nuestra región son las que más escaños públicos ocupan en el mundo con un mísero 27%. Así estamos.
Las raíces de la desigualdad son múltiples, complejas y están bien arraigadas. El machismo, que alimenta ideas preconcebidas de los roles que las mujeres deben desempeñar en la sociedad, se empeora cuando los hombres privilegiados perpetuan la exclusión, pese a tener un rol clave en intervenir y empezar a eliminar los ciclos sistemáticos de exclusión.
Superar esto, y crear un país y un mundo donde en verdad podamos hablar de igualdad de oportunidades, requiere un esfuerzo conjunto y conciente de los Gobiernos y los ciudadanos. El primer paso es reconocer que hay un problema que se manifiesta en el diario vivir. Las cifras son incontrovertibles. Empecemos, por favor, a intentar cambiarlas.
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